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Per José Luis Ramos
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El “Paseo”

  • "El paseo, era un espacio donde confluían miradas que se buscaban y sonrisas que se cruzaban, de inocentes adolescentes en busca de nuevas vivencias ilusionantes"

Ya no recordaba la última vez que escuche la versión de los Mustang, de “Jóvenes”. La canción que popularizó Cliff Richard en inglés, en los años 60. Pero hace poco la escuché. Al escuchar la primera estrofa que dice: “Jóvenes, éramos tan jóvenes, soñaba yo, y soñabas tú. Y fue... la verdadera razón, de mi vida, nuestros sueños sin temor,” confieso que conmocionó los recuerdos de mi adolescencia Entonces vinieron a mi memoria los primeros encuentros en que los chicos íbamos a ver las chicas, y ellas, a los chicos. Era principios de los sesenta. Una época que los colegios no eran mixtos, y se recriminaba a los niños si jugaban con niñas. No había los Pubs y discotecas que hay ahora, como lugar de encuentro de la juventud. Los bares eran para los hombres. Los mayores iban a los casinos, y los más jóvenes a bares como el Tarròs, (De José María y Juanita) donde íbamos la pandilla de amigos.  Los chicos, de mi generación, antes que nos dejaran entrar al baile, cuando queríamos tener un encuentro con un grupo concreto de chicas, organizábamos un guateque en una casa, y las invitábamos. Pero, para encontrarte con la juventud en general, la opción de tener un contacto, aunque solo fuera visual, con el sexo opuesto, era el “paseo”. En Borriana, mi generación, lo teníamos en el carrer Major. Desde el carrer San Vicent al carrer La Purísima. Antes estuvo en el camí d’Onda. A los que no lo conocieron, les diré que no era otra cosa que, pasear en el espacio indicado, los martes, jueves sábado y domingo. En esos paseos, se veían por primera vez muchos jóvenes, de distintos barrios y escuelas.  En ese espació, se fraguaron muchas amistades, se formaron parejas, de las que algunas llegaron al matrimonio.  El paseo, era un espacio donde confluían miradas que se buscaban y sonrisas que se cruzaban, de inocentes adolescentes en busca de vivencias ilusionantes. En ese lugar, yo tropecé con las primeras miradas que me conmovieron. Lo curioso es que se trataba de una chica, que antes de verla en el paseo no la visto nunca. Ni siquiera había hablado con ella. No creo que mi caso sea único.

Las chicas paseaban en grupo y solían ir cogidas del brazo. Para los chicos, no era tan habitual pasear. La mayoría se mantenían quietos de pie, en una de las aceras del paseo, viendo pasar las chicas como si de una procesión se tratara. En verano los días festivos, el paseo se trasladaba al interior del puerto. Allí, disfrutábamos de la brisa fresca del mar al atardecer. Durante la época de vacaciones las caras de la juventud veraneante, ampliaba el paisaje humano habitual del paseo. La presencia de caras nuevas convertía el paseo del verano más atractivo que el del invierno. Sobre todo, para aquellos que conseguían ligar con veraneantes. Los ligues más ilusionantes, tanto para las chicas, como para los chicos, era con extranjeros. Entonces, eran tan pocos los que hablaban inglés o francés, que las pocas personas que lo hablaban, si se lo proponían, tenían asegurado algún ligue de verano. También había, algún que otro, ligue de verano con personas castellanas que veraneaban en Borriana.

Un solo mal recuerdo mantengo en mí memoria del paseo. Me refiero al frio que pasábamos en el mes de febrero. En ese mes, en el margen derecho del Riu Sec, se instalaba la feria para celebrar Sant Blai, el patrón de la ciudad. Allí se trasladaba el paseo, todo el mes, mientras duraba la feria. Ese mes, pasábamos más frio que un pingüino. Así era, por el viento frío que llegaba del norte por el cauce del río. Además, no teníamos ropa con la calidad de la que ahora tenemos, para cubrirnos del frío.

Para los adolescentes que, con catorce o quince, nos incorporábamos al paseo, era como un espacio de viento primaveral que nos arrastraba hacia un mundo ilusionante, aunque desconocido. Las chicas empezaban a mostrarse con algo de maquillaje, con zapatitos de tacón y bonitos vestidos, que alimentaban el enamoramiento de algunos jóvenes. ¿Cuántos torpes comportamientos, tuvimos con personas que estimábamos, propias de adolescentes inmaduros?  ¿Cuántas cosas de esa época cambiaríamos si pudiéramos?  Por lo menos, ese es mi caso. Supongo que de muchas otras personas. Como diría Serrat: “No en sabíem més, teníem quinze anys”.  Es evidente que ya no es posible cambiar el trayecto de un camino recurrido. Pero aunque los hechos del pasado no se puedan cambiar, sí pueden servirnos de lección para continuar sin tener comportamientos que nos podamos arrepentir.

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