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Per Vicent Albaro
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Parañeros y olivareros

    Finales de noviembre en cualquier almazara de la provincia de Castellón. Los socios van transportando la aceituna recolectada durante el día y vertida a la tolva para el pesaje. Durante el turno de espera los comentarios son de lo más variopinto, pero dejando a parte la cosecha, predomina el asunto Parany. La mayoría de cooperativistas son paranyeros y tienen los árboles de caza, arraigados en los mismos bancales donde cosechan el fruto que dará el aceite medicinal, el bálsamo dorado, el indiscutible rey de la cocina mediterránea.

    Me encuentro con Cristóbal, de cincuenta y tantos años, si tuviera algunos menos se llamaría Kevin, Jordi, Xavi o Jonatan, vaya usted a saber. A saber hasta donde nos han invadido los de fuera, para despersonalizarnos y volvernos idiotas sin remedio. Hoy, ponerle a un crío Cristóbal, Joaquín, Vicente o Paco, hasta Pepe -nombres de toda la vida-, pues como digo, si se te ocurre manejar esta onomástica del terreno, te pueden multar por reaccionario. Y de las niñas ni hablemos, si no tiene nombre o alias, de artistas del famoseo, apañadita va. Y puestos en el tema, no me extrañaría nada que con esto del laicismo zapateril un día de estos los prohíban, a los nombres del santoral me refiero claro.

    Pero a lo que íbamos. Calentita que anda la cosa con los asuntos paranyeros, me decía Cristóbal, Táfol para los amigos, que recogiendo la oliva casi le dan ganas de llorar. Este octubre leía con avidez los periódicos en el bar el pueblo, e iba apuntando los epítetos que los mendas del ecologismo, iban lanzando en planificado y demoledor cuentagotas, todos los días, a los aficionados a esta caza tradicional. Me enseñó un arrugado papel con un listado de más de quince adjetivos calificativos. Y subrayados en rotulador rojo, tres: Asesino, Criminal y Energúmeno. Por este orden, como en un diccionario de la RAE: A, C y E.

    Cristóbal, cultiva estos bancales desde que su padre partió las fincas. Las de su hermana Concha, que vive en la capital, están yermas y llenas de maleza, las aliagas y chupones son ya más altos que los mismos olivos. Cristóbal moviliza todos los noviembres y diciembres del año a su tropa, para recoger la aceituna. Cuando toca arrebato, es la guerra, la guerra de la recolección a la que nadie quiere ir. La otra, la de todo el año, la de podar, quemar, abonar, labrar, pulverizar, etc... esa otra guerra, esa repito, es exclusivamente suya. Pues eso, nadie le quiere acompañar en su travesía agricultora de sacarle al árbol de la sabiduría, los óleos sagrados, como hacían íberos, griegos, romanos, visigodos, árabes y hasta su padre, que en gloria esté. Al final tras sufrir chantajes, desdenes y algún que otro improperio, consigue movilizar a la desmotivada cuadrilla para extender las mallas verde fosforito, coger los raspadores y cajones para atacar al árbol que ofrece el diminuto y exclusivo fruto ya sea verde, morado o negruzco, según variedad y grado de maduración.

    Cuando los tiene a todos ocupados, se regocija de seguir la tradición familiar, de cosechar un líquido especialmente saludable que aderezará ensaladas y llenará de sabores los guisos de Mamen su mujer, antes María del Carmen, ya volvemos a las andadas. En plena faena, echa mirada a la imponente olivera farga del parany, como un Napoleón de secano piensa para sí, mirando la altivez del árbol centenario: ¡Diez generaciones nos contemplan!. Eso que él sepa. Conozco el árbol en cuestión, y solo con las ramas retorcidas y domadas por el tiempo de las sopalmas, puede andar en más de trescientos cincuenta años. Aclarar que ese árbol jamás se recolecta aunque reviente de frutos, no sea que se vayan a estropear sus delicadas ramas. Y claro, cuando nuestro hombre mira ese monumento natural y la desdicha que lo entorna, se le escapan la rabia y los lagrimones, no sabrías que corre más, si el líquido salobre del lacrimal, o la bilirrubina por sus venas.

    Y en ese instante, se le representa el famoso listado de insultos de los ecolojetas del periódico, y ya no tiene consuelo. Su mujer que lo conoce más que la madre que lo trajo al mundo, lo observa con detenimiento y calla. Sus hijos, tiene tres y algún yerno, se alejan con disimulo de la tormenta que de pronto va a estallar. Y efectivamente, un mecaguenlamarequelshaparit!!! se escucha por aquellas soledades de olivos, coscoja y pinar. Es un grito lastimero tan enérgico como impotente. Y en su mente retumban, como un bombo semanasantero, lo de Asesino, Criminal y Energúmeno. Sigue estirando las mallas verde fosforito, repletas del fruto oliváceo y ganando bancales conforme pasan las horas soleadas de la jornada. Concluida la labor, la familia marchará a casa y él, continuará su brega en el molino, efectuará la maniobra de aproximación con su viejo Nissan Patrol matrícula de Teruel, y descargará el fruto para el pesaje en la cooperativa, recogerá el albarán y hasta otro día, en que volverá a repetirse todo el mismo ceremonial.

    Lo que no saben, o mejor dicho no quieren saber, los insultadores paranoicos que les amargan la vida a los miles de Táfols de nuestra tierra, es que gracias al empecinamiento de éste, y de otros muchos hombres y mujeres, que se arrastran sin necesidad por tantos bancales olivareros; no quieren saber... que los millones y trillones de pajaritos que “mueren en el agujero negro de la provincia de Castellón”, -así catalogan estos sujetos al paisaje del Parany-, sobreviven durante el invierno de las aceitunas que quedan en el árbol, -nunca se recolectan todas-, y de las caídas al suelo por el vendaval. Pues las almazaras las desechan por dar aceites de alta graduación ácida, poco comerciales y nada apreciados por las catas de los exigentes gourmets.

    En esos bancales que cuida Táfol como un rústico jardín de almendros y olivos, han anidado durante la primavera, currucas, alcaudones, jilgueros y escribanos. Hasta la collalba rubia ha hecho nido en un bote medio oxidado, dentro de la pared de piedras calizas. El lagarto ocelado ha sacado su prole, y la culebra de escalera ha sesteado al sol. El águila perdicera o el azor, han dejado rastro de plumas de perdiz a finales de verano, prendidas en el tapiz del thymus vulgaris. Mientras estos soplagaitas del ordenador, estaban en terracitas de pubs de moda con sus birras frías, o tumbados al sol cogiendo el morenito de la playa con su churri; mientras digo, Táfol sudaba a chorros labrando, quitando chupones y ocupándose de la mosca mediterránea, envuelto en una nube de tábanos y mosquitos varios, que le taladraban inmisericordes, su epidermis cetrina y arrugada.

    Táfol es ya un viejo cazador-agricultor, y por ello claro conocedor del medio que habita. Sabe a la perfección todo lo que ocurre en sus bancales. Lo ha mamado de sus padres y abuelos desde niño. Ese paisaje no es gratuito, lo cincela él mismo. Forma parte de su vida, ya que es su vida misma, por la que lucha y trabaja. Al que le dedica todo su tiempo libre y el no tan libre. Jamás ha tocado un nido, es más, se ha alegrado cuando tras el estercolado, han crecido jaramagos para los verdecillos que empezarán a criar en febrero. Por eso yo le he reiterado con vehemencia, que no haga caso de esos calificativos injuriosos e impropios de gentes sensatas, que son más bien bravatas de enfermos totalitarios, con pretenciosas ensoñaciones de imponer sus fracasadas ideas.

    Le he dicho, que su labor hace bien a la fauna de ese rincón perdido del monte. Que su árbol de parany, es un monumento de la naturaleza y una escultura viva, obra de la habilidosa y artística mano del hombre, por un oficio sin cátedra y en peligro de extinguirse. Que cazar varias docenas de zorzales en temporada, con el arte tradicional, no puede ser ningún delito, lo diga quien lo diga. Que los hombres sabios y justos, entenderán algún día, la callada labor de miles de humildes y sufridos Tafols, perdidos por nuestros pueblos más recónditos, y depositarios de una rica y variada cultura secular. Que los padres de todos los valencianos sentados en los escaños de las Cortes, los señores diputados y muy especialmente los populares, así lo han entendido y defenderán el uso racional de esta riqueza antiquísima, tan mediterránea.

    No desfallezcas Cristóbal, por favor te lo pido. Cuida esa Olivera Farga con el mismo mimo de siempre. Haz productivos esos bancales aledaños, cosecha la oliva y la almendra aunque te cueste la salud y la pelea con los tuyos. Estercola para que arraiguen jugosos jaramagos. No desfallezcas amigo, por favor te lo pido. Pues aunque tu no lo sepas, todo por lo que sufres es más verdadero y tiene más valor, que toda la inmundicia como nos rodea. Eres de lo poco auténtico que por desgracia, aún nos queda, y somos muchos los que pensamos que no podemos perderte. Y paraversaré para finalizar, al poeta de Orihuela, Miguel Hernández, en tu honor amigo Táfol:

    Yo quiero ser llorando el hortelano
    de la tierra que ocupas y estercolas,
    compañero del alma, tan temprano.

    ... /...
    A las aladas almas de las rosas...
    del almendro de nata le requiero,:
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero.

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    comentaris 2 comentaris
    Daniel
    Daniel
    26/11/2010 10:11
    Llantia

    Soy un agricultor del Maestrat y cazador. Me he visto retratado en este escrito. Dice verdades como puños y tan reales que parecía me estaba viendo yo mismo en plena faena. Si los de ciudad que critican la paranza supieran lo que cuesta mantener la tierra que ellos pasean el finde, los barraquistas estarian no perseguidos, sino protegidos y subvencionados por la administración. Enhorabuena al autor de este escrito, es veraz y valiente.

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