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¿Y si algún día, la tecnología fallara?

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    ¿Y si algún día, la tecnología fallara?- (foto 1)
    ¿Y si algún día, la tecnología fallara?- (foto 2)

    No hace muchos días se fundió el ordenador. De súbito, ni emails, ni facebook, ni Windows, ni Google, ni Uassap, ni archivos literarios y de imágenes, ni gestión on line, nada de nada. Vamos un desastre. Algo parecido al día que te olvidas el móvil en casa, o se queda sin batería. Una terrible sensación de orfandad y desamparo absoluta. Y me quedo pensando, que si esto me ocurre a mí, un sesentón a quien las nuevas tecnologías le pillaron granadito, y que las asume con mucha dificultad y torpeza… ¿que no será a estos pipiolos que ya nacen tecleando una tablet con tanta habilidad y precisión como la mecanógrafa jefa del antiguo BOE? 

    Y rondando la cuestión trasladé el apagón, a la televisión con toda su dependencia actual de informativos, cine, documentales, programas concurso, cotilleos, etc. ¿Y el agua del grifo? ¿Qué pasaría en mi casa si un día el agua no saliera por el grifo? ¿Cómo subirla a un quinto piso sin el ascensor? Pero lo más grave… ¿A qué fuente iría a llenar los cántaros como lo hacían mi madre y mi abuela a la Fuente Nueva? Porque es que dicha fuente está más seca que el desierto de Sonora. ¿Y el resto de fuentes que rodean nuestra población? La Jordana, san Vicente, el Viver, san Antoni, san Josep…están perdidas, sepultadas o también secas. Las restantes del término municipal y campero, con las sequías terribles que soportamos no corren mejor suerte.

    Y puestos a seguir el curso del agua que es la vida. Esa insípida, derrochada e infravalorada agua, puestos a seguir su ruta a vista de pájaro no anda la cosa como para desatar ánimos. Los cursos de agua están abandonados, desde el río que no lo limpian por una estúpida y necia corriente conservacionista que va en contra de lo que proclama y dice defender. Porque el día que llueva como tiene que llover, ¡que lloverá! De eso estoy seguro porque los ciclos se repiten con machacona asiduidad, los viejos ya contaban que nacían aliagas y tomillos en la huerta la vila, lugar de regadío preeminente del lugar. El día que el cielo se encapote en serio, y comiencen a llorar las nubes negras como el carbón durante semanas y nos recuerde la Pantaná de Tous, ese día, todas las cañas, árboles, troncos, maleza y demás combustible del río, harán unos tapones de campeonato que se llevarán todo por delante. Hasta los puentes. Ya lo dice el refrán: “El otoño o seca las fuentes o se lleva los puentes”.

    Es decir, el día que perdamos la chulería que la tecnología nos ha propinado, con nuestro cochecito vacilón, los móviles Ipad, electrodomésticos y demás modernidades que nos han hecho la vida acomodaticia y a las personas idiotas, ese día no quiero ni pensar lo que podría acontecer. Pero de lo que estoy seguro es, de que recuperaríamos al ser humano en su fase más cooperativa y solidaria. No habría más remedio que ayuntarse para sobrevivir y conllevar las penalidades de la nueva situación. Sin tecnología no seríamos nada, nada de lo que actualmente somos, pero el espíritu de supervivencia sería general, después de muchas bajas por inadaptación,  tocaría espabilarse para sobrevivir. Y así sería, porque los humanos desde el Neanderthal y el Cromagnon, así han venido subsistiendo. Y en ese momento de carencias de las comodidades que no se aprecian hoy en día, posiblemente se le diera más valor a lo esencial de la vida: La familia, la amistad, el trabajo, la cooperación sin egoísmos, el campo y sobre todo: ¡el agua! Porque sin agua no hay vida, sin todo lo demás se pude pasar, pero sin el agua, nanay. Sin ponerme filosófico ni tremendista, llego a la conclusión que pasamos demasiado tiempo ante las nuevas tecnologías. Nos onubilan y nos quitan visión de la realidad, haciéndolo todo más matrix y virtual, perdiendo de vista las cuestiones esenciales de la vida humana, más sencilla y elemental de lo que pensamos.

    La cultura del agua en nuestro entorno está quebrada, como esas acequias yermas del líquido elemental, sucias, embozadas, rotas y que no van a ninguna parte. No hay destino para el agua, al menos para la gran radial de acequias que heredamos de otras culturas mucho más sabias que la nuestra y que sobrevivieron sin las nuevas tecnologías tan campantes, cosa que dudo mucho de la acomodaticia sociedad actual. Siempre lo he afirmado, desde la ominosa muerte e la Hermandad de Labradores y Ganaderos, heredando sus competencias el Ayuntamiento, esto ha sido un auténtico desastre. Todos los políticos actúan sobre lo más inmediato y urgente, sobre lo que la gente demanda y puede comprometer el cargo. Viviendo en una sociedad capitalina, que ha pedido la visión rural de su entorno, el panorama es penoso.

    Si aquellos valientes capitaneados por el ínclito Sento Rita, que alzaron el embalse de la Foya, contra todo y todos, levantaran la cabeza se morirían del disgusto de ver, que en todo el progreso y modernidad que ha vivido su pueblo, no ha habido mentes preclaras capaces de conservar un patrimonio natural único, que llevó al progreso. La ecología no es lo que nos venden algunas oenegés bienpagás.

    Seguimos quemando en quiméricas hogueras todo lo que creemos inservible, sin pararnos un instante a reflexionar el por qué de las cosas. En Vila real se niegan a cubrir la acequia mayor, porque es un símbolo de su riqueza patrimonial. Ver correr el agua por el centro de la ciudad, esa sonoridad licuada del Mijares que viene desde las sierras de Teruel, con sus matices y colores es un lujo y un placer para los sentidos.

    Si piensas en todos los cántaros y botijos llenados en las fuentes de nuestro pueblo. En los afanes de aquellas personas que inauguraron las primeras fuentes públicas. En la sociabilidad de los lavaderos en la acequia con sus aguas corrientes y limpias. Si por un momento cierras los ojos y le das vida a medio cementerio, con el regador en la tanda de riego y el agua fluyendo por acequias de las granjas hortícolas en medidos y regulados turnos, no puedes por más que quieras, dejarte embargar por la melancolía. ¡Con qué poco se conformaban, Señor! Y hoy, ni con todas las tecnologías manipuladas y “prestadas” del mundo, con un sinfín de distracciones puedes arrancar una sonrisa sincera, un guiño amable,  mientras imperan la frustración, la depresión, el egocentrismo y otra melancolía mucho más peligrosa, la surgida del desencanto, la que se pega como una garrapata a los espíritus débiles que han perdido toda esperanza. Reyes de la tecnología, pobres y miserables en felicidad. Terrible paradoja.  

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