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Por José Manuel Puchol Ten
Crónica de l´Alcalatén - RSS

Yo era monaguillo

    Yo era un monaguillo, ya saben, de los de sotana roja y roquete blanco. El negro, en nuestros niveles clericales estaba reservado al sacristán o su sustituto.


    A estas alturas del calendario, recuerdo la Cuaresma ya apunto de tocar a su fin. Desde su inicio el Miércoles de Ceniza, todos los viernes por la tarde acompañábamos al sacerdote en el Vía Crucis. Una labor, que cuando éramos citados o llamados a hacerla, nos satisfacía enormemente porque nos libraba del Cole, además recibíamos el “plácet” de buen chico del Hermano de la Salle.

    L´Alcora cuenta con un magnífico Monte Calvario, que en zig-zag asciende hasta su cima coronada por el Ermitorio del Stmo. Cristo. Durante el recorrido y colocadas equitativamente, están distribuidas una serie de capillitas dedicadas a las estaciones de la Pasión. Hornacinas decoradas con cerámica de bella factura, realizadas por el reconocido artista D. José Cotanda Aguilella, Hijo Predilecto de la Villa. Otrora estaban las auténticas estaciones en placas de cerámica, obra de sin igual arte, manufacturadas en la Real Fábrica del Conde de Aranda. Quince estaciones tenía l´Alcora (una más). Diez fueron destruidas en la incivil contienda, y de las cinco restantes una fue robada la noche del 6 de junio de 1.974, precisamente la Estación XV…

    …que representa a Cristo Resucitado. Las cuatro restantes que pudieron salvarse están expuestas en el Museo de Cerámica, en depósito de la Parroquia Ntra. Sra. de la Asunción.

    Con la llegada del Domingo de Ramos, y el canto en latín del extraordinario evangelio de la Pasión, se abría la puerta a la Semana Santa. Ya estaban las imágenes y cruces debidamente tapadas de morado, también teníamos dispuestas las cuestiones propias para el cúmulo de trabajo que se avecinaba, lo último era limpiar y tener lista la Carraca. Un instrumento de percusión, de estruendoso ruido, que hacía las veces de campanario desde el Jueves a Sábado santo incluidos.

     

    La semana se presentaba con mucho ajetreo de Carraca.

    Radios, campanas, altavoces, sirenas y cines estaban parados.

    Solo RNE emitía música sacra.

                                                                           

     

     

     

     

     

     

    Comenzaba con El Solispasa, reservado a los martes y miércoles de Semana Santa. Un cubo lleno de una masa poco espesa, diluida, compuesta de harina y salvado, que en pequeñas porciones se echaba sobre el dintel o la propia puerta del receptor. Los martes se visitaba las fábricas y talleres, y los miércoles al vecindario en general recorriendo todo el casco urbano. Además llevábamos un gran capazo de esparto donde se guardaba la “replegà” compuesta de pequeños donativos.

    Jueves Santo y el propio Viernes, eran bastante similares a la actualidad: Celebraciones religiosas, exposición del Monumento, procesiones, etc. pero había una tradición de suma importancia en aquellos años cincuenta, que con ligeras modificaciones aún se mantiene viva.

    Se trata, de que en las iglesias y alguna ermita -casi todos los lugares de culto-, se preparaba como un pequeño catafalco en el pasillo central, junto al Presbiterio, donde quedaba expuesto el Cristo Yacente. Las dos tardes de los citados días, una vez ultimados los oficios religiosos era costumbre visitarlas. Se guardaba mucho respeto. Recuerdo a la Congregación de los Luises, Mayoralas de la Virgen de los Dolores,  y juventudes de Acción Católica, pasar en grupo por los lugares de veneración, y entre uno y otro, aprovechaban el trayecto para rezar el Vía Crucis o el Santo Rosario. La Iglesia Parroquial, Sangre, San Francisco, el Calvario (con rezo del Vía Crucis incluido), y la Capilla de Marco, eran los lugares descritos.

    Llega el sábado de gloria y con él mi júbilo. La Misa de Gloria la esperaba con delirio. Con la luz que daba el ascua de un pitillo, subía al campanario para ver a los mayores como se preparaban para el “Vuelo General”. Cuando Mosén Ignacio Mechó, desde el altar entonaba el “Gloria In Excelsis Deo”, me estremecía. El silencio de aquella lúgubre noche, era roto con estruendo por el sonido que emitía el majestuoso y solemne vuelo general de campanas. Un hecho de los que quedan a perpetuidad en el recuerdo de uno. Vivencias gratas de una Semana Santa que guardo a buen recaudo, nunca la olvidaré.

    Momento es, como final de la presente crónica, hacer honor a Mosén Tomás Calduch (Tomás Bernabé Calduch Cano), un venerable varón.

     

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