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Por Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe-Castellón
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¡Cristo ha resucitado!

    En el Triduo Pascual hemos celebrado la pasión, muerte y resurrección del Señor. Las tres son inseparables: el mismo Jesús que padeció y murió, ha resucitado y vive para siempre. Su cuerpo enterrado el Viernes Santo ya no está en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. “No está aquí. Ha resucitado” (Lc, 24, 5), les dice el ángel.

    Cristo Jesús vive glorioso. Esta es la gran verdad de la fe cristiana. El que murió en la cruz, ha resucitado. Muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida. Jesús no es una figura que existió en un tiempo y se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. Cristo Jesús vive glorioso junto a Dios. Su resurrección no es la vuelta a esta vida para volver a morir, sino el paso a una vida gloriosa e inmortal. Pascua significa precisamente el paso del Señor Jesús a través de la muerte a la vida gloriosa, para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte.

    Sin resurrección, la pasión y la muerte quedarían incompletas; serían la expresión de un fracaso. Pero Cristo ha resucitado. Es un hecho real, que, sucedido en la historia, traspasa el tiempo y el espacio. No es una invención, fruto de la fantasía de unas mujeres o de la frustración de sus discípulos. La Resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico y real, que sucede una vez y para siempre. El que murió bajo Poncio Pilatos, éste y no otro, es el Señor resucitado.

    La resurrección de Cristo es la clave para interpretar toda su vida y el fundamento de la fe cristiana. Todo ha sucedido por nosotros, por nuestros pecados, para nuestra redención y para nuestra salvación; para que todo el que cree en él tenga vida eterna, la vida misma de Dios, que es fuente de alegría, aliento y esperanza.

    Este Jesús, una vez resucitado, salió al encuentro de sus discípulos: se les apareció: se dejó ver y tocar por ellos, caminó y comió con ellos. Fue un encuentro real, con una persona viva, y no una fantasía. Esta experiencia fue tan penetrante que pasaron del miedo a la alegría, de la decepción a la esperanza.

    Y los movilizó e impulsó a contar con temple y aguante lo que habían vivido y experimentado.

    Como entonces, el Señor resucitado salé hoy a nuestro encuentro. El nos invita a todos a dejarnos encontrar o reencontrar personalmente por Él para experimentar la alegría de sabernos cada uno amados personal e infinitamente por Dios en su Hijo, crucificado y resucitado, para que en Él tengamos Vida plena y eterna. Es la vida de comunión con Dios y con los demás que lleva a promover la vida y la dignidad de todo ser humano, a vivir con esperanza y a ser constructores de la paz.

    ¡Feliz Pascua de Resurrección!

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