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Per J. P. Enrique
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Cuento: El rey que consiguió ser dueño de todas las riquezas

    En aquel país, el rey era un hombre rico, inmensamente rico. Controlaba muchos de los negocios de su reino, pero en su desmesurada avaricia, quería ser aún más rico y puso sus ojos en los negocios  de otros súbditos suyos que él no controlaba.

    Un día le dijo a su administrador: Hay negocios de venta de combustible que si fueran míos serían para mí los beneficios. Tienes que diseñar un plan.

    Su fiel administrador al poco tiempo acudió con el encargo resuelto y dijo: Se puede hacer una oferta elevada por toda la red de gasolineras del país porque los  beneficios se lograrán en automatizar los servicios y  despedir a todos los empleados. Y el plan se llevó a cabo y todas las gasolineras pasaron a manos del rey y todas se automatizaron.

    Al poco tiempo el rey, con la mirada solo puesta en lo que ganaban otros, se fijó en que la red de pastelerías y su administrador trazó un plan similar: Los suministradores de harina, aceites y azúcar depositarían esas materias primas en unos silos, de allí pasarían a unas máquinas automáticas y los pasteles saldrían listos para ser consumidos.    …Y el plan se llevó a cabo.

    Vinieron luego los supermercados. Se dijo el rey “el negocio de la alimentación nunca falla porque la gente necesita comer y tal como le explicó su sabio administrador, se podía mecanizar con robots la distribución de productos e instalar sensores para el cobro automático, de ese modo no harían falta miles de cajeras. Así se planeó y así se hizo.

    El rey, inmensamente rico, siguió y siguió comprando  negocios y a sus manos pasaron también  lavanderías, empresas de telefonía,  bancos, empresas de gas, de electricidad,… Y en todas aplicó el método  que había inventado su fiel administrador.

    Un año después con todos los negocios mecanizados funcionando, el rey  se dispuso a  ver las cuentas de resultados de sus empresas con cara alegre y ojos saltones, mientras se frotaba las manos, cual avaro de Molière pensando en lo que habrían crecido sus beneficios tras las enormes inversiones realizadas.

    Cuál sería su sorpresa al ver que las cuentas no solo no  habían crecido en beneficios, como cabía esperar, sino que  reflejaban enormes  pérdidas.

    Enojado, el Rey soltó toda su irá. Ordenó ahorcar a su fiel administrador y mandó llamar a los mayores gurús, magos, adivinos y expertos de las finanzas de todo el planeta. La respuesta no tardaron en dársela: “Han bajado los beneficios porque han bajado las ventas y las ventas han bajado porque quienes compraban gasolina, pasteles, iban a las lavanderías, trabajaban en los bancos, en compañías de telefonía, etc., etc. todos, al no tener ingresos por no tener trabajo, estaban en la ruina y no podían comprar lo que las empresas reales les ofrecían.”

    Finalmente el rey guardó silencio y se fue a meditar a su palacio de invierno. Allí,  recostado junto a la chimenea llegó  a la conclusión final de que las riquezas de un país deben ser compartidas.

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