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Por Vicent Albaro
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El escupidero cobarde y la mala baba

    Cuando era niño, el escupir era un signo de hombría, de independencia, de machismo, de seguridad y de superioridad jerárquica. Los niños de entonces, hacíamos concursos de escupir a distancia como deporte al uso, mientras el jefe de la pandilla tenía el privilegio exclusivo de escupir el primero. Un signo de rebeldía o de ataque, era escupirle a la cara al contrario. Si te pillaban con un esputo a contrapelo, las comadres del pueblo te tildaban con aquella frase efusivamente condenatoria de: ¡Judío! y te podías llevar un alpargatazo. Casi todo el mundo escupía hasta tal punto, que en ciertos lugares rezaba un airoso cartel con aquello de: “Prohibido escupir y blasfemar”.

    Después de que el socialista Alfonso Guerra, proclamara la desgraciada sentencia, a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Ya casi no se escupe, al menos en público, todo el mundo parece haberse refinado la leche y, la compostura y los buenos modos, campean por lo general. Ahora bien, puede que no se escupa con el hecho fisiológico de lanzar un salivazo con o sin moco, a la acera o al adversario en liza, pero hay otro tipo de escupitajos peores y que duelen más. Estos modernos salivazos se lanzan por comentarios hirientes en las redes sociales de Internet. Son generalmente anónimos y cobardes, con lo que el destinatario del espumarajo, aguanta la ofensiva matraca, indefenso y desconcertado. Al menos un salivazo a la cara, por primario y asqueroso que pueda parecer, te permite defenderte y/o contraatacar. Los comentarios ofensivos, insultantes y degradantes en la red, no.

    Soy de los que cree que todo el mundo tiene derecho a expresarse con libertad, aún con dureza y cierta dosis de rencor. Cuando algo se odia, es que antes hubo amor. Del amor al odio siempre hay un paso, y más corto de lo que pensamos. Pero vituperar a alguien desde el emboscado anonimato, me parece cobarde y pueril. Como decían nuestros viejos, hay que ir de cara, y no por detrás. O las verdades a la cara. Pero parece ser que todo el refinamiento adquirido con la desaparición de los pegajosos esputos al viento, se quiebra y reconvierte en escupir al contrincante, adversario, enemigo, odiado, rival, etc…desde un diario digital, con comentarios absolutamente vejatorios y venenosos.

    Yo creía que la estupidez, la insolidaridad, la incultura, la eterna mala baba del españolito reprimido, tenía arreglo con los nuevos tiempos democráticos, que daban oportunidad de expresarse sin censuras ni mordazas. Pero veo que no. Una vez más, estaba equivocado y van no sé cuantas. En mi pueblo, coexiste una envilecida y analfabeta gentuza, cobarde y traidora hasta el tuétano que en un periódico digital, -mala caricatura de éste-, de cuyo nombre no quisiera acordarme, se saca a pasear a cualquiera por una turba enloquecida, camino de su particular bastilla. El tema es viejo, no es de ahora. Lo de ahora es, la elevación de tono del vocabulario malsonante y grosero utilizado, según quién esté en el centro de la diana. Pocas veces he visto manifestaciones firmadas en ese lugar, por lo general respetuosas, y casi siempre con los mismos nombres. Desde que me pusieron en solfa a raíz de un problema personal, de ello hace años, me propuse no entrar ni comentar tamaño estercolero. Pero ocurre que a un amigo cercano, le han usurpado su identidad en ese maremagnum de improperios, y me he visto forzado y de mala gana, a atravesar de nuevo ese bosque de escupitajos tuberculosos colgantes, para echarle una mano al zaherido en su honor.

    Pero tanto peores o más que los escribanos venenosos, son los agazapados invisibles que se regodean desde la intimidad de su caverna, con las maldades proferidas al prójimo. Haciendo más tarde profusión, apología, escarnio y mofa de tales comentarios basura en sus reuniones, tertulias y “norias y sálvames” domésticos. Estos/as las matan callando a boca llena, y son tan necios/as – y es que no aprenden-, no se dan cuenta que en cuanto desaparezcan de la tertulia, con esos hábitos insalubres y maledicentes, también son objetivo de sus propios pregones basura. Todo el mundo quiere repartir estopa, debe ser que esa acción libera tensiones reprimidas y alza el ego acomplejado o depresivo. Lo que ocurre, es que en este abominable circo romano, los que jalean desde las gradas pueden ser mañana pasto de los leones, o quemados en la hoguera cesarina.

    Mientras que los cobardes seudo/anónimos, sigan ametrallando al iluso que cruce el umbral de su puerta, con el fin de realizar cualquier actividad más o menos filantrópica, en la faceta que sea. Mientras una legión de ociosos resentidos, estén vituperando y descarnando las vísceras de esas víctimas propiciatorias, en el circus máximus del cotilleo local, estamos perdidos. Con el temperamento frío o menfótico. El exagerado temor al ridículo. La autocomplacencia arraigada en el santo y seña de nuestro gentilicio, apaga y vámonos. Luego vendrán los lloriqueos de falsa plañidera, enumerando las carencias y deficiencias patrias. Todo milongas y frases hechas de zánganos resentidos que jalean el mal ajeno.

    En cuanto al responsable de que esa corrompida miseria verbal vea la luz, ya le vale. No conoce la moral ni ética periodísticas. Y si las conoce, no las practica o las sacrifica por un plato de lentejas. Eso sí, lentejas agusanadas, duras como piedras y podridas como su alma negra, tiznada por la mano infecta del mismo diablo. Pues alguien que la vende por el regodeo y mercadeo cobardes. Propiciando el insulto y la vejación, a costa de la fama del prójimo. Tanto sea hombre y mujer; de derechas o de izquierdas, alto, bajo, feo o guapo, joven, viejo o mediopensionista. Quien da pábulo a tanta escatología, merece todo mi desprecio y el de cualquier persona con un mínimo de sentido ético de la vida. El escupidero sigue vigente, y llenando de oprobio la vida local. De penita, pena.

     

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    comentarios 4 comentarios
    Vicente Albaro
    Vicente Albaro
    11/11/2011 08:11
    Permiso concedido

    Hay que rebajar los tonos malsonantes y que impere el respeto. Todo cuanto se haga para favorecer la convivencia y decoro de las personas es poco.

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