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Por Vicente García Nebot
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Un cortado con sacarina, por favor

    -“Para mí un cortado con sacarina”. “Yo, uno solo del tiempo”. “El mío corto con una nube de leche”. “Para mí un bombón”. “Pues a mí me pone un descafeinado con doble de azúcar”, - dijeron los del grupo de amigos en el chiringuito playero.

    -“Lo siento, pero tiene que ser café para todos”- les contestó el dueño del local.

    -“¡Hombre! ¿Y eso?¿Es que no tiene los otros ingredientes?- se quejaron al unísono los del grupo.

    -“No, si tenemos de todo”.- alegó el camarero- “Y con un poco de voluntad hasta les haría un carajillo o un café tocado de whisky”.

    -“Pues no lo entiendo” -dijo el que evidentemente era el líder del grupo-  “Entonces ¿tanto le cuesta prepararnos lo que le hemos pedido?”

    -“Es que la Constitución del 78 dijo que era café para todos y yo soy muy constitucionalista”- replicó el barman de chiringuito levantando el mentón y llevándose la mano al corazón como si fuese un estadounidense escuchando el himno nacional en la SuperBowl.

    Arqueando la ceja izquierda y poniendo las manos apoyadas en la silla de resina blanca, el que pidió el descafeinado dijo: “Nosotros también lo somos. Pero ya me dirá usted qué tiene que ver una cosa con la otra”.

    -“No puede ser y punto. La constitución es inmutable, impertérrita, incuestionable, impasible, impávida y no sé cuántos adjetivos calificativos que empiezan por “im” más”- dijo el viejo hostelero frunciendo el ceño.

    -“Mire que nos vamos”- amenazó la rubita que era claramente la que mandaba sobre el presunto líder del grupo.

    -“Ustedes no pueden irse. Eso también lo prohíbe la Constitución”.

    -“Pero ¿qué dice usted? ¡Sólo faltaría eso! Voy a hacer una consulta a todo el grupo, y como salga mayoría nos vamos.”

    Ante el guirigay que se montó, los grupos de alrededor, que estaban tan a gusto tomando sus cafés solos, empezaron a murmurar “pues que se vayan, que no hacen más que pedir”. “Empiezan pidiendo un café con leche y acaban pidiendo un café americano con cubitos y tocado de Baileys”. “No. Si ya verás. Al final querrán hasta nuestros cafés”.

    Y los del grupito respondón, levantando un poco la voz, lo justo para que los oyeran los demás, dijeron: “lo que pasa es que el café que se están tomando todos estos -señalando a las mesas de resina con tapete de papel que estaban alrededor- realmente las estamos pagando nosotros, ¡que lo sepáis!”

    Y el lío ya estaba montado. Los de la mesa de más al norte del chiringuito, que en años anteriores habían montado bastante gresca porque no les daban el café con goxua, estaban a la expectativa.

    “Mire, es que no queremos liarla. ¿Y si modernizáramos un poquito la Constitución y se pudiera tomar el café como más cómodo le hiciera sentirse? Al final, cada uno paga su consumición y santas pascuas. Y usted a funcionar con el chiringuito.”- le dijo un esmirriadete que había estado callado hasta el momento.

    “¡Hombre! Si eso no quita para que los que están tomando café solo puedan seguir tomándolo y les salga al mismo precio, tampoco debería suponerle mucho esfuerzo”- argumento la rubia mandona, con un tono pactista y condescendiente.

    “¡Que no, que no y que no! La constitución es inmutable, impertérrita, incuestionable, impasible, impávida y no sé cuántos adjetivos calificativos que empiezan por “im” más”- repitió el viejo camarero. Y con ello pareció que, más que un argumento, aquello era una cantinela aprendida sin demasiado fondo ideológico. “Aquí café para todos y punto” que es lo que suelen decir los padres a los hijos cuando todos los argumentos ya se han acabado, y estos acorralan a su paterfamilias.

    “Pues nos vamos”. “Pues que se vayan”. “Pues eso”. “Pues café para todos o nada”. “Pues nada”. “Pues adiós”.

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