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Por Paco Ventura
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Una de adoquines

    No sé si a la gente le gusta recordar. Yo estimo que sí y por ese motivo hoy y por medio de esta columna, recordaré aquella gente que vivía en la calle en donde yo nací. Era la calle de La Merced. En ella podíamos encontrar una serie de “personajes” que cumplían, sobradamente, todos los niveles de lo que era en la época el carácter del “Burrianerisme de pro”.

    La familia de “Els Raxoleros”; “Les Reales”; Rafael “Sucs” (El fuster); El Soro; Salvador Dosdá; Romero; Bodí; “El Xato La Blanca”; “La Samper”, etc, etc.

    Pero entre todos destacaba, por su peculiar forma de actuar frente a las normas y obligaciones “impuestas” por el Ayuntamiento, el “Sinyo Manetes”. Todos en el Pueblo, o una gran mayoría, conocían la gran cantidad de inmuebles de los que era titular aquel hombre, aunque casi puedo aventurarme a manifestar que pocos conocían con exactitud, la ubicación de aquellos inmuebles de los que era propietario, a no ser que metamos en este saco a sus propios inquilinos.

    Hoy, por medio de la declaración de renta, “el fisco” nos tiene tan localizados, que hasta se atreve a remitirnos el borrador de la misma debidamente confeccionado y además, por el famoso C.I.F., conocen hasta la ropa que guardamos en cada uno de nuestros armarios.

    En nuestra Ciudad se aprovechó la época de instalación de la red de alcantarillado, para arrancar aquellos grandes adoquines de rodeno con los que estaban “empedradas” las calles, dejándolas, de forma provisional, de tierra debidamente rulada, que era una gozada para los jóvenes que circulábamos por ellas con la bicicleta de nuestros padres metiendo una pierna por entre el cuadro, ya que por encima de él no alcanzábamos los pedales.

    Mi tío Pepe, en aquel lugar conocido como “El Raseret”, que lo podríamos situar en donde hoy está ubicada la parada del autobús en la Ronda del Río, junto al puente de las carreteras de Vila-real y Almassora, “descuartizaba” los adoquines grandes y de ellos sacaba cuatro o seis adoquines más pequeños, con los que Diosdado “empedraba” las calles del Pueblo (el adoquinat). Fue entonces cuando la gente empezó a conocer la ubicación de los inmuebles del Sr. “Manetes”. ¿Por qué? Pues por la simple razón que, al no querer pagar la contribución especial que le correspondía por los metros de fachada de su inmueble, el Ayuntamiento dejaba este espacio sin “adoquinar”, circunstancia que a mí siempre me llamó la atención.

    Supongo que si aquel pedazo de calle se dejaba sin la debida remodelación por no pagar el propietario del inmueble, debería entenderse que el Ayuntamiento lo tenía “crudo” para reclamarle al “rebelde”, ya que de otra forma no se entendía. Lo que sí resultaba curioso en la época, era ver aquellos cuadrados o rectángulos de tierra, en los que, además de acumularse el agua de lluvia y embarrar así el resto de la calle, siempre se podían utilizar como una pequeña huerta, circunstancia que nadie aprovechó, o al menos yo no lo recuerdo.

    Me gustaría conocer como se resolvieron aquellas situaciones, pues es cierto que hoy ya no quedan espacios sin adoquinar, por lo que es de suponer que, en la actualidad, además de hacerse las cosas como Dios manda, tenemos adoquines suficientes para cubrir todas las calles de Burriana.

    Un ejemplo claro de la cantidad de “adoquines” de los que hoy disponemos en nuestra Ciudad, lo tenemos en la calle San Vicente, pues imagino que en la ejecución de la misma se habrá utilizado más de uno. ¿O no?

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