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Per Vicent Albaro
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Ecologismo o la nueva tiranía de poder

    Forman un matrimonio bien avenido, eso sí laico y fuera de convencionalismos tradicionales, faltaría más. Políticos y ecologistas radicales pretenden dirigirnos desde su visión redentora del mundo. Decirnos qué podemos, y qué no podemos hacer. Hasta ese punto pretenden gobernar nuestras vidas en aras a una visión catastrofista de la tierra, achacando al ser humano con una sistemática y planificada campaña, toda la culpabilidad de los desastres naturales venidos y por venir. Es ésta sin duda, la asociación destructiva más peligrosa para la libertad individual que hemos conocido en las últimas décadas.

    Como profetas de un Apocalipsis ateo, sus repetitivos mensajes han calado en una sociedad idiotizada por los medios. Instalados en la tiranía de lo socialmente correcto, y una hipocresía alucinante. Nunca hubo tanta estupidez gobernando, dictando leyes, manoseando la cultura, creando opinión pública, influyendo en lo que hablamos, vemos, comemos, vestimos, leemos y pensamos. El movimiento radical ecologista se ha movido en este caldo de cultivo como pez en el agua. Ha vendido al gran público que el progreso humano es algo dañino, y consecuentemente el hombre es el principal problema medioambiental. Y en eso consiste su lucha, en atacar al ser humano y destruirlo como principal causante de la degeneración de un mundo irreal, una especie de paraíso natural, creado en base a sus utópicas fantasías. Una ensoñación exclusiva de seres superiores, (ellos) que buscan la acotación y el dominio de ese paraíso bucólico, por supuesto ajeno a seres vulgares y neolíticos tan brutales y destructivos( el resto de la gente).

    No podemos esconder la cabeza a informes repetitivos de grupos ecologistas de sospechosa uniformidad, con algún fiscal de por medio, que pretenden recluirnos en un campo de concentración. Critican que los españoles vivamos cerca de la costa, no les gusta que se viva cerca del mar. Pero tampoco les gusta que vivamos en las montañas, ni en parajes naturales ni parques. Es evidente que estos espacios están destinados a su uso exclusivo, mientras al resto de mortales pretenden decirnos, dónde tenemos que vivir. Las campañas de prohibiciones múltiples son eso. Nada de construcción. Nada de infraestructuras. Comernos las basuras de postre. No actividades de caza y pesca. Fuera actividades al aire libre. Nada de aprovechamientos forestales. Prohibido el paso a tal entorno, etc... obligándonos a cambiar nuestras costumbres y hábitos, dirigiéndonos hacia donde ellos pretenden. O confinándonos a una cárcel interior sin barrotes, donde ya hay al día de hoy, muchos reclusos.¿Cómo puede llamársele a esto?.

    A estos “guerreros verdes” les molesta que la gente vaya a la playa. Que tenga sus casas cerca y disfrute de ese entorno. Parece que el hecho de que el ser humano disfrute de la salubridad del mar, suponga un problema a estos hipersensibles defensores del medio ambiente. Y uno se pregunta ante esta actitud. ¿De que vivirá la gente sin turismo ni servicios, en un país donde la agricultura y ganadería son una ruina, y a la industria la emponzoñan y desprestigian?. Además de tener escasa rentabilidad, ahogada por impuestos, altos precios de materias primas, con energías de coste insostenible y competencia extranjera desleal. Por si fuera poco, estos ecolopijos del ordenador, la han satanizado sistemáticamente como a todo aquello que no les va de cara. Acuñando, con relativa efectividad, la máxima de lo que no nos parece bien se ha de prohibir.

    Como los toros en Cataluña, que a modo de nuevos inquisidores, cercenan la libertad de la gente que previo pago, quiera disfrutar de su torero favorito. Estos animalistas ignoran una cultura mediterránea que tiene al toro como tótem de atávicas culturas, tan arraigadas como los olivos milenarios y los viñedos que salpican estas costas azules de brisa suave. Somos un crisol de culturas y de lenguas: griega, latina y árabe, junto un mar que a modo de mercado central, nos ha fundido en una personalidad rica y única. Comparar la ceremonia de untar un cacho de pan con aceite de oliva –la seitún moruna-, y devorarlo goteando la comisuras de los labios; nada tiene que ver a la cuadriculada y perfecta tostada de pan de molde, untada con grasa y manteca por un vikingo. Querer homogenizar Europa es una estupidez colosal. Querer imponer “culturas” a la carta ante tanta variedad, un error inmenso que pude acabar en desencanto y confrontación.

    Las culturas mediterráneas se forjaron de leyendas y ritos. La Ilíada y la Odisea de Homero, el toro cretense y toda clase de mitos se han venido sucediendo a través de milenios. Desde Grecia a Roma, pasando por esa Hispania que algunos incultos dicen que no ha existido nunca. Está bien actualizar y civilizar los rituales, forman parte del desarrollo humano, pero prohibirlos es arrancar de cuajo la personalidad mediterránea de nuestras villas. Al igual que el toro embolado forma parte de nuestro currículum, del ADN de nuestra genética. Un pueblo viejo y sabio que venera la fuerza prodigiosa del animal, que se enerva con el fuego y el sonar de cascabeles en la oscuridad de la noche. Solo desde aquí, en las orillas del mare nostrum, puede entenderse este misterio. Y solo desde la mentalidad de que estamos de paso, que no somos guapos, jóvenes e inmortales, sino que la gente la palma de excursión por un río de Potosí, o en un macroconcierto de rock. Nada tenemos controlado, hoy estamos y mañana no. Por eso las conciencias de pitiminí no pueden entender los toros. Porque en esa fiesta, se manifiesta la lección práctica de la vida y la muerte, tan real como dura. Y eso no lo pueden soportar, aunque si reafirman otras muertes inocentes.

    En otros tiempos, el dolor y la muerte eran socialmente aceptados, no se los revestía de colorines ni eufemismos. El hombre era consciente de su terrible fragilidad, la desgracia era tan natural que todos colaboraban en enfrentarla, mitigarla y seguir adelante. Hoy nuestro egoísmo y ceguera nos deja a los pies del horror acechante. Ya no hay caridad ni compasión, ni casi rezos a una divinidad. Hoy está todo en manos de los gobiernos, y oenegés. Los mismos que nos prohíben los toros y quieren matar el Parany. Espero que no tengamos nunca que entonar las palabras de Eneas: Salus una rictus nulam sperar salutem, o lo que es lo mismo: La única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna.

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    comentaris 11 comentaris
    Marjalero
    Marjalero
    12/08/2010 08:08
    Al amic RR

    Una vez un señor, al que yo le he tenido un gran respeto y que ambos conocemos, me dijo lo siguiente: El verdadero ecologista y amante de la naturaleza, nunca le verás que busque protagonismo. Quizás por eso, siempre me habré tratado con verdaderos ecologistas y amantes de la naturaleza, sin saber a ciencia cierta que eran y con los que se llaman ecologistas con "la boca llena" o sea lo que tu muy bien dices papanatas, entre otras cosas, es con los que tengo la desgracia de tropezar. En fin, qué le vamos a hacer...

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