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Por Vicent Albaro
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La Bultaco Sherpa, un sueño de Reyes

    En estos días de fraternidad navideña, de reencuentros y buenos deseos, he tenido la oportunidad de compartir mesa con un viejo amigo. Convivimos en nuestra juventud muchos años, la afición al trial nos unió entre mediados de los años setenta, y finales de los ochenta. Un deporte extraño practicado por gente extraña, que utilizaba las motocicletas no para ir por la carretera como todo el mundo, sino para subir ribazos y bancales, y cruzar el río. Al menos eso era lo que decían los viejos, que miraban pasmados nuestras piruetas por las afueras del pueblo.

    Mi amigo, cuyo nombre obviaré para que algunos “tiquis miquis” que me leen, no malinterpreten el asunto y vayan a contárselo todo al revés, pues mi anónimo amigo, me confesaba que a mediados de los setenta cuando iba al instituto Ribalta, se pasaba las horas muertas en una tienda aledaña a la calle san Vicente, próxima a la plaza de toros de Castellón. La frente pegada al escaparate, la bolsa de Alcides en el suelo, y la mirada fija al interior, donde en fila y a ambos lados, se desparramaban motocicletas en batería desde el mismo escaparate hasta el mostrador. Se mostraban para la venta muchas máquinas, y de varios tipos y marcas. Pero sus ojos se desviaban siempre hacia la parte que posaban las Montesas Cota 49, 123 y 247, la Fura, y la Escorpión. Y las Bultaco Lobito, Alpina y en especial la Sherpa. Su joven mirada limpia y soñadora se detenía siempre, de entre el frenesí colorista motorizado, como en una especie de magnética ensoñación, se clavaba con fijeza siempre en el mismo lugar: Manillar reluciente con manetas brillantes, guardabarros de aluminio impecable; depósito fino y delgado, color rojo Ferrari y banda ancha plateada como una línea de perfección y equilibrio fantásticos. El logo redondo y rojo, con la marca del dedo rampante. Era la Bultaco Sherpa o más conocida como kit campeón, la más perfecta máquina de trial que jamás parió madre.

    La había visto fotografiada cientos de veces en las revistas del motor, pilotada por jóvenes trialeros catalanes como Ignacio Bultó, Javier Cucurella y le atraía una joven promesa, un adolescente llamado Manuel Soler, en cuyas manos a la Sherpa solo le faltaba cantar ópera como la Caballé. Un día, se armó de valor y decidió entrar en el establecimiento, tenía apenas quince años. Con la excusa de volver otro día con su padre, pidió unos folletos que amablemente le proporcionaron. Solicitó el precio de aquella preciosidad de motocicleta, y entre el coste, matriculación, seguro, etc… le anotaron 72.000 pesetas. Un SEAT 600 costaba entonces 90.000. Una sensación agridulce le embargó, en su casa eran pobres, su padre poseía un Gordini y el precio de la Sherpa era prohibitivo para él, casi un insulto para la economía familiar. Al salir se acercó a su mejor sueño, despacio, estaba allí erguida y desafiante, a la espera de que un piloto audaz y con la billetera llena, accionara el pedal de arranque. Más que tocarla, le pasó la mano con una caricia suave y apasionada, la montó con avidez y con sus manos en el manillar, apretó las manetas de freno y embrague, mientras aquellas suspensiones silbaban un susurro de amor, a todas luces imposible.

    No tenía la edad para conducirla, y aún teniéndola, la posibilidad de compra de aquella máquina, era absolutamente remota. Dejó el catálogo en casa y quiso probar fortuna con su padre, su frenesí y enajenación mental le dominaban y por un momento soñó, que ante la cercanía de los Reyes, podría acceder a aquella soberbia Sherpa T, de la mítica marca Bultaco. Soñó, y fue eso, un sueño roto. Su padre no solo no le hizo ningún caso, sino que ante su terca insistencia, le advirtió con el griterío y autoritarismo típico de la época, que su futura motocicleta sería un ciclomotor económico, a poder ser de segunda mano para desplazarse al instituto y al trabajo en verano, que ya le había buscado currele para repartir a domicilio, en el negocio de un pariente.

    Pasaron varios Reyes con su cabalgata y todo, la Bultaco Sherpa nunca apareció en el garaje de casa. Como en una remota fábula infantil, pensaba que su padre le podría dar aquella sorpresa tan deseada como improbable, que le haría el más feliz de los mortales. No llegó la mítica máquina, sino una mugrienta Torrot vieja y usada, con motor de mosquito, cesta y portamaletas incorporado para repartir mercancía a domicilio, tal y como le había pronosticado su padre. Siguió su peregrinar al escaparate de la tienda de motos, seguía mirando aquel amor imposible. A veces escuchaba por la calle el sonido de su motor, los compases in crescendo del cambio de sus cinco velocidades. Algunas pasaban veloces por la plaza del rey Jaime, y pensaba que no eran máquinas para estirarles la oreja a esa velocidad. Eran monturas de marchas cortas y potencia suave, a las que había que abrir el gas con delicadeza y suavidad, la misma que se necesitaba para mantenerlas en equilibrio. Aquellos acelerones locos y encima con paquete, le parecían un sacrilegio imperdonable y un sufrimiento del motor inútil, para eso ya estaban las de enduro. Oyendo hablar a mi amigo, no sabías si hablaba de la Sherpa o de una mujer.

    Con los años y el carnet en el bolsillo, logró acumular unos ahorros y por fin, pudo cumplir su sueño. Compró la Bultaco Sherpa pero usada, la moda y la tecnología habían evolucionado hacia otros modelos. Pero él, le fue fiel a su amor de juventud y tuvo su propia Sherpa kit. Aprendió a montarla, a gozarla y hasta hacer diabluras con ella. La mantenía impoluta, siempre nueva, como aquellas que veía en la tienda de la calle aneja a san Vicente y cerca de la plaza de toros. Sentado en su alargado sillín, le acariciaba aquel depósito rojo ferrari con la franja plateada, como quien escudriña la piel de su amante. Bajaba y la miraba de frente, de perfil, de izquierda a derecha con un embeleso inagotable. Con ella viajó por lugares insospechados e imposibles, escaló hasta el pico de Peñagolosa con los lógicos problemas de carburación por la altura. Esa fotografía en la cumbre junto a la Sherpa, la guarda como oro en paño.

    Cada vez que venía la fiesta de los Reyes, mi amigo se entristecía por los años que soñó en la aparición de aquella fabulosa moto en su garaje, los reyes no le hicieron ni puñetero caso. Y paradojas de la vida se estrenó en un trial por reyes en Vinaroz, con una nevada impresionante a lomos de la soñada Bultaco, la vida te regala esas paradojas. Su evolución siguió imparable, y cambió del rojo ferrari a la Sherpa azul. La vieja la guardó en un rincón de su casa, no podía desprenderse de su primer amor. A principios de los ochenta quebró Bultaco, la crisis se cebó con las marcas españolas que habían sido campeonas del mundo, Bultaco, Ossa y Montesa.
    Mi amigo continuó corriendo trial, con Merlin, Gas-Gas y Sherco. Se jubiló de la competición con muchos amigos y trofeos, vendió todas las motos y se quedó con una: La Sherpa Kit, la roja y plateada. La ha restaurado con meticulosa perfección hasta dejarla, como recién salida de la cadena de la fabrica de San Adrián de Besós. Como si de un mágico túnel del tiempo se tratara, este cincuentón largo me cuenta, que la tiene en un caballete en su casa de campo. Expuesta y sin usar. Junto a un póster de motos de Bultaco y muchas fotografías en acción, y junto a grandes pilotos. Se acuerda de sus compañeros de batalla, la cantidad y calidad de triales que se hacían, tanto en la provincia como fuera de ella. Rememora con especial recuerdo a D. Vicente Folch Godes “Escape”, quien les animaba a todos a seguir en el duro mundo del trial.

    Y a veces, cuando se encuentra solo ante la Bultaco Sherpa, mirándola con nostalgia se acuerda de cuando era apenas un crío, y esperaba que los Reyes le trajeran aquella bonita máquina que nunca llegó. Como tampoco llegará nunca un homenaje a don Paco Bultó, creador de la firma y forjador de la leyenda inmortal de Bultaco. Por una vez fuimos primeros en algo. Que si en vez de nacer en España, don Paco hubiera visto la primera luz en otro país civilizado, ya le hubieran nombrado Sir y su historia sería recordada como ejemplo de superación y éxito.

    Perdóname mi anónimo amigo, por publicar tu pequeño secreto, pero es que creo que somos muchos los que en el día de Reyes, nos hemos quedado esperando en vano nuestra particular “Bultaco Sherpa”, que jamás apareció.

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    comentarios 9 comentarios
    Demetrio
    Demetrio
    12/01/2012 06:01
    Bonita historia

    Gracias por esta bonita historia y encima gracias ha Bultaco. Me acuerdo muy bien de el dia de reyes que mis padres preparavan con mucha meticuled. Para reyes de este año com mis 53 años me an reagalado una matador 200, los reyes de este año me an prometido que para el dia de reyes de 2013 la matador 200 me la regalaran completamente restaurada

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