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Por Jesús Montesinos
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La confianza como intangible

    En la empresa valenciana están ocurriendo tres cosas de forma paralela: Uno: Quien tiene dinero lo guarda en un calcetín y espera a que escampe. Dos: Quien tiene un oficio busca empleo por ahí fuera (hay una oferta de mil electricistas para Brasil). Y tres: Quien tiene un nicho de negocio se harta de dar vueltas y busca financiación extranjera. ¿Es una huida? No. Es desconfianza. Por eso en mayo bajó 13 puntos el índice de confianza de los españoles en el futuro pese a que mejoran las cifras del paro.

    Con miedo las consecuencias son imprevisibles. Por una parte la debilidad del tejido industrial valenciano que tardará en recuperarse. Según la consultora Improven las empresas de cualquier tamaño y condición toman tres decisiones prioritarias como arranque para gestionar la crisis: bajan gastos reduciendo personal, eliminan el marketing y dejan en mínimos el I+D. Todo lo contrario de lo que deberían hacer. Por eso los mejores especialistas se irán de la Comunidad Valenciana, la imagen de marca de nuestros productos cae por los suelos y perdemos competitividad en innovación y diseño para que cuando otros mercados repunten. Y si no que le pregunten a Daniel Moragues, director general del Impiva.

    Y por la otra esta desconfianza en el futuro nos aleja del nuevo paradigma económico que se está construyendo tras la crisis. El mundo deja de ser Atlántico y pasa a ser del Pacífico. Como andamos ensimismados en nuestra desconfianza ni siquiera valoramos que Brasil ya no es un país en vías de desarrollo que pide electricistas españoles. Es una potencia cuyo presidente Lula se permitió hace quince días decir en Madrid que tenía miles de millones dispuestos para invertir en España en lo que hiciera falta. Pero nosotros guardamos el dinero en el calcetín o remugamos sobre una reforma laboral que ya se ha quedado antigua antes de pensarla. Dejar la reforma laboral reducida al despido más barato es Keynes de 1931, cuando el Keynes del Siglo XXI habla de movilidad, mercado global y valor del conocimiento en el mercado del trabajo.

    Pero la desconfianza es un intangible que no se mide por los millones que invierta el Consell en el Plan de su nombre (Plan Confianza). La desconfianza es etérea, una percepción adobada si se quiere por tópicos estadísticos. ¿En quién confía usted? ¿En un Valencia con Silva y Villa que no llega a final de mes o en un Valencia con las cuentas saneadas que arranca un proyecto a tres años? Por eso no es válido el argumento de Alberto Fabra de que los votos pasados avalan a Camps o a Carlos Fabra en sus “casos”. Los tienen que avalar los votos futuros.

    Por eso hay que tener claro que para insuflar confianza lo primero es dejar de hacerlo a la contra. En las elecciones como en la economía la confianza se adquiere con propuestas a favor de la ilusión que se genera y no en contra de la que otros destruyen. En economía el pánico por el tejido industrial destruido debe ser sustituido por la ilusión de los emprendedores (que no encuentran financiación porque está en el calcetín). Y en política Rajoy debe tener claro que nunca ganará si quiere que la gente vote contra Zapatero. Ni Alarte pasará de aspirante temporal si solo sabe convocar a votar contra Camps, aunque al final el PP está tan liado con sus trajes que no es capaz de generar esa confianza que todos demandan.

    (Sígueme en www.jesusmontesinos.es y www.twitte.com/jmontesinos)

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