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Por Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe-Castellón
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Uso del tiempo en vacaciones

    En las vacaciones, que muchos disfrutarán en estos meses de verano, se dispone de mucho tiempo: podemos dejarlo pasar o aprovecharlo de forma enriquecedora.

    Las vacaciones ofrecen ante todo la posibilidad del descanso físico y psíquico; y también mucho tiempo para la lectura formativa, para el encuentro con los amigos, para conocer otras tierras, gentes y culturas, y, sobre todo, para la convivencia familiar. Son días para encontrarse con la familia dedicándole todo el tiempo que durante el año no se le puede ofrecer. 

    El descanso es necesario para la salud de nuestro cuerpo y de nuestra mente; y es esencial para cuidar la salud espiritual escuchando la voz de Dios. Al disponer de más tiempo libre podemos buscar espacios para el silencio, la reflexión, la oración y el trato sereno con Dios. Unos lo aprovechan para hacer ejercicios espirituales; otros, para retirarse unos días en la hospedería de un monasterio o para peregrinar a un santuario buscando el silencio y el rumor de Dios que habla en el silencio. A Dios le podemos encontrar también contemplando las maravillas de la naturaleza, de la creación: el mar, la montaña, los ríos, el amanecer y la puesta del sol, las noches estrelladas, los animales y las plantas, y el ser humano nos hablan de Dios, de su bondad y de su amor, y pregonan las obras de sus manos (Sal 18,1-7).

    Las vacaciones no pueden suponer un olvido o un alejamiento de Dios; al contrario, ofrecen la gran oportunidad para dejarle hablar en nosotros. Dios no se toma vacaciones en su búsqueda del ser humano para ofrecerle caminos hacia la alegría, la belleza y la felicidad. Las vacaciones son un tiempo excepcional para ir a su encuentro y sentir la alegría de saberse amados por Él. También en verano, el Domingo sigue siendo el día del Señor, que nos invita a participar en la Eucaristía dominical.

     La caridad tampoco se toma vacaciones. La experiencia gozosa de sentirnos amados por Dios, nos lleva a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, pero también a amar al prójimo como a nosotros mismos (cfr. Mt 22,37-39). En las vacaciones tenemos más tiempo para compartir con el necesitado, para ejercer la caridad con el prójimo, para acompañar al que sufre soledad, para visitar a los enfermos o para consolar a los tristes.

     También en el ocio y en la diversión debemos respetar el cuerpo, la salud y la dignidad propia y del prójimo, y de toda la creación. Vivamos el ocio y la diversión con limpieza de corazón superando todo egoísmo y hedonismo. En los desplazamientos estamos llamados a conducir y conducirnos con  responsabilidad y prudencia.

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