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Per Vicent Albaro
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Balada triste de las fiestas

    La segunda quincena del mes dedicado al emperador Augusto, está jalonada de innumerables festividades por toda la geografía española. Me pido una tapa de caracoles blancos con papas y tercio de cerveza, eso claro está, cuando uno se lo podía permitir. Y las calendas de septiembre, también se llenan de algarabías festeras. Una de higos, algo más asequibles, pues casi nadie los recoge y están dulzonamente sublimes. Estas citas en el calendario obedecen casi siempre a reminiscencias agrarias, y al amparo devocional de algún santo patrón. Las de mi pueblo: al Cristo. Suelen coincidir estacionalmente, tras la siega del cereal y previas a la gran cosecha –ya perdida, y van no sé cuantas,- de la algarroba. También la vendimia ocupaba a los alcorinos, como actividad para lagares domésticos. Expuestos generalmente a la venta en domicilio, con una rama de pino halepensis colgando del balcón, como reclamo al uso de la época.

    Las fiestas han perdido lustre, esa es la sensación general del ciudadano. Según quien sea el interlocutor, puede exacerbar más el ímpetu crítico o disimularlo. Ya se sabe, no vaya a molestar la reflexión en voz alta al concejal de turno y después, me sitúe en el parapeto de sus quimeras más inconfesables. Así que calladito estás más guapo. Otros más vehementes y con la roba al grau, las sueltan y ahí te pudras. Son los menos, la mayoría se escuda en el aparente anonimato de chats, foros, o tertulias de amistad para esgrimir cáusticos argumentos, que jamás pronunciarán face to face, al verdadero y fiel destinatario. Así somos y así parece irnos.

    La grave situación económica que padecemos ha demolido los patrocinios privados, obligando a los ayuntamientos –ya mermados de recursos por la misma causa-, a proponer a duras penas, un calendario festivo insostenible en calidad y cantidad. Ha faltado la valentía para recomponer y reajustar un programa de actos, pomposamente hueco y de poca substancia. En los benditos tiempos predemocráticos y hasta un poco después, existía un aluvión de personas ebrias de altruismo y entusiasmo. Eran apasionados colaboradores en infinitas facetas locales, a cambio de una merienda, una entrada al baile y ni siquiera eso. Ha llovido mucho, se ha desbordado la rambla de la Viuda, el pantano de María Cristina repleto y vaciado tantas veces, como las tormentas otoñales han sazonado los yermos bancales del secano. A la vez que las praderías hortícolas de la Plana, han reverdecido con las arterias cantarinas que desangran el manto acuífero rebalsado en el gran paredón.

    Hoy no se hace ya nada por amor al arte. Todo funciona por interés, vía talón o subvención. Nos hemos acostumbrado a tenerlo todo hecho, servicio a mesa y mantel, la manida frase de: “Que me las traigan”, y para colmo, gratis. Así ha acontecido en los últimos lustros de bonanza, y ahora, se acabó. El drama es no saber reaccionar a la nueva situación. Afanarse en retener aquellos actos imposibles de ofrecer por precio/calidad, y empecinarse en otros que necesitan del trabajo gratuito de aquellos “quijotes”, casi extintos. Los pocos remolones y desencantados que sobreviven hoy, exigen pasta y prebendas. Por lo tanto inviables, a falta de mano de obra barata, y ¿acaso disponible?.

    Malas perspectivas en año electoral para un alcalde, que basa parte importante de su estrategia política en la publicidad y propaganda. Debe ser el más omnipresente y fotografiado de la historia local. Las fiestas son un escaparate, donde se pulsa el latido popular, y a pesar de la masividad exitosa de ciertos actos –ya señeros y participativos por la costumbre-, se ha reflejado una gran soledad de los mandatarios, comparado con la fogosa efusividad de años precedentes. Empañados por una visible descoordinación, abandono, latente parálisis, anulaciones a destiempo, retrasos y lamentables desenlaces.

    El factor taurino como histórico eje principal de los festejos populistas, viene resultando implacable. Ganando terreno y fagocitando otras opciones alternas, que cuentan con numerosos adeptos buscando variedad, y oportunidad a otros gustos y sensibilidades. Cuando la fórmula magistral válida hasta la fecha, hace aguas y refleja su caducidad, se precisan imaginación y alternativas. Aderezado con participación y apoyos sin medida. La pregunta es, ¿Hay disponibilidad y valentía para dar ese paso?. ¿Son necesarias tantas jornadas para albergar tan pocos, e insustanciales actos del programa?. ¿Han agotado los actuales mandatarios el crédito de la ilusión, equipo humano, arrojo, frescura y espontaneidad con que se estrenaron?.

    Seguramente que sí, ocho años de gobierno queman al más pintado. El poder agota y desgasta. La doblez de personalidad, aderezada de cierto toque de socarronería, la desmantela solita el tiempo. No se puede estar bien al unísono, con Dios y con el diablo. Y los mandobles propios del cargo, van dejando lisiados de espíritu a diario en los campos de la gestión y la refriega política, tanto sean adeptos como contrarios. Al final, ya no quedan subalternos para sacrificar en batalla, pues son demasiadas las bajas y deserciones. Es cuando toca arrear en soledad al propio caudillo, blandiendo estoque como un Lope de Vega cinematográfico. Sin equipo ni medios, casi sin pecunio. Y acaba, -metafóricamente hablando-, alanceado como el toro de la vega en Tordesillas; por propios y extraños, en orgía de siniestra venganza cocinada en el fogón del desencanto, masa de invisibles agraviados que se citan en conjurada legión, como por encantamiento .

    Seguramente no será culpa de nadie, o puede que de la oposición. La crisis lo bueno que tiene dentro de la desgracia en padecerla, es que parece justificarlo todo. Pero es un espejismo. Toca un cambio serio y profundo, en cuestiones transcendentales. Por ende también en la festiva y en todo aquello, que mejore seriamente a un pueblo herido, que en cerámica lo ha dado todo sin reservas. Que se muere desangrado en lenta y penosa agonía. Ya no es tiempo de echar balones fuera, aunque sea a inocentes niños, abandonados en un destartalado pregón. Es momento de planteamientos serios y rigurosos, y ejecutarlos. Antes de entonar un lánguido: “ Dies illa, dies irae, calamitatis et miseriae,...” en solemne e irremisible réquiem de difuntos. Dios no lo quiera. Y los mortales humanos, hagamos lo imposible por remediarlo.

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