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Por Vicent Albaro
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Las tradiciones masivas, en peligro de morir de éxito

    Han pasado las fiestas de Pascua como un suspiro, eso sí, pasadas por agua como los huevos con ese nombre que se paladean a la antigua, dentro de la jícara y con un poco de sal espolvoreada. Están deliciosos. Han pasado las fiestas en cada uno de nuestros pueblos, con su impronta y personalidad, con sus características peculiares, siempre con el afán de atraer visitantes, en una carrera loca por destacar cada singularidad que supere al vecino. Y es que con la crisis, los pueblos apuestan por atraer visitantes y cuantos más mejor. Ha comenzado la carrera del turismo comarcal, para paliar en buena medida, los desastres gubernamentales del paro y derivados. En mi pueblo, lo más importante es dar más rollos cada año superando al anterior. En otro, será hacer más paellas que la edición anterior, o más toros, o que vaya más juventud al baile, o vaya usted a saber.

    Y es que las fiestas son esenciales e irrepetibles en el calendario de nuestros pueblos, muy a pesar de la competición de nuestros mandatarios por destacar, y tener un minuto de gloria en la Tele Autonómica. Las tradiciones festivas nos definen como colectivo humano, lejos quedaron los años del desapego y la ignorancia, que dejaron casi extintas algunas tradiciones por las que hoy, hay bofetones para participar. Hemos pasado en tres décadas de aborrecer conceptos como “rural” , “artesanal” , “tradicional”, a venerarlos más que a los santos del lugar. Se ha pasado de denostar el origen pueblerino, a ensalzarlo como el súmum de la cultura y la modernidad. Pues qué quieren que les diga, que ni tan velludo ni tan calvo, ni estar en la clandestinidad para luego derrochar exhibicionismo, que en el término medio está la virtut. ¿O no?.

    Y es que con este éxtasis de reivindicación identitaria, podemos dar al traste con lo que fueron los orígenes de las fiestas, que se quieren promocionar y realzar. La gran mayoría de estos orígenes están ligados a esencias vitales: Vida, muerte, guerra, dolor, amor, pena, placer, trabajo, enfermedad, naturaleza y en casi todas la Divinidad. Porque las fiestas por ingenuas o sencillas que parezcan, no son casuales y menos, superficiales. Detrás de cada una de ellas, arraigadas, hondas y queridas existe un marcado ritual, construido por el esfuerzo y la voluntad colectiva a partir casi siempre, de una necesidad extrema que amenazaba la supervivencia de la colectividad. Y ese contenido ritual marcado en cada gesto de sus protagonistas, es lo que corre serio peligro hoy, pues en muchos casos los propios protagonistas, lo ignoran o tienden a modificarlo en aras del populismo, el turismo, el Interés de nosequé, etc... en cualquier caso tan malo era que se perdiera por desafección en la década de los 60-70, como que se prostituya hoy, en un terreno demasiado abonado para el éxito comercial, siempre poroso y permeable, como alejado al sentimiento atávico que lo engendró. No pondré ejemplos hoy, para no herir a nadie, y se que los lectores que me leen las identificarán muy rápido, no es muy difícil hacerlo.

    Por otro lado, esa masificación obedece casi siempre a la promoción en libros, revistas, prensa, televisión, etc... donde unos sesudos profesores o eruditos estudiosos, profundizan sobre la psicología, antropología, etnología y demás gías, que fascinan a los nuevos urbanitas, reconvertidos en rurales de fin de semana, con explicaciones racionales y “lógicas”, a menudo con pizcas de esoterismo, que le confieren a los actos ese gran atractivo, para almas sensibles de espectadores ocasionales, con cámara digital al último grito.

    Y es que el ser humano parece no tener término medio. Hemos pasado de bailar con el dulzainero grabado en una cinta de cassette portátil, a inundar nuestros pueblos de collas de dulzainas que van in crescendo y sin parar. A veces pienso que no somos conscientes de la riqueza que poseemos, ni la calibramos en su justa medida. No puede pasar una tradición exquisita, sencilla y austera a la pompa estruendosa, en aras del turismo local, por muy rentable que éste sea. Salvo que traicionemos a la historia y a nuestros antepasados.

    Nuestras fiestas y tradiciones, son una riqueza cíclica inmensa. Elaboradas por hombres, mujeres y niños de carne y hueso, por viejos de faz rústica y sonrisa inteligente e irónica, que entregan lo mejor de sí mismos. Con un origen y estructura compleja, que se pierde más allá de la memoria colectiva, ya que los documentos gráficos ardieron en cualquier revolución pasada, y ello da pábulos a enjuagues y repintados de poco arte y mal gusto. Creo sinceramente, que superada la etapa de su desaparición, es hora de despojarlas de los elementos impuros y devolverlas a su estado original, las que se puedan claro. Aunque para ello tengamos que escuchar la cantinela de los estudiosos, narrando la lista de los dioses paganos celtas, íberos o romanos, todo precristiano, como originarios de tanto festivo tradicional.

    Es como si veinte siglos de la venida de Cristo al mundo, no contaran para nada. Y hay que enmendarle la plana a la Iglesia Católica, monopolizadora de casi todas las fiestas. Lo que hay que ver. Yo por si acaso, le podría preguntar a un costalero de Sevilla, si se retuerce las cervicales por la Esperanza Macarena, o por la diosa pagana Osiris. A un Peregrino de Useras, si hace el arduo camino a Peñagolosa por San Juan Bautista, o por el dios Lug. Ya me sé la respuesta y usted también. Lo que pasa es que al final de todo, el que más vende es el provocador, altanero, contestatario e irrespetuoso. Es nuestro sino y así nos va.

    Lástima que con tan listos como nos creemos, no hayamos aprendido todavía casi nada, de tanto como nos enseñan estas antiguas y venerables tradiciones. Todo un despilfarro.

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    comentarios 2 comentarios
    Vicent Albaro
    Vicent Albaro
    11/05/2011 12:05
    En sintonía

    Gracias señor Mejías, pero vamos a ser muy pocos los que coincidamos con la ralidad que narra el escrito. La mayoría por que no lo ven, otros porque les da lo mismo, y los menos porque no les interesa. Siempre queda el consuelo de avivar las brasas, y recordarse a uno mismo que estamos en tierra de grandes sequías y terribles riadas. Paradójicamente, por eso disfrutamos de tradiciones tan bellas y ricas. Un saludo.

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