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Por Vicent Albaro
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Faltan perdices, sobran jabalíes

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    Faltan perdices, sobran jabalíes- (foto 1)
    Faltan perdices, sobran jabalíes- (foto 2)

    Hace tiempo leí un artículo bastante sensato de un ecólogo, que venía a decir que los territorios que llamamos naturales en realidad no lo son Y la importancia de su conservación, o deterioro, depende del uso y manejo que los campesinos hagan de ellos. Al final del sesudo estudio, concluía que la ciencia biológica no tiene la solución a la pérdida de hábitats, al problema actual de gestión del ecosistema rural más auténtico, si no se retoma  la activación urgente de la cultura del territorio, muy localizada y estructurada, que fue quien los creó.

    Trasladado a nuestro entorno inmediato podríamos afirmar que cuando en un territorio faltan perdices, y sobran jabalíes, habría que comprobar cómo han desaparecido las comunidades campesinas que habían logrado un orden propicio para que las perdices tuvieran su hábitat y los jabalíes no destrozaran los cultivos.

    Tengo amigos y familiares cazadores que te cuentan el mal estado de la perdiz en nuestros campos, y cómo el jabalí se ha convertido en una plaga incontrolada. Con batidas o sin batidas no hay forma de regular sus poblaciones en aumento exponencial. Hay un pregunta en el aire que flota en el mundo rural… ¿Por qué la biología se ha cebado con los usuarios del campo, ensañándose en prohibiciones y no ha tenido en cuenta el sentido práctico y humanístico de estos colectivos? ¿Por qué la biología ha estado más atenta a colectivos animalistas, alejados de la realidad campesina y demasiado apegados a sus dogmas proteccionistas, trufados de prejuicios ideológicos convertidos ya en laica religión? Ésta sería una buena reflexión, sobre cuando la ciencia pierde el objetivo de solucionar los problemas sociales y busca lograr prestigio corporativo o político.

    Los factores que hacen que la perdiz se extinga en nuestros campos, y los jabalíes anden por las calles son los relativos a alimentación, refugio y depredación. A comienzos del siglo XX nuestros pueblos eran esencialmente rurales, sus campos estaban perfectamente ordenados en diversidad de cultivos, un mosaico pensado para obtener un poco de todo y que no faltara de nada, con cabañas ganaderas ajustadas a los pastos, y unas ordenanzas perfectamente reguladas. En ese tiempo perdices, codornices, alondras, etc. tenían su hábitat óptimo: trigales, cebadas, alfalfas, verduras, frutales de todo tipo que salían del pueblo y se diseminaban hasta el último rincón del término. Un monte bajo rasurado, los barrancos y fuentes limpias y unos depredadores que los paisanos se encargaban de mantener a raya.La diversidad de especies era mayor y su capacidad de disponer comida grandísima con unas bajas mínimas por depredación y hambruna, comparadas con su alta reproducción.

    Cien años después no hay rastro de cereales en el monte, los matorrales han colapsado los bancales, los pinos han engullido el paisaje y los depredadores silvestres viven cada noche sus orgías de sangre. La perdiz se acabó el día que el paisano dejó de sembrar su parcela de trigo para que la mujer, amasara pan y pastas en las fiestas patronales. En pleno siglo XXI la cosa ha cambiado totalmente. Vivimos en ciudades, o en pueblos con mentalidad ciudadana que no rural. Las culturas del territorio que trajinaban los campos y su naturaleza asociada casi han desaparecido, por ello la alimentación, refugio y depredación de la fauna se ha vuelto en contra de las especies más débiles como la perdiz. Mientras todo ese matorral y bosque tupido le da al jabalí protección y alimento para procrear en abundancia y campar a sus anchas como se viene demostrando.

    Y aunque no lo quieran ver, estamos ante un problema político, territorial, geográfico y agroecológico. La asfixia del monte anárquico sin cultivar, elimina árboles autóctonos y el manto de arbustos y plantas olorosas típicamente mediterráneas, romeos, tomillos, jaras, etc. soporte vital alimentario de abejas, mariposas y otros insectos que liban pólenes. Los pastores y agricultores nunca degradaron el monte como les gusta decir a algunos iluminados de salón, crearon un paisaje cultural más rico y diverso. Crearon un país y su historia. Está muy bien ponerle nombres a los bichos y flores, estudiarlos…pero es mucho más importante haber creado el espacio, el ecosistema para que todo ese mundo natural se desarrolle. Y eso lo ha hecho la cultura de los paisanos con su empírico conocimiento.

    Haber maltratado, denostado o incluso prohibido la historia agroecólogica local y regional, ha sido un error mayúsculo porque ha destruido una dinámica vital para la conservación de nuestros campos. Hará falta mucha perspectiva científica adobada de humildad para retornar con eficacia la resurrección del paisanaje regional y dialogar con los autores del paisaje sin prepotencias científicas, y humilde colaboración. Decía Ortega: ”Yo, que soy profesor de universidad, necesito la colaboración y pensamiento del aldeano mucho más que ellos del mío”

    Y mientras esta amnesia continúe, nos distraeremos con las Santantonadas, Fiestas populares de todo tipo, recreando aquello que se perdió y por lo que nadie vertió ni una lágrima. En algunos casos se ha perdido todo, en otros aún se atisba resistencia y devoción por mantener esa irrepetible forma de vida. Pero por lo general, queda el recuerdo y demasiadas caricaturas de algo tan serio y vital, como la conservación de nuestros campos por los que se fueron, y veremos si alguna vez retornan los verdaderos amantes de la Naturaleza. Mientras esperamos, estamos sin perdices y con jabalíes arrasándolo todo.  

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