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Los silencios de la Semana Santa

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    Los silencios de la Semana Santa - (foto 1)
    Los silencios de la Semana Santa - (foto 2)

    Hay que ver lo que han cambiado las cosas en los últimos treinta años. Pero, qué son treinta años en la infinitud del tiempo cósmico, o en el devenir de los siglos en la corta y difusa memoria del hombre, que si te paras a pensarlo y yendo todo bien, te recuerdan tus hijos, tus nietos y para de contar, después a “negro”. Y eso sin contar que en los próximos treinta años, todo evolucione como en el pasado, y ese cordón umbilical de veneración familiar, resulte ser una reliquia o una pieza de museo.

    La Semana Santa de ahora dista mucho de cómo fue la de nuestros padres y abuelos. Fruto de esos cambios, casi me atrevería a decir que la de ahora, guarda la carátula del LP, pero la música no suena igual. En esos años y en estos días de conmemoración de la Pasión y Muerte de Cristo, existía un recogimiento reverencial, una congoja general por la muerte del Salvador. Nada de músicas, jolgorios y demás espavientos festivos; nada de comilonas ni delicatessen, salvando les “llesquetes” o torrijas, sino todo lo contrario, apurar la abstinencia y los ayunos. Las alegrías y desahogos ya se reservaban para la explosión de la Pascua. Por ello y tras el concilio Vaticano II, la iglesia fue cambiando viejas costumbres como la “Solispassa” arraigadas en la tradición del pueblo. El cura acompañado de los monaguillos iba de casa en casa solicitando limosna al tiempo que bendecía los hogares. Generalmente se daban huevos, y alguna perra chica, chavos y más tarde pesetas y duros. Esta función se cernía a una cuidada representación, pues tras la limosna, la casa era marcada con puñados de una mezcla de salvado mojado y clara de huevo, lanzado contra la pared, cantando aquello tan popular de: “Ous, ous per a una mona de cent ous”, o la local: ”Ous, ous, bona coca i bon dijous”, que ahora se canturrea en la bajada de la Romería de Infantes. Otra cantata era para la casa que no abría o tenía la puerta cerrada: “Porta tancá, bona masá”. Y se aporreaba con efusiva fiereza, con unos mazos de madera sin más contemplaciones.

    Era tiempo de hacer sonar las matracas y acudir en masa a los oficios religiosos, que capitalizaban la vida social en esos días. También era costumbre visitar los Monumentos, que eran altares improvisados en las iglesias u oratorios, donde se exponían imágenes de Cristo crucificado y se acudía en plegaria, a modo de recorrido penitencial por la población. Generalmente se rezaban aparte del Padrenuestro y Avemaría, la oración de las llagas de Nuestro Señor. Por la noche y bien entrada la oscuridad primaveral, la procesión del Entierro recorría las calles del casco viejo, con las imágenes en peana escoltadas por devotos, algunos de ellos vestidos con túnicas y capirotes. En la mayoría de pueblos, las imágenes procesionadas que en su gran mayoría eran tallas de singular belleza y gran valor artístico, fueron echadas a la pira del fuego en la revolución de 1936, donde todo lo que olía a iglesia fue destruido. Puede decirse claramente, que la característica general de nuestros pueblos en esos días, eran la severa austeridad, el recogimiento y el silencio.

    Con los años de la modernidad y el intercambio cultural aparecieron modas nuevas. La gente poseía o soñaba con el seiscientos y el gordini, la vespa y la lambreta, la metralla y la impala. Con la aparición de la TVE, comenzaron a verse procesiones de otros lugares. Con el desarrollismo de los sesenta, que no era otra cosa que puesto de trabajo y sueldo fijos, todo cambió de sobremanera y se hibridaron costumbres importándose de sitios de renombre. La austeridad dio paso al barroquismo y el turismo hizo el resto. Se buscaban señas identitarias exclusivas para distinguirse de las demás y así, acercar al mayor número de visitantes que ensalzaran las glorias de la patria chica. El fenómeno del turismo hacía de la semana santa un atractivo jugoso, incrementó los accidentes de tráfico como nota luctuosa, y puso de moda las vacaciones del puente de esas jornadas. Aquellos ya no eran días de recogimiento general sino de entretenimiento y descanso masivo, las devociones se relegaban a los más viejos y asiduos a las parroquias, la gran mayoría optaba por la escapada y conocer mundo. Y los oficios y el verdadero significado del Triduo Sacro, la festividad más importante de la fe cristiana como es la Pascua de Resurrección, quedó ceñida a un reducido grupo de fieles no a la tradición, sino a la autenticidad de los misterios sacros como enseña la iglesia católica de Roma. Para el resto, jornadas de asueto, sentimentalismo, tradición y folklore.

    Mérito tiene quienes conservaron esa tradición de los mayores como pudieron, ya que este fenómeno se repite con machacona insistencia en todos los lugares y gremios. Casi siempre con voluntad y pocos conocimientos, pues salvo la transmisión oral (no siempre fiable), la mayoría de documentación ardió o en la guerra del francés o en la misma pira que las tallas procesionales en el 36. En lo que se refiere a los caminos de l’Alcora, unos pocos nos pusimos en la ruta semanasantera allá por el 1975, ahora hace exactamente cuarenta años. Éramos muy jóvenes, con ganas y garra. Imparables. Desafiando a tirios y troyanos organizamos una asociación socio-religioso-cultural bajo el auspicio de la parroquia. Era uno de los pocos lugares, sino el único donde te podáis refugiar en ese tiempo como no fueras de la OJE. Al año siguiente y tras enconados trabajos, la Hermandad del Santísimo Cristo del Calvario salía a desfilar el Viernes Santo. Trece valientes como Jesús y sus apóstoles, se vistieron con túnicas de negro luto y capirotes del color del paño de pureza de nuestro Cristo, con la imagen de la capilla en bandolera, lo bajaron del Calvario y lo añadieron a la impresionante procesión del Entierro. Y allí comenzó todo. TODO lo que ahora hay en danza y ristre.

    Y como apunte, al año siguiente en 1977, recuperamos la procesión de las tres Caídas, desaparecida años atrás. Salíamos de la iglesia hasta el Calvario, con el nazareno vivo y la cruz a cuestas. Esta Hermandad de la que me honro en ser fundador y primer hermano mayor, lo revolucionó todo y lo agrandó, con quienes siguieron al frente de la entidad. Aquel año, Cristóbal Castells Forés fue Jesús Nazareno y Manolo Miralles Portolés, su Cirineo. En 1983 siendo hermano mayor de la recién constituida Cofradía de Jesús Nazareno, Joaquín Mallol Castán, les cedimos esta procesión que aún ahora realizan, por ser ellos los titulares de ese paso de la Pasión, y por logística interna. Esto forma parte de los muchos “Silencios de la Semana Santa de Alcora”. Éste fue sin dudas, un acto de generosidad jamás reconocido, como otros tantos, pero así es la vida, y de justicia es narrarlo mientras haya testimonios vivos del hecho. Feliz Semana Santa y Pascua.

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