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Por Vicent Albaro
Camins de l´Alcora - RSS

De buen rollo

    Hace más de cuarenta años el profesor carcaixentí, n’ Eduard Soler i Estruch viajó por nuestro pueblo a modo de un nuevo Cavanilles costumbrista, -aunque botánico también- por la primavera festiva alcorina, y en concreto el día del Rollo. Sus experiencias las plasmó en un soberbio artículo que publicó en el libro de fiestas, de cuyo año no logro acordarme, pero que comenzaba más o menos así: “Als podrits per l’escepticisme, als de cor empudegat, als que tant s’els done al peu com al muscle, jo els donarie un consell, que anaren a la Festa del Rollo a l’Alcora”. Y tan bien aconsejados han estado todos leyendo o no, al profesor Soleriestruch, que nunca se vieron mayores y multitudinarias presencias en tan singular jornada, como la vivida este año.

    Don Eduardo se recrea en la montaña del Calvario, la ermita, sus cipreses, sus plantas olorosas como romeros y tomillos, las capillitas de cerámica, los diversos personajes que pululan…y en un arranque de lírica poesía, no exenta de nostalgias, los va enumerando a modo de paisanos y paisajes, como añorando esta riqueza botánica y medicinal montaraz, quizás ausente en la alfombra uniformada del verde y extenso naranjal de la Ribera. Algo parecido se dejaba entrever en las crónicas que desde su exilio en Burriana, ilustraban año tras año, los hermanos Roberto y Manuel Roselló Gash (de la Salina) como instantáneas literarias de otros tiempos ya pasados, pero que dejaban patente, retales de su memoria enciclopédica por escrito. A modo de hito o mojón, en que contextualizar vivencias, hechos y personajes, cada vez más brumosos ante la veleidad del inexorable pasar del tiempo.

    La narrativa de cómo sería un día de Rollo a primeros del siglo XX o quizás en el XIX, un completo y descriptivo documental que retratara esta singular jornada, hasta el mínimo detalle humano, etnográfico y festivo me provoca un estado de catarsis emocional, del que por más que quiera, no consigo desprenderme. El Día del Rollo es la fiesta madre de Alcora, la madre de todas las fiestas. De manera subjetiva y a falta de escritos exhaustivos sobre la cuestión, como es la entronización del humilde pan blanco –siempre escaso y trabajoso-, así como la protección de la divinidad ante la fragilidad vital de aquellos tiempos, que arrastra a toda una población hacia lo alto de un monte, en clara referencia espiritual cristiana. La montaña siempre ha estado relacionada con la divinidad desde tiempos remotos para todas las culturas. Pero una embajada de inocentes niños para solicitar clemencia, da a entender la sensación de culpa de los adultos, y la carestía de elementos vitales para la supervivencia social de la época. A este éxodo local, se unen otros colindantes de proximidad o lejanía. La fama de lograr captar el Rollo de Alcora, trasciende las fronteras comarcales, y son legión los niños que son traídos para recoger el singular pan bendecido. Ya no es el gratuito pan llevar para comer una jornada, no, ahora es el símbolo de la mitificación concreta, un contrato protector con la divinidad, lo que se lleva el infante a su lugar de origen como valioso tesoro.

    La protección de la divinidad ante las calamidades de la época, accidentes, guerras, enfermedad, hambrunas etc. desarrolla un imparable resorte peregrino para recoger el Rollo y guardarlo como valioso tesoro, hasta convertirse en polvo dentro de un saquito de tela. Valiosa metáfora vital, la conversión en polvo de todo lo caduco del ser humano. De ahí que la llegada de romeros de los contornos, cito un artículo precioso de J.M. Puchol de: los Héroes del Rollo, narrando a los niños de Lucena que descienden de la Fogenta hacia Alcora, en un madrugón terrible. O como me han contado otros viejos-niños, como lo hacían ellos del mas de Coronetes y Covarchos por Torremundo. O los de Figueroles que bordean el cauce del rio y por el actual pantano, a iban entrando por el Molino Nuevo. O los de Ribesalbes que por Araia y el Mas de Marco, y los de Moró que cruzan la Rambla aún con crecida. Y los de la Plana que se festejan al llegar a la extinta Venta de Cuba y vislumbrar la graciosa ermita blanca, allá a lo lejos en el azulado de las montañas. Un espectáculo increíble, miles de niños en Alcora convertida en centro de peregrinación provincial el lunes del ángel, el lunes de Pascua.

    Soleriestruch va narrando con pasmosa exactitud las caras de los masoveros y sus niños con las mejillas coloradas por el frío matinal. Los numerosos mulos que transportan en sus serones a los pequeños infantes, envueltos en gruesas mantas de pastor. El colorido de los vestidos de angelitos, los bucles de las pelucas, y toda una indescriptible artesanía adecuada a tan hermosa y tierna jornada. En la bajada del Calvario los contaban y algunas cifras se grabaron en la pared de poniente. Aún hoy son visibles, como fuere, la multitud de entonces se reproduce hoy en día, tras años de decadencia. Hay que decir que nada tiene que ver la operativa de hoy a la que he ido relatando a través de mi escrito. Hoy se da rollo a todo el mundo, y no sólo a los niños varones menores de siete años. Tampoco se hasta qué punto, la mítica aureola protectora del pan con labores de anís, es respetada y creída por quienes recogen este pan bendecido.

    Yo sigo enervando el alma cada lunes de Pascua. Y miro a lo alto del monte a la blanquecina ermita, intentando observar una larga fila de inocentes niños en procesión. A los masoveros con sus ojos enrojecidos por la fogata, la caminata y el madrugón. A los mulos comiendo la alfalfa o el pipirigallo secos, junto a las sarias y mantas extendidas. A las madres, llevarse las manos al rostro deseando lo mejor en la vida, a sus tiernos infantes en romería. Y mientras, la campana voltea para decirnos lo mucho que tenemos, la riqueza inmaterial de que gozamos y de la que somos depositarios. Total para que llegue una maldita crisis y de un zarpazo nos quite el velo estúpido que nos impedía ver lo bueno que ya disponíamos. Y que dicho sea de paso, fiesta que nació en otra crisis aún peor, que materializó y conservó. El buen Rollo, es sin dudas, la madre de todas las fiestas alcorinas, y su sello de identidad más humano y sensible.

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