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Por José Vilaseca
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Cuando la realidad supera la ficción

    No me gusta comenzar ninguna reseña con un paréntesis, pero hoy me toca. Qué le vamos a hacer. Tómenlo como una “pausa para la publicidad”, y tengan mi palabra de que no es un ejercicio de autobombo. Al menos, no demasiado.

    Al final de cada artículo, al lado de mi firma, aparece la palabra “escritor”. Desde hace muchos años me dedico, como afición, a juntar letras y, con suerte y meses de espera, de ese ayuntamiento aparece un libro que, en dos ocasiones, han visto la luz en forma de edición, con su ISBN y sus (parcos) derechos de autor. Me he aventurado en el género negro, en la intriga psicológica y en el terror, pasando por la novela histórica y con un par de escarceos en géneros tan opuestos como la novela erótica o el cuento infantil. Ahora mismo, tengo entre manos un proyecto que narra las oscuras ambiciones de una cadena televisiva, una ficción extrema crítica con la realidad.

    Y, a fecha de hoy, me he dado cuenta de que la termino deprisa, o la realidad me gana la carrera por varios cuerpos de ventaja. Es desalentador ver como, por muy exageradas que sean mis propuestas sobre el papel, las televisiones reales se empeñan en dar “un paso más” hacia el borde de distintos precipicios… arrastrándonos a los espectadores con ellas, como inesperados compañeros de viaje.

    Telecinco ha tenido que enfrentarse, recientemente, a sendas llamadas de atención, en forma de avisos (y multas), del comité regulador correspondiente, por los elevados contenidos eróticos de “La que se avecina”, o, directamente, programar una película donde se mostraba con toda claridad un revolcón bien pegado en horario infantil. Así, esa franja en la que algunos crecimos con “La cometa blanca”, “Barrio Sésamo” o similares, se ha convertido en un campo abonado para “piuletes” y “tronaors” sin demasiado control.

    Sin ir mucho más lejos, la “cadena amiga” tentó a la fortuna anunciando ominosas entrevistas a los carniceros más sanguinarios de nuestra crónica negra, sobre todo pescando en las aguas revueltas de la recientemente desahuciada “Doctrina Parot”. Hay que admitir que, en cierta forma, consiguieron que algunos de los mayores apandadores del país, sobre todo los folkóricos y “cachulis” salidos del Caso Malaya se sentaran frente a la audiencia previo paso por caja, pero el público sigue ofreciendo ciertos escrúpulos cuando le tratan de vender que violadores, terroristas o asesinos acudan a llorar sus penas frente al “teleprompter”.

    Incluso la crisis que sufrimos ha permitido que surjan programas lacrimógenos como “Entre todos”, que deja en paños menores el nivel de miseria humana de cualquier telemaratón anual para recaudar fondos. Parece que pronto incluirán, en cada televisión que se venda, un sobre marrón como los del Domund, para ayudar a las misiones…

    La penúltima (porque siempre viene otra peor después), que hemos tenido que sufrir frente a la caja tonta, ha sido la burda recreación del 23-F “Évole version”, al más puro estilo “La Guerra de los Mundos” de Welles, donde no solo nada era lo que parecía, sino que ni siquiera resultaba original. Un producto más de esa factoría que envió a un actor disfrazado a “Eurovisión”, y que nos vendió lo que no era; hecho que hubiera provocado, en un auténtico mercado de consumo, que denunciáramos en masa a la productora por “publicidad engañosa”, pero que en este complejo mundo que es la televisión, donde aquellos que deciden lo que vemos llegan a creer que nos hacen un favor dejándonos ver su caspa enlatada, sólo ha provocado un revuelo en las redes sociales, que al fin y al cabo no es más que un lugar donde se debate sobre a qué huelen las nubes…

    Con su permiso, apago. Y, como decía en gran Marx (Groucho, no “el otro”…), cuando alguien vuelva a encender la televisión, leeré un buen libro. O lo escribiré, aunque no sea tan bueno.

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