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Por María José Navarro
Picos Pardos - RSS

Una muerte anunciada

    Quienes de alguna manera hemos tenido que acudir asiduamente a los centros de salud y hospitales en plena pandemia, nos podemos sentir mucho más identificados con los y las trabajadoras de la sanidad, que han estado, y siguen estando, al pie del cañón sin recibir nada a cambio de tanta valentía y entrega incondicional.

    Este artículo me lo ha enviado un gran amigo, que después de mucho visitar hospitales acompañando a algunos familiares, después de muchas horas de espera, de muchos momentos para la observación y la reflexión, ayer pensó que necesitaba escribir estas palabras reivindicando esa sanidad pública y universal, que tanto necesitamos y que tan mal parada va quedando, después de tijeretazos sin sentido y ajustes siempre a la baja.

    Y aquí os dejo sus reflexiones, que, por supuesto, suscribo al cien por cien:

    “Altas, rubias, bajitas, morenas, ricas, pobres.

    Da igual como sean o de donde vengan.

    Dan igual sus creencias o su inclinación política.

    Da igual la profesión que tengan, su condición social o económica, sin trabajo o dueñas de grandes empresas.

    Da igual lo que dijeran o hicieran antes.

    Jóvenes y mayores, recién nacidas o en el final de sus vidas.

    Sus diferencias pequeñas o grandes, aquí dan igual, porque todas las personas son idénticas. Todas acuden aquí y esperan su turno para ser tratadas con los mismos recursos y los mismos protocolos. Cruzan ese pequeño umbral, una puerta entre la desesperación y la salvación, entre la incertidumbre y el conocimiento. Buscando una solución a su dolor, a su sufrimiento. Algunas ven nacer su futuro,  otras se van y dejan su pasado.

    Parecería lógico pensar que algo tan importante se debiera preservar, cuidar como si de un hijo se tratase al que alimentar, mantener y proteger.

    Pero cuando este bien preciado como es la sanidad, se pone en manos de políticos incompetentes en la materia, se corre el peligro de que piensen que no se debe conservar, bien porque la convivencia, la solidaridad, la justicia o la democracia social no vaya con ellos, o bien porque creen que otras opciones son alternativa, aunque demostrado está que no es así en ningún lugar del mundo.

    La pandemia ha hecho notar más, si cabe, ese interés de algunos por deteriorar y privatizar este servicio tan esencial, situando la eficiencia sanitaria en España muy por debajo de la media Europea. La reducción de plantillas, el cierre de quirófanos, la retirada de camas, la bajada de salarios, carreras profesionales congeladas, guardias interminables, la huida hacia la medicina privada del personal sanitario de la red pública, la saturación de los centros de atención primaria, la deshumanización de los protocolos sanitarios…

    El negocio por la salud siempre ha existido, pero ahora se hace de forma despreciable, con la ayuda de esos partidos políticos que atentan contra la salud pública, con el apoyo de un pueblo que, cada vez más, actúa como palmeros ciegos, o engañados por una estrategia inmoral de quienes quieren desarticular la Sanidad Pública.

    De la ciudadanía depende que estos políticos faltos de escrúpulos y sin ningún interés por lo público, logren su objetivo: Gente de primera y de segunda; Personas que puedan y personas que no puedan pagar la atención sanitaria; Usuarios y usuarias de la sanidad que acaben desahuciadas ante una enfermedad que podría haber sido tratada; Dicho de otra manera, decidir sobre quien vive o quien muere”.

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