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Por Vicent Albaro
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De rosas y otros quebrantos

    FOTOS
    De rosas y otros quebrantos- (foto 1)
    De rosas y otros quebrantos- (foto 2)
    De rosas y otros quebrantos- (foto 3)

    Era el mes de mayo ya avanzado, y me robaron las rosas. Aquellos rosales que planté hace años para hacer el tapiz de comunión de mi primera nieta. Es tradición por estos lares, adornar las entradas de las casas con tapices florales y arcos de  enramada, dibujando con pétalos de color los elementos sacros del evento religioso que se celebra en ese día, el primer encuentro del niño con Jesús sacramentado. O lo que es lo mismo, la primera comunión. Y me robaron las rosas en ese mayo,  aquellos rosales que ya me preocupé de que fueran rosas perfumadas. Pues las hay sin perfume, como hay moreras sin moras y así un largo etc.

    No sé si sería para alguna comunión el objeto del hurto, o para adornar cualquier rincón hogareño que pasaría de insulso a vistoso y perfumado. Yo los vi, eran un matrimonio ya entrado en años, hasta tomé la matrícula y todo, y después…nada. ¿Para qué? Si lo pienso despacio y sin acalorarme con los desvelos del riego (hoy lo que no se riega, se muere agostado) o los sudores de la plantación y los arañazos con remate de gotitas de sangre de la poda. Si lo pienso despacio, no vale la pena el mínimo acaloramiento. Porque hemos llegado a tal punto de desalme social que no se respeta absolutamente nada. Y si se toleran otras mangancias mucho más graves y gigantescas con resultados sociales dramáticos, a quien le importan un puñado de rosas sustraídas por el morro, de un huerto familiar. ¡Que les aproveche!

    La cuestión es que aquí han pillado piedra con cantal, y ya se ha acostumbrado uno a la depredación de sus sudores en varias actividades a lo largo de los años. Y la afectación es menor aunque toque la moral, pues la piel encallecida y el alma acorazada te permiten el lujo de quitar hierro y no mandarlo todo a freír espárragos, que es lo que haría cualquiera que tocara a arrebato. ¿O sí?. Solo referiré la parte agrícola, la otra no merece la pena porque valgo más por lo que sé y callo, y no me apetece en absoluto desenterrar ningún hacha de guerra. No merece la pena. Porque ves y escuchas cosas que de verdad, sonrojan.

    Será la crisis o la mangancia, pero llevamos varias veces las casetas de campo abiertas y saqueadas. Denuncia, diligencias, inspección por la autoridad y al final, nada. Los cuatro aperos robados no merecen la pena, como las rosas. Pero el arreglo de la puerta y desperfectos cuesta un dineral. Pasa alguien por el camino y le apetece una goma de gotero, te la corta, se la lleva y adiós. ¿Vas a pelear? No merece la pena. Cuando no, es un tramo de valla o la leña o el estiércol. Así anda el patio. El ser humano ha perdido toda la humanidad, y no es de ahora pues esta letanía viene de mucho atrás.

    En cuanto a las cosechas en plan casolano, pues no hay volumen en superficie que permita trabajar a gran escala. Casi todo son minifundios de heredad familiar, y la mayoría abandonados a su suerte, o mala suerte esto es, yermos, muerte y fuego. Aquí se produce un fenómeno curioso, cuantas más fincas abandonadas menor superficie queda en producción. Así que toda la fauna de pelo y pluma de los alrededores y más lejanía, se concentra en esos oasis de verdor que cuestan de mantener muchos más sacrificios que una docena de rosales. Y hete aquí que las almendras se las agencian los jabalíes, igual que los nísperos y cualquier fruta o tubérculo a su rastrero alcance. Faltaban los corzos para ramonear los brotes tiernos de los plantones.  Los frutos de más arriba como nísperos, albaricoques o higos, se encargan una legión de emplumados, encabezados por los estorninos de dejarte el hueso y la piel. En cuanto a la viña por ser plantas rastreras, aquí se ceban todos, los de pelo y pluma de forma inmisericorde. Al final de la fiesta, cosecha casi cero o nada de nada. Como las rosas pero sin dos piernas, que a veces también.

    Si con todo, sumas y restas la congoja es monumental. Sequías. Luchar contra las plagas que arruinan cosechas, pues sin sulfatar no recoges. Vamos marchando de nada en nada. Los precios de estos productos están por las nubes, sin contar las prohibiciones de químicos efectivos, eliminados de la lista comercial. Los de ahora apenas matan las plagas, las engorda; o hay que aplicar de continuo y no siempre se puede por diversas causas (climatológicas, personales, etc.), luego el resultado incierto cuando no, penoso. Para sulfatar necesitas un carnet de la administración, vaya el dato por delante.  Si a todo esto le vas añadiendo las pegas y complicaciones para quemar los restos de poda, una odisea para cualquiera mayor de sesenta años, que son a la postre los usuarios de este servicio.  Y ahora amenazan con prohibirlo, el colmo de los despropósitos.  Gastos de poda y labrantío y el mantenimiento de paredes de piedra seca y linderos con desbroce al precio del diesel o la gasolina, si vas sumando sudores y dolor de espalda, llegas a la conclusión que en el bar con la fresquita y espumosa cerveza se está mucho mejor. O ir de fiesta en fiesta, que algo picarás por la jeta. Y al resto que le den por donde cuecen los pepinos.

    Dígame si el que mantiene una finca productiva por estos contornos, tiene o no tiene mérito. Más de uno dirá, lo hacen porque les gusta si no, no lo harían. Y puede que tengan razón, y a lo mejor habrá que hacerles caso porque gustar ya menos, y los gustos se convierten en disgustos y quebrantos muy grandes y continuados. Así que la moral agrícola doméstica está cada vez en mayor retroceso. Y si lo piensas, no hay ningún agricultor o ganadero contento, si hasta los profesionales braman por competencias desleales y bajos precios en el mercado, abandonados por la administración ¿qué será de estas mini parcelas, diseminadas por un término ruinoso, yermo, esquilmado y devorado por una plaga de pinos incontrolados…?

    Juro por mi santo patrón que yo solo quería hablar de rosas, las que me birlaron una tarde de mayo, pero se me ha ido el santo al cielo y me he enzarzado en otras tribulaciones camperas que minan la moral, cuando las fuerzas empiezan a aflojar y los esfuerzos y sudores ya no compensan, ni práctica ni  moralmente.  Como decía aquel santo Papa: “Totus tuus”, en román paladino, todo para vosotros chupatintas mangarrufos y que os aproveche. 

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