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Por José Luis Ramos
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“Sólo un exceso es recomendable: el exceso de gratitud”

    El título es una frase de Jean de la Bruyère. Este escritor francés pensaba, que había que ser agradecido, y manifestarlo, siempre que se recibiera un gesto, por pequeño que sea, que signifique una ayuda, un respeto o una manifestación de estima. Creo que somos muchas las personas que estando totalmente de acuerdo con este señor, por unas razones u otras, no siempre hemos sido capaces de dar todos los agradecimientos merecidos, a algunas de nuestras amistades, o personas que hemos amado o queremos.

    En mi caso, hay una persona, que el azar hizo que nos conociéramos, a la que nunca agradeceré suficiente haberla conocido. Por todo lo que fue capaz hacer por mí, y por lo que me hizo vivir, y sentir. Yo estaba sin pareja y recibí la visita de un par de amigos, de fuera, que estaban de vacaciones. Hacía años que no entraba en mis planes ir a una discoteca ni a ningún baile. Ellos querían marcha, habían oído hablar de la discoteca “El Pirata” del Hotel Golf, del Grao de Castellón. Me insistieron que les llevara.  Solo había estado un par de veces, pero tuve que llevarlos.

    Uno de los amigos, tenía suficiente con la música y algo para beber. Igual que yo, no pensaba bailar. El otro, sí quería bailar. Le gustaron dos chicas, con aspecto de turistas, que había visto solas. Me pidió ayuda, para poder bailar con una de ellas. Me dijo que creía qué si invitaba a bailar a la que le gustaba, le diría que no, por no dejar a la amiga sola. Me pidió que fuéramos juntos, e invitara a bailar a la amiga al momento que él hiciera lo mismo con la otra chica. Contesté que no quería. Pero es una persona tan insistente que tuve que aceptar para que callara. Ocurrió lo inesperado. A él le dieron calabaza, y a mí me aceptaron la invitación.

    Le pregunté de donde eran, para romper el hielo. Resultó que eran de la misma zona que mis amigos. De una gran ciudad, que yo también conozco. Así que tuvimos conversación y confianza enseguida. Luego nos presentamos todos. Resultó que la otra mujer había rechazado la invitación de bailar, porque estaba con su marido, que en ese momento estaba pidiendo bebida. Se presentaron y enseguida apareció un nexo de unión entre todos; al coincidir su vida, en el entorno la misma ciudad. Estuvimos juntos en la misma mesa, hasta despedirnos. Antes de despedirnos, quedamos todos para comer una paella juntos, el día siguiente. Ello favoreció la confianza entre la chica, y yo. Hasta tal punto, que cuando el matrimonio dijo que quería regresar al apartamento, ella dijo que se quedaba conmigo, si después la llevaba al apartamento. Así fue.

    Una semana después de conocernos, ella regresó a su ciudad. Noté que ella sintió nuestra despedida. También, yo la sentí. Pero me esforcé en contener mis sentimientos, para que no se notara, así hacer más fácil nuestra despedida. Pensé que esa era la solución natural para nuestras vidas; dada la distancia, entre los lugares donde nuestras vidas estaban ya muy arraigadas. Inesperadamente, cuando ella aparecía en mis recuerdos, yo me notaba más animado, y veía las cosas con más optimismo.  Sin buscarlo, ni esperarlo, conocerla, había cambiado mi estado de ánimo.

    El problema surgió, cuando sin poderlo evitar, pasaban los días y sentía la necesidad de verle, tocarle y sentir su cuerpo. Pasaban los días y en vez de olvidarla, la recordaba más. No había forma de quitarme de mi pensamiento el brillo de sus ojos.  Seguía sintiendo como su profunda mirada penetraba hasta el interior de mi alma. Tampoco, me podía quitar de mi mente la fuerza vital que trasmitía en su sonrisa, ni la ternura de sus caricias. Cada día, añoraba más el suave tacto de la textura de su piel. El paso del tiempo incrementaba ese deseo.

    Por distintas circunstancias, difíciles de explicar, el caso es que ni ella viajó para quedarse conmigo, ni yo viajé para quedarme con ella. Sin embargo, siempre estuvo atenta y preocupada por mí. Vino a verme y animarme, cuando creyó que me fallaban las fuerzas, o que yo la necesitaba. Y, en nuestros encuentros, siempre supo ser tierna atenta y generosa conmigo. Y, sobre todo, se preocupó mucho por mi salud. En agradecimiento a todo lo que ella hizo por mí, y me hizo vivir y sentir, le confieso que sentí por ella un afecto como jamás sentí por otra mujer. Si no fui con ella tan tierno, atento y generoso como ella lo fue conmigo, ruego me disculpe. Puede estar segura, que, si no lo he conseguido, no es por falta de voluntad, será por una cuestión cultural de no estar educado para trasmitir el afecto de manera sutil. Ahora, ya con mi edad, solo me queda pedirle disculpas si no fui con ella todo lo generoso que esperaba de mí, y cantarle, otra vez: “Nunca tuve yo una chica, como tú. Nunca he conocido yo a nadie, como tú. Sé que no voy a encontrar, Sé que no voy a encontrar, lo que a mí me diste tú.”

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