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Cinismo como norma

    Las personas tenemos una gran pasión comentando cosas que no sabemos. Si me paro a pensar en todo lo que oigo desde que me levanto hasta que me acuesto, no pararía de contar -como ovejitas, una detrás de otra- mentiras, hipocresías, victimismos, culpabilidades… Todo, todo eso constantemente dirigiéndonos. Porque o somos las pobres víctimas o los malvados verdugos. Quizás sea lo que hemos acogido como supervivencia social: el aparentar ser y pensar de determinada forma, llevar y comer esto y lo otro porque es lo que se hace, y le hago foto a esto porque a la gente le va a gustar ¿y a ti? ¿Te gusta a ti? ¿Quieres hacerlo o es solo seguir al rebaño?

    Releyendo a Carmen Martín Gaite y entretejiendo la forma para poder trasmitirla a mis alumnos, pienso mucho y muy fuerte. Pienso en cómo la sociedad, en el fondo, no ha cambiado tanto; cómo seguimos viviendo de las apariencias como los habitantes de la novela, o seguimos buscando la desgracia ajena para tener un tema de conversación como en el casino los hombrecitos o a la salida de misa las niñas de bien. Ver y juzgar sin criterio ni corazón. Qué mala herencia, qué mal legado para un futuro que seguirá creando curas, las formas en tierra y cielo, los nuevos colores y las nuevas sentimentalidades.

    Dicen que el avance tecnológico es el progreso de la sociedad. Llamadme paleolítica, pero no creo que tener generaciones de móviles y ordenadores cada vez más punteros sea indicativo de que como sociedad vamos a la par. Diría, más bien, que conforme despega una parte, la otra cae hacia abajo sin paracaídas. Siento que tras las novísimas pantallas hay alguien que se ha olvidado hace tiempo de sentir verdad, niños que no recuerdan jugar en la realidad, amantes enamorados de un perfil y no de una personalidad, trabajadores consumidos por su rutina que encuentran en estos dispositivos el “descanso” que nadie les da.

    En el libro que mencionaba, una de las protagonistas, Elvirita, guarda luto junto a su familia por la muerte del padre. A veces siento que estamos guardando nosotros también un eterno luto por aquella persona que nos gustaría o nos hubiera gustado ser. Y parece que sucede desde el momento en el que entramos en el mundo y tenemos facturas, pisos y compras que pagar. Un dispositivo al que atender. Como reprimiendo una felicidad que no se va a dar porque ahora mismo es más factible generar, cumplir, acatar y no cuestionar las injusticias. Un luto, una pena que busca incansable la forma de hacer que (nos) mintamos.

    Y, aun así, creo, entre tanta prisión, ante tanto grito callado, que conseguimos sonreír de verdad al menos una vez terminado el día. Cuando sentimos ese calor al llegar a casa y darles un beso a nuestros hijos, parejas, familiares y hasta mascotas. Buscamos rinconcitos de felicidad como el rayito de sol en invierno. La caja de pandora se abrió dejando la esperanza como lo último que se tiene que perder. Quizás haya que recordarlo un poco para resituar la pobreza de valores y el vacío de una pantalla.

    José Saramago dijo: “el único milagro que podemos hacer será seguir viviendo; defender la fragilidad de la vida día a día”. Creo que no podemos dejar que nada hunda o arrastre lo que somos y a las decisiones que nos pueden quedar por tomar. Seguir viviendo a toda costa, a contracorriente, para salir de lo establecido y borrar todo lo que ensucia. Los egos que encuentran su comodidad en el cinismo no tienen futuro. No les demos más voz, sino respuesta.

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