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Por Santiago Ríos
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Diario de “El Camino”

    Como les prometí en su día, al final me he decidido a hacerles partícipes de mis vivencias que me ocurrieron durante una semana del mes de mayo, hace cinco años, al realizar el tramo gallego del Camino de Santiago.

    Es una narración sincopada, basada en las anotaciones que todas las tardes dejaba en unas hojas de bloc, con la intención, a mi regreso, de escribir un pequeño diario.

    Lamento que sea bastante larga, pero siempre cabe la posibilidad de leerla poco a poco, sin prisa. Los que han emprendido alguna vez esta peregrinación, seguro que lo van a entender.

    Diario de “El Camino”

    Martes 10

    La lluvia oscurecía la autovía, en mi camino a Galicia, al acercarme a los campos de Benavente. Me había propuesto llegar pronto a Piedrafita, antes de que anocheciera, donde debía dejar mi coche y emprender la marcha hacia O’Cebreiro.

    Entre nubes y claros me acerco a la comarca del Bierzo, con sus montes manchados por el verde vegetal, de una incipiente primavera que parecía no acabase de empezar. Por fin llego a mi primer destino. Aparco el vehículo, junto a un antiguo comercio de quincallería, en la antigua y hoy en desuso carretera nacional Madrid-La Coruña. Me equipo convenientemente para los seis días de travesía que me esperaban, recojo la mochila que a partir de ahora será mi compañera inseparable, testigo de andanzas y confidente de pesares. A pocos metros, una empinada cuesta me conduce al puerto de O’Cebreiro. Son cinco kilómetros de subida que me servirán para tomar contacto con la realidad de mi aventura, planificada durante tanto tiempo y que ya me hallo metido en ella. Se me acerca un peregrino en bicicleta que atacaba la primera rampa de ascensión. Un despistado alemán, aunque por su aspecto me había parecido holandés, que me dice venir desde Pamplona, pregunta cuál es el camino para llegar a O’Cebreiro. Solo tenía que leer la señal indicadora que junto a mí, está clavada en la carretera. Charlamos un poco, compartimos unas barritas de cereales y emprendemos pausadamente la cuesta de llegada. El orballo me recuerda, por si aun no me había dado cuenta que ya me encuentro en Galicia. Me dirijo a la iglesia santuario de Santa María la Real, prerrománica del siglo X, donde oficialmente voy a iniciar mi peregrinación a Santiago de Compostela. Me recibe una pequeña oficina del peregrino, en la misma entrada y tras dejar un pequeño donativo, me extienden la credencial con mi primer sello que me servirá de llave maestra para los sucesivos albergues y de documento acreditativo, para conseguir la ansiada Compostela. Diploma del peregrino que se obtiene después de haber caminado un mínimo de 100 Km., por la ruta preestablecida, orar ante el Apóstol y declarar haber hecho la Ruta Jacobea con sentido religioso.

    El cielo está completamente negro. Comienza mi primer diluvio que me obliga a correr hacia el albergue de peregrinos. Dejo mis pertenencias en la litera, me cubro con el chubasquero y realizo una ruta turística por la aldea. Por cierto, las pequeñas tiendas del lugar, son francamente muy caras, circunstancia que observaré al final de mi camino. No hay que dejarse influenciar, por la sorprendente variedad de artículos. Esto es otra variante que ha nacido, al socaire de la tradición. Harto ya de dar vueltas y con el hambre en el cuerpo, tras conversar con algún que otro trotamundos que me cuenta sus andanzas, doy con mi trasero en la Pousada Celta, una especie de taberna, donde por 8’50 € me ofrecen una reconfortante cena. No olvidaré nunca el queso fresco del lugar, con miel, de postre. Extraordinario. Solo queda descansar y dejarme envolver en los brazos de Morfeo.

    Miércoles 11

    Aun no hay luz en el exterior y ya hay agitación en el albergue. Me despierto y salgo del refugio, sobre las 6’30 horas de la mañana. Desayuno un batido de cacao, con cereales y frutos secos, siguiendo las recomendaciones que me dan la Guía Mobinet. Emprendo El Camino con una compañera de Madrid que vive en Escocia. Su compañero de peregrinación, hace dos días que lo ha dejado atrás. Pasado Liñares, tras 4 kilómetros debo abandonarla, pues no puedo soportar su fuerte ritmo de zancada, lo que me permite entender la retirada de su pareja. Me uno a un alemán, de Stuttgart que camina con otra filosofía, de nombre Rudolph Hesse (Como el escritor, me repite él y no Hess como el nazi). Sus padres lo tenían que haber tenido en cuenta, a la hora de inscribirle en el registro civil o como se llame en su país.

    Subiendo el alto de San Roque, ya en la cima, junto al monumento allí existente, vemos a un peregrino de avanzada edad que a buen paso nos indica que él va a bajar por el asfalto de la carretera, ya que tanto desnivel por El Camino, se puede convertir en una tortura para las rodillas. Curiosamente, cerca de Liñares, nos había pasado corriendo Jesús, un español de 69 años, oriundo de Torrelavega que suele participar en maratones y carreras de 100 Km.

    En las primeras rampas del alto do Poio y a través de un angosto sendero entre guindos y matorrales, se nos agrega una señora alemana, conocida de Rudolph. Junto a la carretera, en la misma cumbre se encuentran dos bares. En el de la derecha se quedan la pareja de germánicos y me encuentro con la escocesa de Madrid que sigue conmigo hacia Fonfría. En una bonita palloza, reconvertida en taberna, a las 9 horas, paramos a almorzar. ¡Que bestias son los gallegos, haciendo bocadillos!. Coman, coman que el camino es largo y hay que tener fuerzas, nos dice el hostelero, pero el problema será mío luego.

    Cuando nos disponemos a partir nuevamente, aparecen los alemanes exhaustos. Nos saludamos y seguimos los dos hasta Biduedo, aunque al comienzo de la durísima bajada hacia Triacastela, le digo que continúe sola pues ya no puedo seguir su machacante ritmo. Tras mucho sufrimiento, a las 12’15 h., llego a Triacastela. Un pequeño bar es mi lugar de descanso y motivo para ingerir una refrescante bebida isotónica, con naranja que para algo soy valenciano. Tras 15 minutos parto hacia Samos, del que me dice mi guía, tan solo me faltan 9’50 Km para la meta de hoy, por la carretera LU-634. Al momento comienza de nuevo la fina lluvia y decido ponerme la capelina que aquí toda la gente le llama poncho. Llegando a Luiso, una pequeña aldea a pocos metros del camino, comienza la mascletà. Una fortísima y sonora tormenta de rayos (los veo caer) y truenos, acompañada de granizo que me golpea en la cabeza, me obliga a medio refugiarme, puesto de lado por lo abultado de la mochila, en la pequeña marquesina de la puerta de una casa. A los 20 minutos termina la riada y con la fina lluvia decido continuar, hasta que faltando 2 Km me sorprende otra tormenta, sin aparato eléctrico que me hace esconder en una acristalada parada de autobús. Escarbo por los bolsillos y me nutro con chocolate y frutos secos, mientras veo pasar los automóviles que salpican de agua la cuneta.

    A las 15’30 h., llego por fin al albergue del Monasterio de Samos, donde me espera una ducha caliente y ropa seca. Me recibe el peregrino del alto de San Roque que había podido llegar antes de la tormenta. Se llama Miguel, es francés, de Bordeaux, de 68 años, geólogo y biólogo marino. Visitamos el Monasterio y tras pasar por la farmacia nos vamos a cenar a las 19’30 h.. Me doy cuenta de que no he comido al mediodía y no he sentido hambre en ningún momento, pese haber caminado 30 Km. Me comenta que cuando acabe El Camino se irá a Perú, donde vive su hijo que está casado con una argentina y tienen una cadena de comercios de alimentación. Él, en su juventud, trabajó en la amazonia y Colombia, hasta que un día la guerrilla rebelde le encañonó la frente con una metralleta, lo que le hizo recapacitar y volverse para Europa. Habla muy bien español y me cuenta haber dado clases en Bilbao, en la Universidad del País Vasco.

    A las 21’15 h., tras una larga charla acompañada por la lluvia que no cesa, nos retiramos a dormir con la esperanza de que mañana mejore el tiempo.

    Jueves 12

    A las 7’20 h., con un tiempo muy cerrado, Miguel y yo, bordeando el Monasterio, partimos hacia Sarria por la carretera ya que El Camino se encuentra impracticable, de agua y barro. Antes de la llegada, vemos una indicación de la Xunta de Galicia que nos propone una ruta alternativa hasta Mouxo, sin tener que sufrir los desniveles de Barbadelo. Al llegar a Mouxo, le doy el adiós y nos despedimos hasta Portomarín. No puedo seguir su machacante caminar y me encuentro agotado después de haber caminado 19 Km.. Me tomo mi tiempo de descanso y reanudo la jornada por Peruscallo, Lavandeira, donde me encuentro con un nutrido grupo de alemanes que están haciendo El Camino del revés, es decir que lo han empezado desde Santiago, no que vayan caminado de espaldas. Arribo a Brea, donde me encuentro con el mojón indicador de 100 Km para la meta final de Compostela. Llamo con el móvil a mi esposa (no se porqué se llama así, pues no se mueve. Se debería llamar portátil) y hablo también con mi hija y mi nieto mayor. El eco de sus palabras, hace mella en mi espíritu que se encuentra debilitado por el cansancio. Un matrimonio de napolitanos, está haciéndose fotos junto al mojón. Me ofrezco para hacer de fotógrafo y entablamos conversación. El habla muy poco español, tiene 34 años y es funcionario del Ministerio de Agricultura. Ella de 32 años, empleada de una Caja de Ahorros, tiene un castellano correcto y fluido. Entre ellos hablan napolitano, sorprendentemente muy similar al valenciano, con multitud de palabras y expresiones, casi idénticas. Mira, una caseta velleta, me dice él y posteriormente le comenta a ella, me fa male el ginoll. A partir de este momento, decidimos hablarnos, ellos en su napolitano y yo en el meu valencià. Es lo lógico que si nuestras culturas estuvieron en su día unidas, no vamos a ser nosotros los que las queramos separar.

    En Morgade, paramos en una pequeña taberna, donde tomamos un refresco y sellamos las credenciales. Allí mismo nos topamos con Jesús, el de Torrelavega que continuaba paseando y acababa de tomarse unos vinos. Se despide y nos lo volvemos a encontrar en Ferreiros, en Casa Cruceiro, donde comemos juntos los cuatro, no muy bien. Sellamos y continuamos hasta la meta del día. Comienza a llover débilmente y tras 2 Km de dura bajada, cruzamos el puente del pantano de Belesar, en el río Miño, a los pies de Portomarín, donde (como diría Camilo José Cela) una jodida cuesta nos lleva al albergue. Los italianos y yo, estamos reventados después de 33 Km. Nos inscribimos en el libro de recepción, sellamos y me recibe Miguel que me había reservado litera. Charlo con Jesús y con otro español (que pocos nos vemos) que nació en Valencia, en Campanar, junto a la iglesia de la Virgen de la Misericordia pero que hace más de 30 años que vive en Ibiza. Como mi estomago esta desbaratado, decido no cenar y a las 22’30 h. Me retiro a la litera, bajo un cielo que amenaza lluvia.

    Viernes 13

    A las 7 de la mañana, salgo con la compañía de Miguel y con el molesto orballo intermitente. A las 8’45 me suena el móvil. Es J.P., un compañero de trabajo, felizmente prejubilado como yo que me da ánimos para la travesía. Después de 7’5 Km llegamos a Gonzar. Son las 9’20, paramos a almorzar y aunque no tengo hambre por las molestias del día anterior, me decido por comer jamón cocido y bebida isotónica natural, para reponer las sales minerales perdidas. Después de sellar, subimos por una fuerte pendiente hasta alcanzar la carretera, donde a su vera, paralelamente, discurre El Camino. A las 10’25, nos desviamos hacia la derecha y le digo a Miguel que siga sin mí. Disminuyo la marcha y a la salida de Ventas de Narón, junto a la capilla de la Magdalena, me tomo un te frío con limón. Pongo el sello rojo del bar Plaza y no se porqué me acuerdo de Domingo Perurena, aquel famoso ciclista que también tomaba te con limón, antes de la subida a los puertos del Tour.

    Ha salido unos instantes el sol, lo cual es noticia ya que por primera vez ilumina mi camino, aunque no ha dejado de llover con pequeños chaparrones. A las 11’30 decido echar hacia delante, solo me restan 11 Km y ya estoy cerca. Empieza a granizar en As Priesa y en la bajada del alto de Ligonde me envuelve una fuerte lluvia. A las 13 horas, empapado y con la pierna derecha enganchada, decido parar a comer en Eireche, en la taberna María Luz. Por 4’50 €, como un filete que rebosaba por la bandeja, de ternera gallega criada por ellos, en los prados de alrededor. No se si por el hambre y cansancios acumulados o porqué en realidad es así, estaba insuperable. Empezando el festín, llega el joven matrimonio napolitano y Víctor Prado que es como se llama el marido, al comentarle lo de mi rodilla, me da una pomada antiinflamatoria, Radio Salil que a él le habían recomendado. Mano de santo y de allí, sin dolor, hasta el albergue de Palas do Rei, donde pasados 24 Km me esperaba nuevamente Miguel. Tras cambiarme la ropa mojada, nos vamos a la farmacia a comprarnos la eficaz pomada y me invita a tomar una copa de albariño, en la Taberna 99 (es el nombre del establecimiento. No hay que pensar otra cosa), donde su propietario nos cuenta vida y andanzas del ministro de información José Blanco que es oriundo del lugar y familiar de su esposa. Parece ser que no es muy querido en su pueblo, donde se presentó en dos elecciones para alcalde y sus paisanos no le votaron.

    Más tarde, a las 19 horas, volvemos para cenar un caldo gallego y merluza a la plancha. Aparece la escocesa de Madrid que me dice no haber encontrado aún a su pareja y que por lo que queda, le va a esperar en Santiago. En otra mesa estaban Jesús y el ibicenco de Campanar. Vemos en la televisión que el meteo da fuertes lluvias hasta el próximo lunes. Con resignación y esperando que se equivoque, nos retiramos a descansar. Las literas son para liliputienses.

    Sábado 14

    Como ayer nos acostamos pronto, a las 6’30 horas, emprendo El Camino, con mi compañero Miguel. A los pocos minutos, saliendo del pueblo, nos pasa el de Ibiza y a continuación Jesús que hoy ha decidido correr. Una mezcla de sol y lluvia, con continuos toboganes, nos hace llevar una media de 3 Km por hora. Pasamos Leboreiro, Furelos y a las 10’10 h., llegando a Melide, en la empinada cuesta final, noto un fuerte pinchazo en la rodilla derecha. Le digo a Miguel que continúe solo y descanso en la pulpería Ezequiel, durante 45 minutos, con un reconstituyente plato de pulpo y un vaso de vino turbio. Me pongo la pomada “milagrosa” y converso animadamente con un matrimonio, de un pequeño pueblo de León que se han incorporado junto a su casa, a recorrer El Camino. Reanudo a marcha lenta, para no forzar la situación, lo que supone que me adelanten varios peregrinos. Arrecia la lluvia y me resguardo en la iglesia de Santiago, en Boente de Abaixo. Me siento en sus vetustos bancos de madera, rezo una pequeña oración, hago un donativo y cojo dos estampas del santo sedente. Ya en la montaña, una despistada ardilla cruza velozmente por delante de mi camino.

    Pasados 4 Km debo detenerme, a causa de los fuertes dolores en la rodilla. Me siento en una parada de autobús y recurro a la pomada, con la ingestión de una pastilla de paracetamol. He pensado varias veces que no voy a volver más. Recupero al matrimonio de León, pues la esposa se encuentra también al límite de fuerzas, aunque a los pocos metros les comunico no poder aguantar el ritmo que ellos llevan. Fuertes chaparrones me llevan hacia abajo, hasta Ribadisio de Abaixo que hacen refugiarme en una pequeña cueva. El dolor me está dejando K.O. y estoy a punto de abandonar, de arrojar la toalla. Remite un poco la lluvia y comienzo la ascensión a Arzúa, final de mi etapa de hoy, cuando me encuentro otra vez con los dos leoneses. La mujer está exhausta y en el momento de parar frente a ellos, suena mi móvil. Es mi hija quien me habla y milagrosamente, de repente desaparecen todos los dolores y molestias, con lo que a las 16’15 horas, tranquilamente, como si no llevara 29 Km, llego al albergue que se encuentra a rebosar. Ahora entiendo cuando me contaron que al borde de la desesperación, siempre hay una fuerza extra sensorial, sobrenatural, anímica o espiritual que te hace continuar hasta la tumba del Apóstol. Me alegro también, por haber observado en los últimos kilómetros que están talando muchos eucaliptos que son sustituidos por plantaciones de nogal.

    Miguel, no esperaba verme llegar, pues había visto como sufría con mi dolor. Nos juntamos con Jesús y para celebrarlo nos vamos a tomar ribeiro y vino turbio. Sellamos la credencial en la parroquia, junto al albergue y luego, sin el de Torrelavega, nos vamos a cenar al Mesón del Peregrino. Necesito urgentemente comer algo caliente. Caldo gallego, merluza hervida con cachelos y guisantes y de postre tarta de queso con arándanos. Mi estómago me indica que me he pasado de tragón, pero después de lo ocurrido hoy, me he permitido estas licencias. Antes de los vinos, mi vecino del albergue, alemán, está con las piernas muy hinchadas y camina con gran dificultad. Su esposa, española, dice que se encuentra muy mal y que quieren saber donde encontrar un fisioterapeuta. Les digo que esperen y hago venir a Jesús que le administra unos masajes de auténtico especialista. Yo solo he podido colaborar, con mi pomada milagrosa.

    A las 22’30 horas, decido retirarme, tras cargar el móvil, aunque los cohetes y el ruido callejero por la victoria liguera, no va a poner nada fácil conciliar el sueño.

    Domingo 15

    A las 6’15 horas, mi última salida con Miguel. A los 3 Km de camino, me quedo clavado, con el fuerte dolor en la rodilla. Me paro en Corcobe, para untarme de pomada y tomar paracetamol. Me dura la tortura durante 45 minutos que no dejo de caminar. A las 8’45, desayuno en Ferreiras (nombre que se repite en El Camino) con los esposos de León. Al poco de reanudar comienza una fuerte lluvia, pero hay que seguir como sea. Pasado Salceda, El Camino está inundado, más bien parece un torrente y el agua me entra por la parte superior de las zapatillas. Camino por la carretera y los camiones salpican constantemente todo mi cuerpo, por lo que de cintura hacia abajo estoy completamente empapado. Al llegar a O’Xen, me refugio en una parada de autobús y vuelvo a aplicar la pomada y el paracetamol. Entablo conversación con un matrimonio de edad avanzada, aunque solo hablan gallego muy cerrado y me dice ella que durante toda su vida, una lluvia en el mes de mayo no aguanta todo un día, por lo cual a la tarde parará. Lamentablemente se equivocó.

    En Brea, veo el monumento al peregrino alemán que en 1993 falleció allí mismo. Son dos zapatillas de bronce, con una inscripción explicativa que recuerdan el suceso. Me llama la atención la cantidad de basuras, grafittis, inscripciones, mobiliario urbano roto y demás vandalismos que los mal llamados peregrinos, dejan como huella en su paso por estas tierras. Lamentable. Alguien debería poner freno a esta plaga devastadora que proviene de todas las nacionalidades. La lluvia vuelve a ser muy intensa. Voy atravesando continuamente la N-547 por el alto de Santa Irene y en su bajada hasta Rúa, después Burgo. Al llegar a Arca do Pino (Pedrouzo), tras recorrer casi todo el pueblo, junto a la carretera, tomo la decisión de quedarme en el albergue. Son las 12’45 horas y más de 18 Km de caminata tortuosa. Estoy completamente calado. Me pongo ropa seca, dejo las zapatillas y pantalones, encima de una estufa eléctrica y voy a comer con el matrimonio de León, Jesús y Eladio que es como se llama el compañero de Campanar. La pitanza se convierte en comida de hermandad ya que somos los únicos españoles que hacemos juntos El Camino. Repito con el caldo gallego, del que me facilitan la receta y de segundo “raxo” que esta compuesto de trozos de cerdo adobado frito, con “cachelos” también fritos. Delicioso y altamente energético, lo que hace correr el vino tinto del lugar, las risas y las anécdotas de la semana. A las 15’30 h., llueve débilmente, me armo de valor, me despido de todos y tras recoger mis pertenencias del albergue, me enfundo las zapatillas con bolsas de plástico y esparadrapo, para que no me entre más agua y de esta guisa decido lanzarme de nuevo a la aventura. Me quedan 13’60 Km según mi guía, para llegar a Monte do Gozo, final de la etapa, pero creo que pueden haber 2 ó 3 más.

    No hay que fiarse nunca de los lugareños. Si te dicen que faltan X Km, debes multiplicar siempre por 2. Tras descender por un precioso bosque, nada más llegar a San Antón, vuelve la lluvia torrencial. Atravieso el asfalto y después de Amenal me llama mi esposa que me da ánimos para llegar al final. La pierna, con limitaciones, de momento está respondiendo bien. Oigo ruidos que parecen largos truenos, pero al fin me percato que son aviones. Aunque esté envuelto por la niebla y el orballo, debo andar cerca de Lavacolla y su aeropuerto. Los mojones han desaparecido y las señalizaciones son muy escasas, lo que ocasiona que por momentos me sienta completamente perdido, hasta que encuentro la valla metálica del aeródromo, junto a la cual transcurre el nuevo Camino. De bajada paso por San Paio hasta entrar a Lavacolla. No realizo la tradicional parada para lavar mi ropa y asear mi cuerpo, por razones obvias y por una pesada y larga cuesta que parece no tener fin, tomo rumbo a Villamaior, con la corta compañía de un conejo que cruza ante mis ojos de la campiña al asfalto. En el pueblo, junto a un falso llano, inocentemente pregunto a unas jóvenes que estaban sentadas en la vereda, cuanto me falta para llegar a Monte do Gozo. Me responden que 2 Km aproximadamente, pero lo peor ya lo he pasado. Falso, ya que otra empinada cuesta me lleva a los estudios de la TVG, televisión de Galicia que bien podrían instalar en su recinto, una fuente de agua para los peregrinos y después TVE Galicia. Tras otro falso llano, la rampa final hasta San Marcos y en la cima el monumento que recuerda la concentración celebrada con motivo de la presencia de Juan Pablo II, en 1989. La intensa niebla me impide ver la catedral y la ciudad de Santiago, con lo que el gozo queda un poco mermado. Como no aparece ninguna indicación, pregunto en una casa donde se encuentra el albergue y a unos 200 metros, bajando a la izquierda, aparece la entrada al complejo. Una vez dentro, aun hay que subir unas escaleras hasta el bloque 30 izquierda, donde está la recepción. Son las 19,30 horas y mi sorpresa es que al presentar mi credencial y saludar al recepcionista, este me contesta en valenciano y me acompaña a la habitación 513, donde comparto la estancia con tres peregrinos brasileños que llegaron ayer.

    Afeito mis barbas por primera vez desde la salida, me aseo y me dirijo a cenar a un self service que hay en la explanada. ¡Atención!, caro y malo. A las 21’35 h. subo a la habitación, al límite total de mis fuerzas, con el firme propósito de poder dormir profundamente, a la espera de las emociones que me esperan para mañana.

    Lunes 16

    Salgo del Monte do Gozo, a las 7 horas y sigo sin ver las torres de la catedral. Empieza la lluvia y en 5 minutos estoy entrando en la ciudad de Santiago, pero aún me faltan 4 Km para llegar a la Catedral que no la voy a ver hasta que no esté encima. A las 8’10, entro por la puerta de Platerías y me enfilo directo a arrodillarme ante la tumba del Santo Apóstol. La emoción, el cansancio, las vivencias del camino, los recuerdos o quizá la necesidad de volver con los míos, acontece que me desmorone y me ponga a llorar silenciosamente. Descanso sentado en un banco, bajo el órgano, mientras escucho en una capilla lateral que están celebrando una misa en alemán. A las 8’55 h. voy a la oficina de Acogida al Peregrino, a recoger la Compostela. Soy el primero y la señorita que muy amablemente me atiende, al ver mi credencial, me pregunta si todo el recorrido lo he hecho a pie. Tras mi respuesta afirmativa, al entregarme el ansiado documento que justifica mi peregrinación, me dice que debería tener un doble valor, por recorrer 160 Km de Camino, con frío, lluvia y granizo, en tan poco espacio de tiempo. Me voy a desayunar aunque el estomago vuelve ha estar mal. Voy a comprar unos regalos para los nietos y llamo a mi esposa para comunicarle la llegada. Al salir de un comercio, me encuentro con Miguel. Nos abrazamos y juntos vamos a buscar una tienda, donde poder comprar unas katiuskas para no mojarme más y unos calcetines secos. Marchamos al hostal La Salle, donde él se encuentra hospedado, para poder cambiar mis ropas mojadas y dejar las compras que he efectuado. Nos dirigimos a la oficina de información, a averiguar como puedo llegar a Piedrafita para recoger mi automóvil. A las 12 h. Asistimos a la Misa del Peregrino, donde el oficiante al principio de la misma, dice los peregrinos que han llegado, indicando su inicio y la provincia de procedencia. Al terminar hay botafumeiro, previo donativo de 250 € que se comunica ha sido entregado por un grupo de peregrinos alemanes. Me dirijo a la Puerta de los Apóstoles, pongo la mano en el parteluz, doy los tres golpes de cabeza en la concha, le toco la testuz al ángel que se encuentra detrás y bajamos los 33 escalones hasta la Plaza do Obradoiro.

    Nos despedimos, con el firme propósito de volvernos a ver algún día. Marcho hacia el hostal para ir a tomar el autobús y casualmente, cosas del destino, me encuentro con el alemán de la bicicleta, mi primer y último peregrino del Camino de Santiago. Lleva varios días disfrutando de la ciudad y me dice que me quede. No puedo, debo recoger mis cosas y voy a la estación de autobuses de San Caetano, donde me extiende un billete hasta Monforte de Lemos, donde deberé hacer trasbordo hasta Sarria y de allí un último hasta Piedrafita do Cebreiro. Al llegar a Monforte descubro que mi autobús sale a las 6’15 h. Y que el que parte desde Sarria, lo hace a las 6 h. Además, mañana es festivo, día de las letras gallegas y no hay servicio de autobuses. Me voy a buscar una gasolinera, con la mochila al hombro y la lluvia de compañera, para hacer auto-stop, hasta que un alma caritativa, al verme de peregrino me lleva hasta Sarria. Al llegar, a las 6’05 h. ya había partido el autobús. Salgo a las afueras del pueblo y subo con otra persona amable que hubiera dado positivo en cualquier control de alcoholemia y que me deja en el alto do Poio, donde se reúne con unos amigos con los que iba a tomar unas copas. Por último me recoge un taxista que al contarle mi particular odisea, como él iba de regreso a casa, gratuitamente me baja junto a mi automóvil.

    Deberían despedir al empleado de la oficina de información de la Xunta de Galicia que me asesoró y al vendedor de billetes de la estación de San Caetano. No se debe jugar con la gente y menos aún con un peregrino del Camino de Santiago.

    Recomendación final

    Cualquier recomendación que te hagan, si quieres emprender El Camino, es buena, aunque no te dejes influenciar por las opiniones de los demás. Hay que vivirlo, por más que te digan, no se puede explicar, no hay nada que se le asemeje.

    Por último una observación, producto de mi experiencia. Acordándome del filósofo francés Emile Chartier, más conocido por su seudónimo Alain, “la felicidad depende de las cosas pequeñas” y yo añado “que poco se necesita para vivir y tenerla”.

    Seguramente, volveré.

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    comentarios 5 comentarios
    Jo
    Jo
    02/09/2010 11:09
    Moltes gracies

    En primer lloc agrair-vos la invitació a l'acte. En segon lloc, es per a mi dificil decidir, per un costat de veritat que m'agradaria poder comentar i "xarrar" "en viu" amb els columnistes als que solc dedicar els meus comentaris, D'una altra banda pense que al identificar-me es perdria l'encant de l'anonimat, de lo desconegut, Es perdria l'encant del "qui será este imbécil?". Comentari que de ben segur hauran fet alguns columnistes, no sense raó. Reconec que a voltes soc un poc tocacollons. Y en tercer lloc, tinc familia i hipoteca i no m'agradadría que fora una "encerrona" i se m'enportara la guardia civil pels meus comentaris. Iiiiiiiiieeeeeeeeeeiiiiiiiiii que es broma!!!!! A les hores estime que lo millor es seguir com anem, comentan uns i responen els altres com fins ara. I per adelantat demanar disculpes si en el futur algun comentari meu ofen algú. No m'ho tinguen en conter. Una forta abraçada per a tots.

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