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Por María José Navarro
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Infancia sobreprotegida

    ¿Qué está pasando con nuestros niños y niñas? ¿Por qué se han de crear leyes de protección para la infancia y la adolescencia y a la vez los tengamos sobreprotegidos? ¿Cómo puede darse esta dicotomía extraña? ¿En qué sociedad vivimos que es tan nociva como para no darles responsabilidades y sin embargo les ponemos un móvil en las manos casi nada más nacer?

    Como educadora social y como formadora de familias me relaciono constantemente con niños, niñas, adolescentes, docentes y familias, y una de las constantes en las escuelas de familias es que en ellas se plantean problemas habituales con sus hijos e hijas que no son capaces de resolver y cuya solución pasaría por algo tan fácil, y a la vez complejo, como una buena dosis de sentido común.

    Esta semana he podido disfrutar de las palabras de dos grandes expertos en gestión de emociones que han pasado por nuestra ciudad: Antonio Ortuño (Psicólogo especialista en Psicología Clínica Infanto-Juvenil) y Mar Romera (Licenciada en Psicopedagogía y experta en Inteligencia Emocional), y ambos han coincidido en que los adultos hemos de poner normas y límites a la infancia y la adolescencia, desde el cariño pero con firmeza, desde la ternura pero sin ceder espacio, desde el sentido común, el respeto, la confianza y el equilibrio emocional.

    Esto, así dicho, parece algo fácil, pero es una tarea que requiere de mucha constancia y entrenamiento por parte de las madres y padres, que también deben tener altas dosis de control emocional, siendo capaces de echarle imaginación, alegría y empatía a las situaciones que deben resolver diariamente con sus hijos e hijas, que constantemente van a utilizar todas sus estrategias para que cambiemos nuestro discurso y cedamos ante sus exigencias. 

    Porque lo otro, el darles todo para que tengan lo que nosotras no tuvimos, el decir siempre que sí para evitar tener que enfrentarnos a sus rabietas, el que siempre obtengan todos sus caprichos, el estar constantemente pendientes de ellos y ellas y no cederles espacio para que crezcan, para que maduren, para que aprendan a levantarse por sí solos cuando tropiecen, para que asuman responsabilidades, nos llevará a tener que convivir en unos pocos años con personas adultas poco resolutivas y poco resistentes a la frustración, que no van a aceptar un no por respuesta y que han aprendido a que todo vale, sin esforzarse lo más mínimo…

    Personas adultas que van a tener grandes dificultades en sus relaciones personales ya que mucho de lo que han aprendido ha sido a través de las pantallas digitales, sin filtros, ni control parental, creyéndose que todo lo saben, pero sin haber contrastado la información recibida. Pensando que el porno, que llevan viendo desde edades sumamente tempranas, es la manera adecuada de mantener relaciones afectivas y que los videojuegos en los que la violencia es extrema, son la base de sus relaciones sociales.

    Solución hay, aunque no es fácil. Las personas dedicadas a la crianza han de asumir su responsabilidad de educadoras, fijar límites y ejercer ese control parental que nunca se debería haber dejado al albur de internet. Nuestros hijos e hijas lo agradecerán cuando crezcan y, aunque en un principio se quejen y no entiendan el porqué les negamos tener un móvil a los ocho años (quien dice un móvil, dice un videojuego agresivo o un televisor en su habitación), las madres y padres podrán sentir, en unos años, que han realizado una buena tarea.

     

     

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