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Por Vicente Martínez - Alcalde de Xilxes
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La democracia, sin apellidos, por favor

    La etimología de la palabra democracia indica el sentido final de la expresión: el poder del pueblo. La forma de articular la democracia ha venido experimentando cabios, especialmente en la edad contemporánea hasta llegar, hoy en día, a tenerse asumido que el principio que más garantías da a que efectivamente el poder sea del pueblo es el sufragio universal, o sea, que cualquier ciudadano, sea de la condición que sea, vale lo mismo que otro a la hora de hacer valer su voluntad.

    El instrumento para medir esa voluntad consolidado universalmente son las elecciones libres, que es donde el pueblo expresa su voluntad.

    Reconozco que este inicio es algo pedante, pero creo que es necesario. Algunos sectores sociales parecen estar olvidando esos “rudimentos” democráticos utilizando toda clase de protestas, manifestaciones, sentadas, etc. que, si bien son en la mayoría de los casos totalmente legítimas, vienen apoyándose en términos o expresiones que suelen poner adjetivos tras la palabra democracia.

    La experiencia que conocemos en la historia reciente de acompañar con calificativos la palabra DEMOCRACIA no puede decirse que haya contribuido a mejorar el objetivo de que el poder resida en el pueblo. Cito, por ejemplo la “democracia orgánica”. Esos experimentos, vividos en distintos países del mundo, han acabado siendo, finalmente, dictaduras personales o familiares.

    Así pues, lo que pretendo trasmitir es que para mí, la democracia es el triunfo de la mayoría sobre el más fuerte o el que más grita. Tal vez esté yo equivocado, pero es un valor que llevo en mi formación y al que no quiero renunciar.

    La confusión que pueden provocar los gritos o algaradas de distinto grado no debería nunca llegar a hacernos olvidar que el sufragio universal sigue siendo la fórmula más apta para que el pueblo participe de su gobierno. El resto de fórmulas, algunas de las cuales merecen atención e incluso que se profundice en ellas, son siempre complementarias, nunca sustitutivas. Lo contrario significaría dejar que una minoría que grita o o tiene más fuerza se apodere de la mayoría y eso, para mí, no es profundizar en la democracia, sino menoscabarla.

    Tengo pues por convicción la de que todos los ciudadanos tienen derecho a opinar en libertad con respeto a los demás pero también estoy convencido que no hay hasta la fecha otra fórmula mejor de que el pueblo ejerza su soberanía que en unas elecciones.

    Probablemente sea mejorable el proceso mediante el cual las elecciones convierten a los representantes públicos y ahí hay todo un abanico casi distinto en cada país, pero eso es otro tema. Lo fundamental: que los representantes legítimos del pueblo salen de unas elecciones, de ningún otro sitio.

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