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Por Jesús Montesinos
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Una sociedad aún más perpleja

    La perplejidad invade a una sociedad que no sabe qué está pasando y, sobre todo, no sabe cómo solucionarlo. No nos fiamos de los políticos como salvadores, así que tendremos que arremangarnos y ponernos a la faena porque pasan los meses y siempre esperamos que en las elecciones o pactos siguientes aparezca la varita mágica. No la hay aunque se empeñen indignados o banqueros.

    Se afianza una sociedad dual, capaz de interesar a Ford para una inversión millonaria y al mismo tiempo registrar en el primer trimestre de este año una caída importante de la recaudación por el impuesto de sociedades. Perplejos esperábamos que los jóvenes enarbolaran la bandera de la indignación y ahora no sabemos cómo volver a meterlos en internet. Dual porque hay una parte blindada ante la crisis y otra que la sufre. Estamos cada vez más perplejos.

    Tenemos que seguir pagando la hipoteca, pero también queremos irnos de vacaciones. ¿Acaso no tenemos derecho después de un año de calvario? Menuda perplejidad. Porque a la vuelta nos preguntaremos para qué queremos ese apartamento en la playa que no hay forma de vender. Lo importante que fue comprarlo. Perplejos nos hacemos preguntas sin respuesta: ¿Hay que renunciar a tener ese patrimonio? ¿Qué les vamos a dejar a nuestros hijos? Desde el inicio de la modernización de la economía española con la Restauración canovista los españoles hemos vivido un mundo dual entre el querer y no poder que ahora nos lastra.

    Perplejos tenemos que admitir que Camps nos anuncie austeridad en una Comunidad que tiene como lema la ostentación y la riqueza. Pero no hay otro camino que valorizar la gestión y el trabajo por encima del derroche. Si ahora hubiera que empezar la nueva Fe a buen seguro que se harían tres hospitales pequeños en lugar de uno grande. Y a buen seguro que no habría tantos reinos de taifas como diputaciones, ayuntamientos de presupuestos millonarios y tanta universidad pública. Pero ahora estamos perplejos viendo vacio el fondo del calcetín. Hemos vivido del dinero alemán para construir carreteras, pantanos y universidades (Fondos Feder) y para financiar apartamentos y ahora nos molesta que nos pidan la devolución del préstamo. ¿Cómo se atreven a eso? Pues lo están haciendo y solo podemos devolverlo empobreciéndonos. ¡Qué perplejidad!

    Como no nos explican cómo vamos a salir de esta (llevamos cuatro año arruinándonos) nos sentimos perplejos ante el anuncio de un cambio de nuestra privilegiada condición de vida. ¿Por qué Merkel y Sarcozy van a decidir cómo tenemos que vivir nosotros? Pues porque les tenemos empeñadas hasta las joyas de la abuela. Solo hay que asumir que tenemos que pagar nuestras deudas y a partir de ahí todo será más fácil. Si usted no paga al super ya no le dejan comprar. Así que ahorre para liquidar la cuenta.

    Perplejos asistimos a la irrupción de los indignados en nuestra vida pública. Hasta ahora valía indignarse en el bar a la hora del almuerzo. Pero las broncas callejeras nos suenan mal. ¿Cómo separar a los bronquistas de la gente indignada porque está perpleja? Imaginen la perplejidad de los políticos catalanes cuando se quedan cercados por grupos violentos que no hablan para nada de “independencia” o “soberanía”. Protestan contra algo tan global como los recortes derivados de la crisis. Perplejidad nacionalista.

    Cada día nos levantamos más perplejos porque no entendemos que un joven con dos carreras tenga un sueldo mileurista (si tiene empleo) y se prejubilen en las cajas o telefónicas con sueldos millonarios. Y no entendemos que otros países hayan salido de la crisis y aquí andemos enredados discutiendo si las reformas necesarias son de derechas o de izquierdas. O esperando a Don Pelayo.

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