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Por Ramón Jesús Pérez
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Las Calles del Viejo Castellón

    Cuando siempre se ha vivido en una ciudad, uno no se pone a pensar en la historia que tienen sus calles, en las mil leyendas que callan las paredes de los edificios más emblemáticos de la villa, en el encanto de cada rincón.

    La Edad Media tuvo su esplendor, cuado las tres culturas, árabe, judía y cristiana eran un modelo de convivencia; las peculiaridades de aquella época nos hacen gracia hoy en día. Así se explica porqué había peste, y lo digo en doble sentido…

    La vieja ciudad estaba rodeada de una muralla que se situaba en la calle Gobernador, y seguía hasta la plaza Borrell; servía para defenderse de los piratas y demás invasores.

    El nombre de la Plaza de María Agustina se debe a una criada con un gran corazón cuyos amos le daban mucha libertad, y la usaba para hacer el bien, era de color pero con un alma blanca dispuesta a ayudar a los demás.

    El actual Ayuntamiento era un cementerio, y el Fradí tenía una doble función: de alarma, tocando la campana, y como prisión; por cierto, el desagüe tiene forma de miembro masculino: ¿qué pasa? ¿Es que no habían presas?...

    La categorías de los entierros se medían por el número de asistentes; las familias, más pudientes pagaban a plañideras para adornad el cortejo fúnebre; eran costumbres de un Castellón Medieval.

    La primera escuela de niñas se encuentra en un callejón del casco antiguo, fue un leve inicio al feminismo en Castellón; aunque solo se impartiera tareas típicas de la mujer; es un dato importante que no hay que olvidar.

    En un callejón del centro, cuenta la leyenda que mataron a un monje: es una curiosidad que le da a la ciudad un cierto toque de misterio; nadie toque de misterio, que a uno, le dan ganas de pasear a media noche, bajo la luz naranja de las actuales farolas y sintiendo los cascos de las caballerías medievales.

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