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Nada de lo que dicen es lo que parece

    Nunca pensé que una conversación me iba a cambiar las perspectivas. Las he cambiado por muchos motivos, por unas vueltas o por otras, o también ellas mismas se me han descubierto de otra forma. La vida y sus cosas, supongo, que siempre pasan por algún motivo.

    Aunque hoy por hoy, me atrevería a asegurar que hay personas que no cambian nunca de perspectivas, prefieren quedarse con las suyas y únicas antes que descubrir nuevas. Y cuando pienso en ello me da rabia porque la evolución no ha sucedido (o mejor, está sucediendo) para nada, sino para asegurar un progreso.

    Y por enfadar, también me enfadan aquellas perspectivas que se crean a partir de lo que alguien ha dicho. Se emite un juicio, se toma como verdad y ya se pueden armar nuestras opiniones. No se tratan de piezas lego que podamos montar y desmontar, las opiniones siempre alcanzan unas dimensiones personales. Y tener conciencia de ello es importante si, además, puedes alcanzar a muchas personas con ellas.

    Admito que yo misma he caído en ese hoyo, pero reconocerlo y trabajar cada día por tu criterio propio debería ser lo correcto. No paraba de pensar en ello escuchando a la escritora Ana Iris Simón la semana pasada en la Nau de la Universitat de València; vino a hablar de Feria su primer libro. Concluyó el acto y, conforme salía, escribí en las notas de mi móvil: “Qué poco cuesta escuchar bien las páginas y cuánto esfuerzo supone acordarse de la humanidad”.

    Era y soy conocedora de todo lo que en redes sociales se critica a Ana Iris por decir esto y aquello o por callar lo de más allá. La tildan de unos tintes que realmente no cogen el color que tiene y que amablemente nos demostró. Yo sé que nada de lo que dicen es lo que parece, y por ello fui; para conocer, para acercarme y comprobar si era verdad o mentira todo de lo que se le acusaba.

    Insisto, qué poco cuesta escuchar bien las páginas. Detrás de ellas hay una persona, una persona sobre la que caen como losas juicios y opiniones que hemos creído como mandamientos. Y como le ha ocurrido a ella, a miles de personas que deciden contar algo que después casi se les vuelve en contra. Si tenemos la oportunidad de saber si algo es verdad o mentira, ¿por qué no nos atrevemos a hacerlo? ¿Por qué nos conformamos con lo que dicen y hablan, en lugar de poner nuestro propio criterio?

    Estamos hablando de personas y sus ideas, de personas y sus recuerdos, de personas y sus vivencias, de personas y sus creaciones; no de procesos judiciales o de sesiones del Parlamento. Ni nos acordamos ya de que la literatura va más allá de lo que creamos o no.

    Mirad, no somos perfectos, cometemos errores (y con ello no estoy diciendo que Ana Iris los haya cometido en su libro ni mucho menos, de hecho, encuentras verdades). Algunas veces estos errores son intencionados, otras sin quererlos y el resto ni los veíamos venir. Pero aun a pesar de todo, ellos conforman nuestros aprendizajes, nuestras enseñanzas y lecciones. ¿No tenemos derecho entonces vivir todo eso?

    Si algo he aprendido de la docencia es que en cada etapa tocan vivir unos errores, tocan adquirir unos aprendizajes vitales y seguir con ello. Se llama madurar, se llama ir ensanchando un criterio propio. Eso no termina cuando comenzamos a ser adultos. Eso solo es el comienzo de una dinámica que debemos seguir cuidando para siempre. Juzgar los aciertos, errores, victorias y derrotas de los demás es peligroso, pero, en cualquier caso, siempre es mejor hacerlo desde el criterio propio y teniendo en cuenta todas las perspectivas.

    Coincidí en el baño con Ana Iris Simón antes de la charla que iba a dar, y me encontré con una mujer cercana, que se acuerda de sus amigos, que te cuenta historietas y que convive con sus ideas. La imagen viva de su libro, no de la extrema derecha como aseguran y no machista como afirman.

    Por favor, intentemos escuchar mejor las páginas y recordemos la humanidad que los escritores ponen en ellas. Acojamos los errores y aciertos de los demás como parte de su vida y de su desarrollo. Mantengamos un criterio propio y seamos valientes de descubrirlo.

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