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Por Vicent Albaro
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El periplo de las mantas arrieras

    FOTOS
    El periplo de las mantas arrieras- (foto 1)
    El periplo de las mantas arrieras- (foto 2)
    El periplo de las mantas arrieras- (foto 3)

    Conjuntar la tradicional Recua Arriera de Alcora del siglo XVIII, con la máxima pureza original, constituye una reto de dificultad extrema. (Montarla para salir del paso, es muy fácil). Y afirmo que es difícil, por la sencilla razón que, dejando aparte a las bestias, en este caso mulos de por si ya complicados de encontrar- por estar en serio peligro de extinción-, todo el ajuar que visten las caballerías es digno de un museo etnológico. La mayoría son piezas únicas, en poder de descendientes de los viejos arrieros. Están incompletas, pues a la hora de repartir herencias, se repartían las aparejadas para tener un recuerdo sentimental de sus ancestros. Con lo cual su localización es de una complejidad extrema. Y además, muchas de estas personas no quieren dejarlas, por no desprenderse de este preciado tesoro sentimental, que por otro lado, no tiene objeto ni razón de ser; sino es en su postura y utilidad original para el que fue creado: Adornar las Caballerías para la Fiesta. Pero aún así, son muchos los propietarios y amantes de la tradición que ceden las cabezadas, pitrales, mandiles, etc. para exhibir esa maravilla alcorina llamada Recua Arriera.

    Otro tanto es la guarnicionería de animales de trabajo, inexistente hoy en día por el desuso. Hay que acoplar lo que da el mercado del caballo, o hacérselo uno mismo, comprando materia prima o restaurando viejas glorias.

    Pero dentro de este inmenso y complicado rompecabezas, una dificultad añadida y más corriente, a la hora de montar y conjuntar la Recua Arriera de Alcora, han sido las mantas. Esas mantas bermejas a cuadros negros, que cubren la preciada cerámica y que dan el sello personal a todo el conjunto. ¿Por qué? Buena pregunta que tiene una lógica contestación. Mientras las aparejadas solo sirven para vestir a los animales, y sin animales su función es inservible; las mantas tienen y han tenido otras utilidades domésticas en el hogar. Servidumbre de manta propiamente dicha, tapetes, cobertores, cortinajes, protectoras de objetos, etc. Con lo cual su conservación ha sido mucho más complicada y difícil.

    Por ello y visto lo visto, con la experiencia en el cuerpo de varios lustros organizando la recua, a finales de la década de los ochenta, dos amigos nos propusimos recuperar esas mantas zamoranas, palentinas, bajo aragonesas, o vaya usted a saber de dónde eran, para lograr la armonía y conservación de la Recua. Éramos Pedro Moliner y un servidor. En los distintos viajes efectuados cada uno por su cuenta, indagábamos por la vida y milagros de las mantas de la Recua, con una foto de la manta del tío Pedro Saborit el del estanco, dejada por su hijo Manolo y su nuera Gloria y que solía salir en la procesión. Se indagó en la provincia de Granada, la de Salamanca, Valladolid, por la villa de Crevillente afamada por sus alfombras, las fábricas de mantas comerciales alicantinas y valencianas. El diseño les sonaba pero la materia prima de “Pura lana merina”, ni soñarlo, que eso ya no se utilizaba. Ronda conjunta Vicente y Pedro con familia por Morella, Cantavieja, Alcañiz, los dos Rubielos, etc. Y la misma historia, la conocían pero nadie daba razón de un artesano para confeccionarlas. Puesto que hablamos de una manta de dos por tres metros, y necesita un telar bastante grande para su confección.

    Un verano estando en Oropesa del Mar, Pedro me presentó a unos amigos de León, en concreto de Val de San Lorenzo, y hablando de cosas de aquí y de allí, salió la gastronomía y el cocido maragato. Al oír la palabra Maragatería y por asociación, saqué a colación el asunto de la Manta Arriera, y tuvimos la grata sorpresa de que cerca de allí en otro pueblo, en Castrillo de Polvazares, había artesanos con telares antiguos, que aún trabajaban la lana merina.

    Había que montar el viaje. Y al cabo de un tiempo, en un viaje a Alcalá de Henares, Pedro y yo alargamos la ruta hasta la provincia de León. Recuerdo un viaje largo y frío, la niebla envolviéndolo todo, pero siempre con el calor esperanzado de la Manta Arriera. Llegada al corazón de la maragatería a Castrillo de los Polvazares, y localizamos por fin al artesano mostrándole por enésima vez la pringosa fotografía…y con una sonrisa, la reconoció. “Hace años que ya no se hacen”. Continúa…”Pero son de por aquí, que yo sepa se han hecho aquí en León, en Zamora, en Palencia, y…supongo que en otros sitios”. ¿Usted la haría? Preguntamos a dúo los dos. Difícil –contestó. No tengo ya ese patrón, además la materia prima ya no existe. Ni forma de localizarla, la lana hoy en día no la quiere nadie, y de los corderos solo tiene valor la carne. Salimos de allí apesadumbrados, con el convencimiento de que el asunto de rehacer las mantas, estaba definitivamente perdido.

    Pasarían varios años más de puntuales búsquedas sin demasiado convencimiento. En esos años mi amigo Pedro y compañero de búsqueda había fallecido, demasiado joven para la cantidad de proyectos por realizar, y no podría ver concluida la historia de las mantas. En esos años tuve la fortuna de conocer a la familia Casañé, de la Casa de las Mantas de Palencia. Unos fabricantes de textil famosos por toda la vieja Castilla, de origen catalán y afincados en Palencia. El bisabuelo era vendedor ambulante, y se enamoró de una guapa palentina allá por el s. XIX. Y al final fue a dar con sus huesos a esta bella ciudad castellana. Pues bien, el biznieto de aquel Casañé, Luis, que habla un castellano de libro, se comprometió a fabricar las mantas arrieras con la mayor autenticidad, dentro de lo humanamente posible. Esta vez el modelo se lo pedí a Manuel Granell casado con Encarna Nácher (q.e.p.d.), yerno del tío Enrique “Bou”, responsable de la Recua durante muchos años. Era la vieja manta, más antigua que Matusalén, decolorada, roída, entrañablemente fotografiada tantas veces en la Recua. El artesano necesitaba ver y tocar el paño, controlar las hilaturas, el dibujo, el tintado, etc. se le hizo llegar la manta. Al poco tiempo recibí la contestación: “Podían hacerse”. Salté de alegría aunque la dicha no fuera completa, ya que había algún pero. Podían hacerse pero con cierta cantidad de tirada, y aún así resultarían caras. Sobre 200 € la manta. El, se quedaría la mitad de la producción para Paradores del Estado, y algún hotel que requería este tipo de material antiguo y de época. Pero el resto debían venir a Alcora y hacerme cargo del pago, claro. Treinta mantas tenían que venir al pueblo para hacer la producción. Contento y animoso le dije que si rápido, que se pusiera a trabajar ya, eran muchos años de búsqueda. Mientras tanto yo, encontraría compradores para las mantas sobrantes, unas veinte. La Recua con diez mantas, ya anda bien uniformada.

    Cuando Luis Casañé me llamó para decirme que ya podía enviarme las mantas, solo había vendido cuatro y regalado una a Manuel Granell por dejarme el original. Total cinco. Y ni una más. Guardé seis en depósito para la Recua Arriera que se usan normalmente en las salidas. Mientras las otras, las restantes, duermen en un armario a la espera de nuevos e imposibles arrieros, o de personas enamoradas de la historia, que quieran guardarse un pedazo de tradición en su casa.

    El joven Casañé cumplió su palabra y yo la mía. En el año 2006 pude ver alguna de estas mantas en el Parador Nacional de Ciudad Rodrigo, aquellas mantas bermejas a cuadros negros, nacidas de una matriz alcorina paseada a lomos de mulo por mil y una aventuras. Y yo mantengo un stock durmiente a la espera de no se sabe que, pero a la espera siempre.

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    comentario 1 comentario
    RR
    RR
    05/11/2013 09:11
    Tenacitat

    Una història molt interessant.

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