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Por Manuel Altava
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Elecciones andaluzas

    Mientras la vida y la actualidad política vibrante de los tiempos de Zapatero con su crisis económica lampante, sus originalidades y funestas extravagancias ha venido copando toda la intensa actualidad informativa y vital, como en una batalla paralela, la actividad política andaluza ha corrido por sus propias pistas y topado con sus propios obstáculos.

    Tras las elecciones andaluzas de 1994 en que, de forma separada, los ciudadanos del sur acudieron a las urnas, el resto de las ocasiones los comicios se han celebrado invariablemente de manera conjunta con los correspondientes generales a Congreso y Senado (1996, 2000, 2004 y 2008). Sin embargo, tras década y media de adhesión electoral, y tras pensárselo mucho, la cúpula socialista gubernamental de los andaluces ha hecho una importante apuesta llena de estrategia. Es decir, separarse de la fecha electoral elegida por ZP –el 20 de noviembre- y alargar lo que se pueda la legislatura autonómica llevando las elecciones a marzo de 2012. Incluso algún vocero autorizado llegó a hablar de abril o hasta de mayo de difícil encaje legal.

    Todas las apuestas de la vida resultan arriesgadas, y ésta también. La decisión se basa en que en esta ocasión la coincidencia nacional no parece que vaya a ayudar a votar socialista, sino todo lo contrario. Es bien sabido que hay –suele haber- mayor participación cuando se trata de elegir las instituciones legislativas del Estado que dan paso directo a la conformación de gobierno. Y también es conocida la reiterada idea de que el aumento o la mayor participación favorece a la izquierda. Ello más un supuesto vigor nacional de la oferta del PSOE son los argumentos que hasta ahora sirvieron a los socialistas andaluces para coincidir.

    Pero el análisis actual difiere en sus resultados de anterior y las anteriores fortalezas se entienden ahora como debilidades. Por ello, se decide unilateralmente la separación temporal de ambas citas. La estrategia a seguir es la de elaborar un catálogo opositor a la acción del presumible gobierno del Partido Popular nacional salido de las urnas encajando cada decisión como perjudicial y muy contraria a los intereses de los andaluces, algo que ya demostraron saber hacer en el período 1996-2004 en que Aznar presidió el Gobierno. Los hombres y mujeres del presidente Griñán suponen, además, que la grave situación económica que atravesamos colocarán al futurible ejecutivo de Rajoy en la senda de las decisiones duras y austeras, idóneas para acusarle uno y otro día de todo lo imaginable.

    Sin embargo, la experiencia nos dice que cuando ambas citas electorales han coincidido, también lo han hecho los resultados. Por ello, abandonar esa fecha ha equivalido a renunciar a unos mínimos y, emprender el camino en solitario lleva también en sí mismo la posibilidad de –en plena caída- obtener una derrota aún mayor de la cantada para noviembre.

    Y es que la situación política andaluza no es mejor que la nacional. La irrupción de un tecnócrata de buenas maneras y mejor formación como Javier Arenas con su maestría y profesionalidad curtidas en mil y una batallas dialécticas y parlamentarias dejan poco lugar a la duda. El todavía jefe del ejecutivo andaluz flanqueado por un joven y agrio portavoz ha intentado hacer cohabitar su estilo y principios con la realidad de un partido -anclado en el mando durante treinta años- lleno de laberintos, discutibles hábitos de poder y algunas vergonzosas aventuras aún por saber como el asunto de los fraudes del Ere.

    Dicen que a Rubalcaba le han hecho el encargo de salvar los muebles. Nadie en el PSOE de Andalucía tiene esa misión, lo apuestan todo al rojo y,… pueden perderlo todo.

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