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Por María José Navarro
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La realidad que nos acompaña

    De dónde venimos, en qué momento estamos y hacia dónde nos dirigimos… Un recorrido por la historia del capitalismo y del consumismo atroz es lo que expongo en mis formaciones; hable de economía doméstica, de medio ambiente, de reciclaje, de consumo o de género, siempre comienzo con la presentación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o la Agenda 2030, como fórmula para fijar la atención en las desigualdades que nos rodean y que, por muchas agendas mundiales que se pacten, van a seguir estando “in eternum”.

    Según los resultados que se van ofreciendo respecto a los ODS, y siendo consciente de la realidad impertinente que nos acompaña, evitar el hambre en el mundo, conseguir el fin de la pobreza, o eliminar las desigualdades son utopías inalcanzables, aunque, como dice Galeano, están en el horizonte y nos sirven para avanzar, al menos en sensibilización. Se hace preciso que la ciudadanía sea consciente del sistema perverso en el que vivimos y entienda que la “libertad” de la que disfrutamos para adquirir productos o gastar megavatios es solo una fina y frágil línea que nos separa de aquellas otras personas que no la tienen. 

    A esas personas que carecen de la “libertad” del consumismo no hemos de buscarlas en países lejanos, esos del “Tercer Mundo” que parece que nos queda tan lejos. Esas personas las podemos encontrar en las calles de nuestras ciudades, en los parques de nuestros barrios, tal vez en la puerta contigua a la nuestra. Son personas “normales” (con todas las comillas que lo que se percibe como normalidad requiere) que pasan desapercibidas, pero que este invierno van a pasar frío o hambre, o ambas cosas… pero eso sí, las grandes energéticas van a seguir hinchando sus beneficios de una manera desproporcionada.

    Según un informe de Greenpeace, en 2020 un 9,6% de los hogares españoles tuvieron retrasos en el pago de sus facturas de suministros, lo que equivale a 4,5 millones de personas que se enfrentaron a cortes de energía en sus hogares. Si vemos la realidad actual, después del inicio de la guerra en Ucrania, según una encuesta realizada por la UE en la primavera de 2022, un 16% de las personas informaron estar atrasadas en los pagos de sus facturas, llegando al 50% en Grecia.

    Esto quiere decir que millones de personas en la UE sufren pobreza energética, y van a tener que decidir si comen o si pagan el recibo de la luz o el gas… Pero esta elección puede llevar a la muerte a muchas personas. Se estima que en 2020 murieron en nuestro país unas 7.000 personas debido a la falta de energía.

    Pero mientras tanto, las grandes compañías que distribuyen gas y electricidad (a la vez que contaminan), siguen aumentando sus beneficios de una manera perversa, dejando atrás a tantas y tantas familias en situaciones de vulnerabilidad.

    Se necesitan leyes que protejan a las personas y eviten que, quienes menos tienen, sufran las consecuencias de los abusos de las energéticas sin escrúpulos. Ya basta de paños tibios, y vuélvase a prohibir (como ocurrió en pandemia) que las millonarias empresas corten el suministro de las familias con menos recursos.

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