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Por María José Navarro
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Mafalda y sus 55 años

    Casi tenemos la misma edad. Nos separa solo un año y un océano.

    La conocí en mi adolescencia y quedé prendada por su frescura, por su inagotable optimismo, por su ironía fina, por su forma de transmitir tantos y tantos mensajes con los que hemos crecido, aprendido y compartido su preocupación por el medio ambiente, por la paz en el mundo, por la erradicación de la pobreza, por las desigualdades que soportamos las mujeres…

    Y, a pesar del tiempo transcurrido sigue dibujando perfectamente la realidad actual. No ha envejecido en absoluto y sus comentarios socarrones se pueden aplicar en tantas y tantas situaciones de nuestro día a día, que causa algo de estupor y decepción, por esos años que deberían haber sido de avances y, sin embargo, en algunos casos, nos hemos estancado o, incluso, retrocedido.

    ¿Cuántas tiritas se habrá puesto Mafalda en el alma viendo a tantas personas migrantes que, huyendo de sus países, mueren en el viaje? Desde hace días, yo necesito una bien grande para poder soportar la última imagen desgarradora de una mujer abrazada a su bebé en el fondo del mar Mediterráneo, en aguas italianas.

    Desgraciadamente también existen muchas Susanitas, que opinan que los pobres, cuánto más lejos mejor, aunque se pueden levantar vallas para que no vengan… y si ya están aquí, los escondemos y así no molestan al resto… Alguna de sus frases memorables: “Estoy convencida que la gente que es pobre no lo hace por maldad” o aquella tira, en la que decía que cuando fueran señoras, se asociarían a una fundación, para organizar banquetes para recaudar fondos “…para poder comprar a los pobres harina, sémola, fideos y esas porquerías que comen ellos”… ¿Cuántos personajes públicos os vienen a la cabeza con el perfil de Susanita? A mí se me ocurren demasiados nombres que encajarían a la perfección.

    ¿Y Manolito? ¿Os acordáis de él? Ese niño con dificultades en la escuela, pero con una motivación que le ayuda a superar sus problemas: cuando sea grande quiere tener un negocio como su papá… pero su ambición le lleva a pensar en amasar una gran fortuna, aunque sea a costa de engañar a su clientela y  exprimir a sus empleados… Una dura crítica hacia el empresariado que abusa de su poder y que no compensa el trabajo con sueldos dignos… No sé qué diría Mafalda, de enterarse de que en pleno siglo XXI siguen habiendo tantas y tantas personas que, a pesar de tener trabajo, están rozando el umbral de la pobreza o de aquellas cuyas condiciones laborales se asemejan mucho a la esclavitud… Imagino que tal vez aplicaría esa frase tan suya “Paren el mundo que yo me bajo”.

    También hemos disfrutado de Libertad, esa chiquitina amiga, a la que Mafalda conoció un día de playa y que cuando supo su nombre, no pudo menos que sacar su “conclusión estúpida”: el tamaño de su nueva amiga venía a ser el mismo que el de las libertades que disfrutaba la ciudadanía… De total actualidad si lo extrapolamos a la realidad española y los últimos años de nuestra democracia “chiquita”: ley mordaza, represión policial y veremos que nos depara el futuro con esa brecha abierta en Cataluña, que no se va a curar si no es a través del diálogo y la negociación.

    Felipe, Miguelito y Guille también nos dejaron frases y situaciones memorables, pero me gustaría acabar con una de las conversaciones entre Libertad y Mafalda, en la que la primera dice: “¡Los diarios!... Los diarios inventan la mitad de lo que dicen”, mientras Mafalda lee el periódico que tiene entre sus manos, y, remata la viñeta otra frase de Libertad: “¡Y si a eso sumamos que los diarios no dicen la mitad de lo que pasa, resulta que los diarios no existen!”.

    Imaginemos por unos segundos lo que Libertad y Mafalda opinarían de los actuales medios de “des”información… Seguro que tendrían alguna salida del tipo “hay que pensar en la revolución social y no en tomar helados. Hay que pensar en realidades y no en cucuruchos”…

    Tal vez haya llegado el momento de empezar a plantearnos lo de nuestras realidades… Yo, por lo que pueda acontecer, voy a ir pidiéndome un “escapismo de vainilla y pistacho, por favor”.

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