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Por Vicent Albaro
Camins de l´Alcora - RSS

La mili en Cartagena

    Los caminos de Alcora nos llevaron a muchos vía ferrocarril con vagones destartalados, a la marinera ciudad de Cartagena. Eran otros tiempos, cuando la mili, representaba un paréntesis en la vida de cualquier mozo declarado útil. Cuando las fiestas de los quintos en los pueblos tenían algo de sentido, y la complacencia del vecindario. Entrar en quintas, no siempre fue una oportunidad en la vida, sino todo lo contrario, el final dramático en cualquier conflicto interno o externo de esta mal gobernada y extenuada piel de toro.

    Acabo de llegar al hotel, dejo el equipaje y una fuerza interior me empuja a estirar las piernas, Cartagena bien vale un paseo. La tarde es gris con un vientecillo frío y molesto. Me encamino hacia los lugares señeros que conocí en otros tiempos. A medida que avanzo a la parte antigua de la ciudad, ya nada es igual. Los bizarros cuarteles se han convertido en centros culturales y educativos, la parte nueva se ha expandido una enormidad. El casco viejo está entre derruido, mohoso y renovado con aires modernistas. El Molinete, antiguo barrio de las putas, es ahora un inmenso yacimiento arqueológico que se exhibe bajo el pomposo cartel de “La ciudad de Asdrúbal”. La discoteca la Dama de Oro ya no existe, se murió con John Travolta. Como no acabo de encontrarme, busco la calle mayor, ahí está capitanía más sola que la una, sin un policía naval de guardia, no hay saludos ni cornetín, ni nada. Por las calles no se ve ni un mal marinero raso con su Lepanto, ni siquiera oficiales, vacío. Observo a los viejos tras el cristal del casino cartagenero, todos los tertulianos tienen cara de militares jubilados. La de saludos que he dado yo por esta calle, a todo dios, de sargento para arriba.

    Busco una tienda de efectos marineros, en la misma manzana del cine donde nos evadíamos de guardias y retretas, un cine de nombre evocador y sugerente, Mariola. Aquí solo hay una tienda de chinos y una oficina bancaria. Por la calle me voy cruzando con un montón de magrebíes, hay más que cartageneros, definitivamente la invasión ya ha comenzado. Camino largo rato hasta la plaza de los héroes de Cavite, hay una tienda de efectos marineros y compro algunas bagatelas. Le pregunto por artículos militares a la joven. Me da no se qué tener unos galones de cabo verde, los mismos que tiré por la ventanilla del autobús de la Unión de Benisa. Trato de recuperar algo en qué palpar mi añoranza. Pero no hay suerte, me dice la muchacha que no queda nada de eso. Todo se extinguió ya hace años, como los militares. Me dice que ahora Cartagena está más bonita, su puerto...yo no se que decirle, se me escapa un –estoy raro, no me acabo de encontrar-. Claro, que coño voy a encontrar, treinta años después de que me dieran la blanca y saliera de allí cagando leches.

    Escudriño de veras las calles, las caras, los edificios. Intento oler los efluvios de los bares, el pisto de lomo con tomate, los completos, las tapas de la mejillonera, oiga, nada de nada. Ni un mal infante de marina con su gorra de músico, ni un soldado de tierra del cuartel de artillería, donde seguro que habrán puesto un museo. Me doy cuenta que he decepcionado a la dependienta, la tarde gris y el cansancio acumulado del viaje, la verdad es que no ayudan. Pero a fe mía, que esto no es Cartagena. Al menos no la del monte sin leña, mar sin pescado, mujeres putas y niños maleducados.

    Me cae una gota de lluvia en la frente y alzo la vista, en un balcón cuelgan los emblemas morado y rojo de californios y marrajos. ¡Ah!, claro, es que la semana santa está a un paso y eso supongo que no habrá cambiado, ¿Seguirán con la costumbre de arrestar a San Pedro por llegar tarde al Arsenal?. Seguro que hay cosas que nunca cambian como sus aspiraciones cantonales, rubricadas en una pintada de tapia de solar que reza: “Cartagena provincia”. Aquí al menos piden provincia y no país.

    Me vuelvo al hotel Alfonso XIII decepcionado, definitivamente ésta no es mi Cartagena, que me la han cambiado. No he ido al puerto y no se si habrá fragatas atracadas o destructores. ¿Estarán en Libia?. Lo que se seguro es que no andan tras los piratas somalíes ni de maniobras, con la crisis y el despilfarro no hay presupuesto. A lo mejor están en la base de submarinos, donde habrán hecho otro museo. Y es que últimamente a todos nuestros políticos les da por hacer museos, hasta yo mismo creo estar viviendo dentro de uno.

    En la cafetería del hotel, abro un libro de uno de mis escritores favoritos: Arturo Pérez-Reverte de la Real Academia, cartagenero de origen y amante de la guillotina práctica. Se llama “Cuando éramos Honrados Mercenarios”, trata de artículos publicados en prensa. Es el típico libro que puedes abrirlo por donde quieras, son temas aleatorios de actualidad, y en la página ciento cuarenta y dos, habla de un almirante jubilado. Mientras paladeo un cortado en la cafetería del hotel, busco la fotografía de la Cartagena que acabo de visitar, plasmada en estas líneas que devoro con sonrisa maliciosa, y no tienen desperdicio. El retrato de su viejo amigo militar acaba con un sonoro: ¡Éramos marinos de guerra y a mucha honra!. Pues eso, éramos popeyes en Cartagena y a mucha honra.

     

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    comentarios 3 comentarios
    Llenyador
    Llenyador
    11/04/2011 11:04
    Recordar con alegría siempre es grato.

    Agradezco sinceramente su contestación, pues en su tiempo creo era 1981, ya era todo diferente, salvo el aprender "la Salve Marinera". Antes solamente se podía ingresar en la mili marinera ya fuese en sus vertientes: marineria o infanteria de marina, el ser inscripto y faenar en buques mercantes, veleros de carga o dedicado como profesión a la pesca embarcado. A aquellos, cual es mi caso y el de "cientos" les atraía mucho la marina, "era valga el "palabro": la Marina diferente en elegancia a la " vulgar mili terraquea". Así pues Marina y Aviación eran las preferidas en ese orden . Se falsificaban en lo referente a marina embarques ya fuesen en barcas dedicadas a la pesca, pues de lo contrario no se podía ir a esa forma de mili aristocrática" por sus uniformes en "cantidad" y calidad para aquellos años. La ventaja que se sacaba de esos peludos de tierra", es que les venían muy bien estos muchachos ya con una formación escolar que resolvia las papeleta de alfabetizar a los "otros".

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