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Por José Luis Ramos
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El riesgo de burlarse de un idiota

    En términos médicos, la idiotez es equivalente al retraso mental profundo, una enfermedad mental que consiste en la carencia de facultades intelectuales por una persona. Por eso, en términos coloquiales decimos, “no seas idiota”, a la persona que se muestra poco inteligente, o que resulta molesta con lo que dice o hace.

    He visto varias veces la película, “La cena de los idiotas”. Es una comedia genial, con una interpretación magistral de Jacsques Villeret. Va de un grupo de amigos, profesionales de éxito con dinero, que una vez al mes se reúnen en una cena, donde compiten a ver quién lleva al invitado más idiota. La cena, tiene por objeto divertirse ridiculizando a los pobres infelices que hayan podido traer, para reírse de ellos. Para mí, la película advierte: “a ver, si resulta que el más idiota eres tú”. Dicho de otro modo, hay que ser muy idiota para divertirse burlándose de un pobre infeliz. Igualmente, muy idiota hay que ser, para esperar que un idiota haga exactamente lo que uno quiere. Esa película la vi a finales de los 90. Pero ya en el 85, aprendí la lección del riesgo que tiene burlarse de un idiota. También aprendí la fina línea que separa la broma de la humillación, así como la gracia de la burla.

    Yo estaba apuntado a una bolsa de trabajo al INEM. Junto con 6 personas más, fui seleccionado para trabajar en la Tesorería Territorial de la SS de Valencia.  Quienes aceptamos esa oferta, era evidente que no teníamos otra mejor. Sin embargo, desde el primer día, uno de los contratados, nos miraba al resto por encima del hombro. Se pasaba el día diciendo que estaba allí, porque quería, pues tenía la posibilidad de trabajar en sitios importantes. La historia la repetía a diario, así que nos resultaba inaguantable.

    Había documentación importante para llevar a bancos y mutualidades, que por seguridad se entregaba en mano a la persona responsable, por lo que se llevaba personalmente. Un día me mandaron a mí.  Me gustó. Así que procuré hacer el mandato rápido y bien hecho. Conseguí que me enviaran dos o tres veces a la semana, a visitar bancos y mutualidades. El idiota, que nos miraba por encima del hombro, me pregunto porque aceptaba esos encargos si mi contrato era para estar trabajando sentado en un despacho.  Entonces yo ya había percibido que el hombre no tenía muchas luces, y le tenía ganas. Por eso no le dije qué entre estar todo el día, sentado en un despacho, formando listas de deudores, o poder pasear por la ciudad, prefería pasear. Le dije que lo hacía porque me pagaban un plus de kilometraje, por lo trayectos que hacía a pie. Como hizo cara de creérselo, el día siguiente traje un cuentakilómetros que tenía mi mujer para hacer footing y se lo enseñé. Cada día que me iba de visita, pasaba por delante de él, y ponía en marcha el cuentakilómetros. Al regresar, delante de él, anotaba en una libreta los kilómetros que había hecho. Para rematarlo, como cobrábamos mediante un cheque de la Caja de Ahorros, y yo tenía un talonario de la misma caja, después del cobrar yo pasaba por su puesto de trabajo, le enseñaba el cheque del salario del mes, y otro de los míos que yo había rellenado, y puesto un cuño de la Tesorería SS, y añadido en concepto de kilometraje, (por 30 o 40.000 pts.)  Cada día lo notaba más nervioso. Él me insistía en que le dijera con quien tenía que hablar para que también le dieran ese trabajo. Le contestaba que no quería competencia. Cuando le enseñaba el cheque por pago de kilometraje se notaba que sufría mucho. Así pasaron unos tres meses.

    Un día me dijeron que me presentara en el despacho de la Directora. Entré al despacho, me veo al idiota, a la directora, al gerente y el jefe de personal. El jefe de personal dijo: “hay que acabar con la historia esa, de que cobras kilometraje, porque este señor nos tiene fritos. Ya está bien que lo tengamos que aguantar todas las semanas, que él también quiere cobrar kilometraje”. Me aguanté como pude el descojono, y todo serio dije: “No sé de qué hablan”. Entonces me preguntaron expresamente si yo le había dicho que cobraba kilometraje. Otra vez, manteniendo la seriedad, dije: “como voy a decir eso si no es verdad”. Ahí se terminó el dialogo. El idiota se abalanzó corriendo hacia mí, con intención de romperme la cara. Por suerte, el despacho era inmenso y tenía una mesa grande como las que se ven en las películas que se reúnen los consejos de administración de las grandes empresas.  Yo estaba joven y ágil. Así que empecé a dar vueltas a la mesa, él me seguía; como si de una escena de película de Charlot se tratara. Llamaron a seguridad. Por suerte llegaron antes que yo me agotara. Se lo llevaron a otra planta y le prohibieron que pasara por la que yo trabajaba. A mí. me dijeron que se había acabado la broma.

    Desde entonces, creo que tengo suerte que en este país cualquier idiota no puede comprar un arma, como en la USA. Pues de lo contrario, estoy seguro que, el día siguiente el idiota hubiera venido al trabajo con un fusil ametrallador, y me hubiera disparado todo el cargador. Después, para asegurarse, me hubiera pegado un tiro en la nuca.

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