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Por Vicente García Nebot
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Cuento del agradecimiento estomacal

    Erase que se era un país del oriente de la península Ibérica que históricamente sus habitantes lo habían considerado como la “Tierra de la Flores, de la Luz y del Amor”. En este país sus dirigentes, unos tipos muy avispados, un día pesaron que la forma de tener muy contentos a la mayoría absoluta de sus súbditos podía ser darles a muchos de ellos un trabajo en las innumerables empresas públicas pagadas con los impuestos.

    Y, como había mucha riqueza, los ingresos suponían cantidades cada vez más elevadas y los jefes y dirigentes de aquel pueblo crearon más y más empresas, fundaciones y chiringuitos varios donde colocar a hijos de amigos, colaboradores y asesores de la nada. Estos empezaron a disfrutar de unas sensaciones estomacales que, como acto reflejo, les inducía a votar a favor de los capitostes una y otra vez. Y no solo ellos, también animaban a sus familias a hacer lo mismo, como es lógico. Incluso hacían esfuerzos inusitados para convencer a aquellos que no habían tenido a suerte de sentir esta sensación de saciedad en su estomago.

    Pero un día la riqueza de aquel país se agotó, tras su dilapidación en fiestas y fastos que tanto agradaban a su nobleza. Y los directivos y trabajadores de aquellos chiringuitos tuvieron que ser despedidos por cientos. Por miles. Y la sensación de felicidad y agradecimiento estomacal empezó a ser sustituida por una sensación de miedo genital, lo que vulgarmente ellos llamaban “acojone”. Ya que el panorama que se les ofrecía era el de dos años de paro subvencionado y después la nada.

    Y aquellos trabajadores, tan injustamente tratados, empezaron a pensar que, aquellos generosos dirigentes de antaño, tal vez no habrían sido todo lo buenos que ellos creían.

    Moraleja: El estomago es una víscera inconstante.

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