Aguas de fuentes nuevas y viejas

Con la angustiosa y pertinaz sequía, la gente comienza a mentalizarse que el agua es un bien escaso y que debemos cuidar. Con la sequía y el altavoz de la machacona, hasta doliente teoría del cambio climático, pregonada a los cuatro puntos cardinales, por los tirios y troyanos de los medios de comunicación social; la sensibilización general atisba una positiva concienciación. Es una de las cosas buenas que cabe agradecer a los ecologistas radicales, ya que de vez en cuando aciertan el disparo. Y es que con el invento del agua corriente, tener el H2O tan a mano y fácil, se deprecia y despilfarra con suma facilidad. Grifos que gotean, cisternas que pierden, duchas en recreo derrochador y demás usos exagerados del agua, que por normales y cotidianos, hacen que no le demos ningún valor.

Hubo un tiempo en el que la casa del pueblo, tenía mayor valor sólo por tener próxima una fuente pública. Había un tiempo en el que las mujeres recogían afanosas el agua de lluvia, lavaban la ropa en lavaderos comunales, acequias, ríos, balsas, etc…Un tiempo en el que la gente se desplazaba a las fuentes y manantiales para recoger el agua de beber, y el tener un aljibe en el hogar, era un goce de sibaritas. En ese tiempo se miraba al cielo para imprecar la lluvia y sólo en esas condiciones, el agua adquiría realmente el valor que tiene. Ciclos de sequía los ha habido siempre, sino, ¡ A qué santo nuestras devotas romerías y peregrinaciones!. Los viejos del lugar hablan de criarse aliagas y tomillos en la huerta la vila, que es el lugar mejor regado del término. Un tiempo en que las fuentes y manantiales diseminadas por montes y campos, constituían un valor seguro de supervivencia, cuidadas con sumo esmero como solo puede cuidarse aquél bien, que se sabe preciado y perecedero.

Con la modernidad se impusieron las cómodas instalaciones domésticas, también sobrevino la pérdida de la cultura agrícola y ganadera, llega el punto de inflexión para que esta sabiduría secular se haya despreciado olímpicamente. El agua ha perdido su valor totémico y a consecuencia de esa depreciación, ha sobrevenido el necio despilfarro y la destrucción de fuentes y manantiales por desuso, modificando su hábitat ecológico y afectando a hombres y bestias. Los daños colaterales se alargan, hasta la fabricación de aquellos utensilios domésticos para recogerla y transportarla, que en nuestro particular solar era de primer orden, como la alfarería. Las aguas están heridas de muerte también por la nefasta gestión ambiental y por los ignorantes usuarios, envenenamiento y contaminación de aguas subterráneas, uso abusivo de extracción mediante pozos y fugas incontroladas de conducciones en mal uso.

De las fuentes naturales de mi pueblo casi no queda nada, como en todo lo demás. La Pelechana perdida en una ampliación de la carretera; la del Viver, sepultada estúpidamente bajo una explanada en litigio, con el nombre rumboso de ágora. La Jordana dentro de una parcela en una urbanización fallida; las de san Antonio y san José puro secarral; la Font Nova, una de las mejores y la única rehabilitada externamente, ha perdido su populoso caudal –dicen que un pozo ha cortado su manantial- , y ahora es una triste caricatura con aguas no bebibles, canalizadas de la acequia de riego. Las del Racholar, la del Norte, la de Tote, la del Castell, la de Encorna, la ultramontana de Aixart mal conducida y casi perdida. Del Molí Pantano, la Perereta, la de bajo el Puente, monopolizada por una fábrica. La del Mas de Marco, medicinal para el mal de herpes e ignorada, que se desparrama por los bancales sin uso ni disfrute. Todo un lujoso y balneárico desperdicio. Etc…Etc… Y a éstas alturas puede preguntarse alguno, ¿Nos queda alguna en buen uso?. Pues quedar, queda la del barranco de san Vicente, ya que la del pozo a la vera del camino o “Pouet de Sant Vicent”, también ha desaparecido, así como el ullal en el lecho del barranco que ha sido tapiado.

Tras esta desastrosa exposición, uno llega a la conclusión, de que se ha vivido de espaldas a la cultura el agua, al menos del agua como elemento tradicional de la vida que nos precedió. Y ahora resulta que con toda la que está cayendo de desmembramiento del estado del bienestar, de crisis, agotamiento de recursos, literal cambio de hábitos; esta población no está preparada para sobrevivir del agua alumbrada en estado natural. Hay que extraerla de los pozos con potentes bombas, transportarla con más bombeo a los depósitos para que llegue a los hogares. La pregunta es evidente, con todo eso que está muy bien..¿Por qué no se cuidaron las fuentes naturales?. Pero es que nadie, oiga, nadie. Han sido unos, otros y ninguno. Mi pueblo por razones de Historia, Cultura y Tradición, tiene muchas asignaturas pendientes, pero ésta, con sus fuentes y manantiales es de libro de urgencias. Hace años el farmacéutico Ripollés, elaboró un magnífico estudio de sus aguas que fue publicado en un libro de fiestas. Aguas que por indispensables y escasas, necesitan cuidados intensos en la protección de sus acuíferos, sus brocadas, sus accesos y su entorno. Culturalmente son importantes, como bien social son vitales. Y escribiendo esta retahíla de despropósitos me acuerdo de la canción de Serrat que canta al agua, y casi me pongo a llorar. Y como dice el refrán, “El agua no se le niega ni a los perros”.