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Serafín Castellano queda fuera de la refundación del Partido Popular

    El lunes 25 abría en la planta tercera de Colón, 60, sede de la Delegación del Gobierno, un abanico de posibilidades. La debacle electoral del Partido Popular de la Comunidad Valenciana (PPCV), que sólo se garantiza la Diputación de Castellón, abocaba a una refundación.

    El Delegado del Gobierno, Serafín Castellano (Benissanó, 1964) reunía dos componentes básicos para un hipotético protagonismo desde la sombra: cargo institucional de primer nivel y amplio conocimiento de su partido, PP, que hoy lo ha suspendido temporalmente de militancia después de ser detenido, y puesto en libertad, por presuntos delitos de malversación y prevaricación en su etapa como conseller de Gobernación.

    Hasta esta mañana, Castellano era, probablemente, el cargo público en activo que más poder ha acumulado en el PP valenciano en los últimos 25 años. Alcalde, tres veces conseller (Justicia, Sanidad y Gobernación) y Delegado del Gobierno, hasta su cese este mediodía.

    Hizo méritos para ello. Era un chaval del Camp del Turia cuando se recorrió toda la provincia con su compañero Ignacio Gil Lázaro para ganar afiliados y votantes a sus siglas. Y la misma táctica posibilitó que Eduardo Zaplana lo convirtiera en su principal lugarteniente, nombrándolo conseller de Justicia en 1999.

    Dirigió con mano de hierro y lupa los designios del arrollador PP de finales de los 90 y principios del siglo XXI, desde su despacho en la cuarta planta de la antigua sede popular de la Plaza del Ayuntamiento. Formó un equipo de fieles que le sigue acompañando.

    Firme opositor de Camps hasta la derrota popular en las generales de 2004 y la pérdida natural de poder de Zaplana, se resituó rápidamente.

    Sus claves internas y su valencianía le garantizaron un asiento en el Consell de Camps, en el que acumuló un poder contrarrestado únicamente por su sustituto en la presidencia provincial, Alfonso Rus.

    Ganó peso dentro y fuera del partido. Su capacidad negociadora le convirtió en el artífice, junto al socialista Ignasi Pla, de la primera reforma estatutaria firmada en España, la valenciana, acuñada como Pacto de Benissanó, en honor al pueblo que le vio nacer y en el que hoy ha sido detenido.

    Ni la abrupta salida de Camps redujo la capacidad de influencia del trabajador Serafín. Hombre fuerte de Fabra, lo mantuvo como conseller de Gobernación y le entregó la organización del partido, como secretario general, con la intensa oposición interna de Rita Barberá y Alfonso Rus, que drenaron su poder hasta no dejárselo ejercer con la misma mano de hierro que empleó con Zaplana.

    Hasta tal punto que no se garantizó el control del partido, perdiendo la mayoría de congresos comarcales, con un Fabra que miraba para otro lado mientras Rus ensanchaba su poder territorial.

    Cabeza de turco por los malos resultados de las europeas, fue destituido tanto como conseller como secretario general. Y nuevamente recolocado como Delegado del Gobierno.

    Ironías del destino, Rus y Castellano han caído prácticamente a la vez, sólo con unas semanas de diferencia. Ni uno ni otro controlarán la refundación popular, planteada para inicios de 2016. Se acelera el inevitable y nuevo PPCV.

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