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Por María José Navarro
Picos Pardos - RSS

Y aquí no pasa nada…

    Desde hace muchos años mi relación con los bancos ha sido tensa, produciéndome una especie de reacción alérgica que me llena de desasosiego, y a cada encuentro incómodo (tener que soportar una larga fila para poder hacer un simple trámite, hacer movimientos con mi dinero y no conseguirlo por impedimentos burocráticos, o tantos otros…) salen de mi boca palabras malsonantes, juramentos y una retahíla de improperios transformándome, por unos instantes, en una persona bastante insociable.

    Esto era antes, cuando aún había alguna posibilidad de relación con la sucursal de la esquina, y con la persona de “confianza” que tenías asignada, que te llamaba por tu nombre de pila y conocía tus vicisitudes económicas y hasta familiares… Esto ha ido cambiando y hemos tenido que ir viendo como los bancos se transformaban en algo impersonal, sin empatía hacia la quien está al otro lado del mostrador (o al otro lado del terminal telefónico), y consiguiendo que la brecha digital sea un obstáculo insuperable para muchos de sus clientes, que tienen que acabar yendo con alguien que les ayude a conseguir el dinero de su pensión, o que tienen que hacer un montón de trámites que no entienden, porque se les ha bloqueado la cuenta sin saber muy bien el motivo.

    En fin, que por aquello de “adecuarse a los nuevos tiempos”, y la pandemia les ha venido como miel sobre hojuelas, todos y todas hemos perdido en calidad, en servicios y en puestos de trabajo…

    Pero si hablamos de banca y rescates, entonces ya se me hincha la vena y mi tensión va en aumento… Solo pasa en nuestro país de pandereta que los rescates a la banca no sean devueltos. Miles de millones de euros de todas y todos (porque el rescate sale de las arcas públicas), se quedan en un limbo bancario (irrecuperable al parecer) y aquí no ha pasado nada… Bueno, sí… Fusiones y más fusiones, eliminando el nombre de muchos de esos bancos a los que se les rescató, cierre indiscriminado de oficinas, y la supresión de miles de empleos, quedándonos un paisaje de desolación bancaria, en el que los habitantes de muchos pueblos han perdido hasta la posibilidad de sacar dinero de un triste cajero (porque también se los han llevado).

    El colmo de exasperación llega cuando leo en algún medio que la banca (esa a la que se rescató y que nunca devolvió lo prestado) sigue embolsando dinero a espuertas a costa de las familias y las empresas, ya que todo son beneficios en el río revuelto en el que estamos sumergidos en estos momentos, sube el euribor, y por  consiguiente suben los tipos de interés, asfixiando más a quien menos tiene… y sigue sin pasar nada… No se regulan estas prácticas abusivas, en las que la ciudadanía SIEMPRE sale perjudicada, pues resulta inviable sobrevivir sin tener una cuenta abierta, que, además, tienes que pagar por el supuesto mantenimiento de tu dinero, y que cuanto menos tienes más caro te sale, vamos, la cuadratura del círculo.    

    Y si todo esto no fuera suficiente, los cajeros automáticos de los pueblos más pequeños  que se llevaron estos ladrones de guante blanco para evitar que nada les provoque pérdidas, los vamos a poner nosotras, es decir, que la ciudadanía va a tener que suministrar esos aparatejos para que en los pueblos tengan la oportunidad, al menos, de tener su dinero cerca, con coste cero para los bancos, que se evitarán hasta el mantenimiento, y que, evidentemente, también pagaremos nosotras.

    Vivir en esta sociedad consumista y cada vez más digitalizada  sin tener una cuenta abierta es imposible, por lo que los ciudadanos y las ciudadanas nos encontramos abocadas a tener que negociar con un sistema bancario, en el que cada vez hay menos competencia (el monstruo grande se ha ido comiendo al chico y cada vez el sistema se parece más a un monopolio privado), por lo que la capacidad de negociación sobre nuestros ingresos es prácticamente nula, quedando sometidas a ese monstruo, de proporciones cada vez mayores… y sigue sin pasar nada.

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