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Por María José Navarro
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¿Derecho a huelga?

    Cuando las huelgas las llevan a cabo trabajadores y trabajadoras de sectores cuya paralización repercute en la vida cotidiana del resto de la ciudadanía, suelen ser presentadas por los medios de comunicación como algo negativo, encontrándonos titulares en los que se criminaliza el hecho del paro en sí, pero sin reflexionar sobre la realidad laboral que ha llevado a esas personas a declararse en huelga, utilizando así su legítimo derecho a reclamar mejoras salariales y/o laborales, creando la percepción de que esas personas que luchan por defender sus derechos, en realidad lo que pretenden en complicarnos la existencia al resto de los mortales, aunque en muchos casos los servicios mínimos establecidos por la administración suelen ser tan exagerados que en realidad esos inconvenientes se minimizan hasta casi la normalidad cotidiana.

    Por otro lado también los sectores empresariales y de poder se encargan de demonizar a los sindicatos y a los y las sindicalistas, cayendo sobre estas personas un aura negativa y el estigma de ser malos trabajadores que se aprovechan de su situación de liberación de sus ocupaciones en la empresa.

    Esta falta de empatía es preocupante, aunque solo denota la realidad que nos envuelve: vivimos en una sociedad individualista y nos han convencido que cada uno ha de resolverse sus problemas; nada de unirse para buscar el bien común (¿qué será eso?), ni de asociarse para reclamar mejoras en nuestro entorno (ya tenemos las redes sociales donde volcar nuestra bilis), ni de relacionarse para intercambiar información (que con internet ya tenemos bastante), y así nos va… Relaciones sociales cada vez más deterioradas, y una falta de cultura social, política y cívica que deja mucho que desear.

    Con este caldo de cultivo, cómo no, también se ha deteriorado la oferta y las condiciones laborales, dejando a muchos trabajadores y trabajadoras en situaciones de precariedad insoportables, y, sin embargo, en una década ha descendido el número de personas afiliadas a un sindicato en más de tres puntos, quedando en un ridículo 13’9% en 2015, que es el último año del que se disponen datos al respecto. Esto, a mi parecer indica claramente el nivel de desafección de los y las empleadas por cuenta ajena de nuestro país, muy lejos de la OCDE que está rondando el 33% y a años luz de Suecia, que tiene un 66% de trabajadores/as sindicado.

    Las personas con un mayor nivel de precariedad laboral son las que más lejos están de los sindicatos, bien porque trabajan en pequeñas empresas en las que difícilmente va a haber un delegado sindical, bien porque su trabajo en sí mismo les impide pensar en otra cosa más que en acabar su larguísima (y, por lo tanto, ilegal) jornada laboral o pluriemplearse para poder mantener unas condiciones de vida mínimas, aunque son estos trabajadores y trabajadoras quienes más necesidad tendrían de conocer (reconocer) sus derechos y poder exigirlos a sus empleadores.

    Así que, aunque la huelga es un derecho al que todo empleado y empleada puede/debe acogerse, está claro que en realidad esto no es factible para todo el mundo…

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