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Por Vicent Albaro
Camins de l´Alcora - RSS

Las nieves del Peñagolosa

    La blancura nívea del pico del Peñagolosa acontece estacionalmente entre los meses de enero, febrero y marzo. No es difícil en plenas fiestas de la Magdalena, que nuestra emblemática montaña se pinte de blanco, en las tan frecuentes como tardías nevadas, del umbral de la incipiente primavera. Cada vez que caen cuatro copos, ya no nieva como antes ni hay deshielos como toca, escuadrones de curiosos acompañados por cámaras de canal 9, acuden a narrar el evento, a extasiarse con el bucólico paisaje para mostrar al televidente, a los masoveros que soportan la vida genuina en el campo y gente de los pueblos del interior, cómo acarrean la leña y encienden los hogares. O los carámbanos que se estilizan puntiagudos en las fuentes y en el borde de los tejados.

    Pero esta sugerente blancura, que se vislumbra en una línea curva perfilando la cumbre y montes adyacentes, que atrae a hambrientos fisgones de parajes impolutos a pisotear y atacarse festivamente con puñados de nieve… unos cuantos kilómetros más hacia la costa, esa blancura representa la mayoría de las veces, el fin de una cosecha: la de la almendra. Y paradojas de la vida, los almendros en flor, son como otra nevada de secano sobre los bancales de nuestros campos, tan atrayentes y poéticos como la nieve. Pero víctimas de un drama consustancial al que el labrador teme como nadie. La helada.

    Si estuviéramos en otro país, el almendro sería un árbol protegido, igual que su cultivo. Es un fruto rico en proteínas, utilizable en un sinfín de recetas culinarias, sabroso en el gusto como aperitivo y muy nutritivo. Alma mater de nuestra repostería tradicional y del famoso turrón, en todas las variedades clásicas. Si estuviéramos en otro país, este árbol que resiste las sequías y sostiene la tierra ante la erosión, que muchas veces es el único cultivo posible en según qué zonas, sería promocionado y cuidado en su real valor. Hasta se harían excursiones de turismo rural para ver su floración, tal como ocurre en el valle del Jerte.

    ¿Entonces…qué puñetas le pasa al almendro?. Lo de siempre. Lo que le está pasando a todo producto patrio. Las importaciones de almendra turca, californiana, y del exterior en general , arruina a los pobres agricultores pagándola a precios de risa, con lo que no dan la mínima rentabilidad y acaban abandonados a su suerte, en un tremendo erial de brozas y ramajes anárquicos. A la espera de que sus cuerpos enfermizos, se vendan a los depredadores de leña comercial, y utilizada para calentar la chimenea de cualquier defensor de la naturaleza disney. Así que las nieves del Peñagolosa, aún siendo terribles para los almendros, no dejan de ser una broma comparada con la desidia de quien debe velar, para que el personal de estos contornos pueda ganarse el pan con trabajo y dignidad.

    Leía hace años a un autor que me fascinaba con su visión del campo castellonense. Alabando desde los últimos aledaños del revuelto graderío geológico hasta la vista del mar. Cuando la tierra deja de ser pelada altura, heroico bancal, caliza yerma, rambla seca y sedienta ladera, lijada por una erosión milenaria para transformarse con esfuerzo y sudores, en huerta y jardín fecundos. ¿Dónde están los moldeadores de este paisaje?. ¿Dónde el hombre que con su trabajo, con esos brazos fuertes y codicioso empeño, creó esta riqueza para sustentar su vida, tanto en secano como en regadío?. ¿Adónde fue toda esa cultura de trabajo y de vida que hoy parece, -ya no valorar-, sino ver, nadie?. Qué pena.

    La Comunidad Valenciana llegó a ser la segunda productora de almendra de España tras Andalucía no hace mucho. En los años setenta se plantaron innumerables almendros de la variedad Marcona, en una ilusionada apuesta por rentabilizar aquellos adustos secanos de nuestras comarcas. Como pasa hoy con los naranjos, el fruto velloso de aquellas flores nevadas, quedó en ruina y miseria. No tenemos remedio. Ni lo tendremos, hasta que no sepamos apreciar el valor de lo nuestro. En ese particular y menfótico ADN casolano, existe un retorcido y acomplejado resorte, que nos hace prestigiar mucho lo de fuera y despreciar lo de casa. Así ha sido desde tiempo inmemorial. Luego no nos extrañe que de aquellos polvos resulten estos lodos.

    Las nieves del Peñagolosa blanquean nuestras cumbres con pureza albina. La flor de los almendros son un preludio de la primavera, hoy en día casi un accidente en el paisaje rural. Pero siguen milagrosamente pintando de ternura, con sus flores blancas y rosadas, nuestros imposibles campos. Si fuéramos un pueblo culto, amante de lo bello y sensibles a la realidad del entorno, protegeríamos a nuestros almendros. Aunque no dieran mayor fruto, y solo fuera por la sinfonía de pulcritud que cada año nos regalan con sus flores, en cualquier perdido rincón de nuestros campos. “Et in arcadia ego”. Cochina perra.

     

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    comentarios 3 comentarios
    Vicent Albaro
    Vicent Albaro
    07/02/2012 10:02
    Agraiment

    Gràcies en Vicent!. Però no puc remediar-ho. cada erm que veig en les mateixes caminades que tu també fas, es com una derrota existencial, una mena de tristor i desolació m'embarga. No puc evitarlo, ni crec que a este altures, podré ja mai.

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