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Por Vicent Albaro
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La patada en la puerta

    Es la noche de Pascua en la iglesia de la Asunción de mi pueblo, Alcora. Se está celebrando con la solemnidad que requiere el acto, la Vigilia Pascual. Según el Misal Romano, es la madre de todas las vigilias porque en ella se celebra, el acontecimiento cumbre de la historia de la salvación: la Resurrección del Señor. Los bancos están repletos de fieles, las autoridades locales ocupan los primeros sitios. Ya se ha cantado el pregón, renovado las promesas bautismales y el oficiante está realizando distintas moniciones.

    Por el callejón contiguo se oyen voces de jóvenes en plena juerga nocturna, de pronto se callan y una sonora patada, que digo patada, un patadón en la puerta de madera retumba por toda la iglesia desde el presbiterio hasta el coro, dejando pasmados y en sorpresivo vilo a los fieles parroquianos. El sacerdote con tono sereno, pronuncia un acertado comentario: “Esta es nuestra juventud”. Sin ánimo de rectificar al presbítero, no toda, pero si una gran mayoría.

    Y mira por donde que antes del mazazo y oyendo el griterío, me vino un intento de salir y apaciguar a la cuadrilla ya que mi asiento era el más próximo a la puerta, pero mi mujer que ya me conoce, me lo impidió. Comenzó por recordarme los disgustos de mi etapa concejalera al enfrentarme a bárbaros similares de rostro imberbe, cuando forcejeaban por arrancar los arbolitos recién plantados, de los alcorques de la Pista Jardín.

    Uno podrá darle la importancia que quiera al asunto, pero el sonoro patadón no dejó indiferente a nadie. Otra cosa es, cómo reaccionar al mini atentado a mi libertad de asistir a la madre de todas las Vigilias, sin que un grupo de niñatos/atas malcriados/adas me cabreen y me revienten la mística de este acto señero en el calendario litúrgico.

    Y es que en este país se empieza dando patadas a las puertas de las iglesias, y se acaba derribándolas y pegando fuego a todo el combustible de su interior. No hay término medio. A fuerza de proteger a los jóvenes, los hemos convertido en una especie de tiranuelos pseudo delincuentes, conscientes de que todo les va a salir gratis. Malcriados hasta la saciedad, esta generación va a dar mucho que hablar en el futuro, sino al tiempo. Exageradamente mimados por sus padres, desahuciados por un profesorado impotente de implantar la mínima disciplina, maestros que llegan hasta la depresión, por su incapacidad de contener a estos pequeños monstruos que no tienen medio cachete. Pero que unas leyes ñoñas y unos planes de educación inútiles, les han convertido en una plaga de imberbes ególatras, dedicados a buscar el placer y la diversión a costa de lo que sea y de quien sea. A costa de vecinos insomnes, carne de suicidio social, mientras la chusma se emborracha con cubatas de garrafón en botellones masivos y no selectivos, jodiendo a todo dios desde la primera planta hasta el ático. Además de malgastar pasta gansa del erario público en limpiezas mañaneras de toneladas de desechos y agrias vomiteras etílicas.

    Los de la patada en la puerta de mi iglesia, su iglesia, si están bautizados y han tomado en ella la primera comunión vestiditos de princesa o marinero, son unos cafres como otros tantos que se ponen de canutos hasta el culo, en la gran droguería de mi pueblo. Malgastan su tiempo amancebados en tugurios llamados garitos, donde juegan a las videoconsolas de todo tipo. Se regodean con las series televisivas de moda, donde la familia católica es vejada y ridiculizada y jalean las graciosillas imprecaciones, cuando no insultos anticlericales de los millonarios Wyoming y Buenafuente, como buenos monaguillos del ateo progresismo reinante. Todo, ante el beneplácito protector de la política repartidora de condones, dispensadora de pastillas postcoitales, que mata a los niños y protege como el súmum de la sensibilidad, al lince ibérico.

    No se que pasaría por la cabeza de las autoridades locales allí presentes, en pleno y en primera línea. Me imagino que nada. Después de afirmar públicamente, que la policía no puede perseguir a una cuadrilla de delincuentes lapidarios de calvarios, por miedo a que en su huida de la pasma, puedan caer y hacerse daño. Con estos mimbres se pueden tejer pocos cestos.

    Solo un ex juez de paz se levantó delante de mí, al cabo del rato cuando la patada aún retumbada en nuestros oídos. Los profanadores sonoros y sus risotadas, ya se perdían corriendo a toda leche por el fondo del callejón venerable. Y aunque quisieron hacernos la pascua no lo consiguieron, Cristo había resucitado en la liturgia católica con un solemne patadón a la piedra del sepulcro. El chocolate y las cocas del fin de fiesta, fueron una reparadora delicia.

      

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    comentarios 2 comentarios
    Vicente Albaro
    Vicente Albaro
    16/09/2010 10:09
    El juez

    Amigo Marjalero, ¿A qué juez te refieres entu escrito?.

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