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Por Jesús Montesinos
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El chocolate del loro

    Cada vez que aparece la proclama de un recorte salarial para un político (cuestión que encanta a los españoles) o la supresión de un coche oficial se dice que eso es el chocolate del loro. Cierto. Y cuando se suprimen las cuotas obligatorias a las cámaras de comercio (20 € de media anual por PYME) o reducen la tasa de basura también decimos que eso es el chocolate del loro. Pero fíjense que en un párrafo ya llevamos cuatro tabletas del chocolate para ahorrar en tiempos de austeridad.

    Este país está repleto de gastos que son el chocolate para el loro. Unas veces porque no valen la pena ni revisarlos y otras porque actúan como espejismos: quitarlos son una quiebra política. No hay oficina, fábrica o puesto de funcionario que no tenga pegado a su silla o a su camión una dosis de chocolate para el loro. Por eso Manuel Pizarro dice que la austeridad para corregir el déficit tiene que empezar por el recorte de muchos trozos de chocolate para el loro. ¿Cuántas horas entretienen los conductores de coches oficiales mientras sus señoritos despachan en el ayuntamiento o en las Cortes? Una mínima racionalización de los tiempos y viajes ahorraría un montón de chocolate.

    Mandar un sobre del juzgado a un ciudadano no debe costar más de cinco céntimos. Un cachito de chocolate. ¿Pero cuántos sobren salen todos los días desde el Palacio de Justicia de Valencia o de Alicante? ¡Miles! ¿Qué pasaría si de una vez por todas esas cartas se mandaran por un correo electrónico o por un SMS? Pues que ahorraríamos mucho chocolate. Pero forman parte de esos mandamientos nunca escritos en los hábitos españoles pero que ya tienen asignada la partida presupuestaria.

    Un buen camarero sirve diez mesas con una cocina diligente y bien organizada. El buen camarero cobra más, pero si el camarero es malo hacen falta dos para las mismas diez mesas y el bar acaba necesitando dos camareros baratos que encima te tiran el café por los pantalones. Pero hay que pagar poco sueldo para ahorrar el chocolate del loro, con lo cual todo sale más caro. ¿Cuántos folios de más utiliza un funcionario que no los paga? Por no repasar los bolígrafos, cajas de pañuelos o toallas con membrete o bordado de La Fe que hay en la mitad de las casas valencianas. “Eso es el chocolate del loro”, dice el personal embutiendo la sábana en una bolsa.

    ¿Cuántas vueltas da un coche por la calle Cirilo Amorós para encontrar un aparcamiento gratuito? Gasta más en gasolina que en el tiket de la zona azul. En la anterior crisis los ingleses dejaron de bañarse porque gastaban más agua que en la ducha. Dígale usted a uno de la Vega Baja que cierre el grifo mientras se limpia los dientes para ahorrar agua. ¡Pero si eso es el chocolate del loro del trasvase Tajo-Segura! ¿Cuánto ahorraríamos si cada usuario de la sanidad pública pagara 50 céntimos por visita?

    Pero de eso quien más sabe es Rubalcaba. Fíjense: llevamos una semana que cachito a cachito de chocolate (controladores, dopaje de deportistas, wikileaks) nos están haciendo olvidar la incapacidad de su jefe para ir atajando la crisis. Por eso queda olvidado que la cosecha de vino este año en Requena será un 40 por ciento menor y que el barbecho nos deja sin 250.000 euros de subvención europea. Una tontería para el loro. Como las décimas de pérdida en productividad, que cuantifica la CEV en la economía valenciana del 2010. El chocolate amargo del loro.

    (*) Y un recuerdo para José María Gil Suay (+) que hace años enseñó a muchos empresarios valencianos cómo hacer negocios.

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