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Por J. P. Enrique
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Un modelo de empresario

    Los dos hermanos habían detectado una necesidad en el mercado que consideraron podrían satisfacer con su producto .

     Los hermanos Listelis hicieron sondeos y calcularon que  venderían cada año 1.000.000 de unidades  y que sus ingresos rondarían los 800 millones de euros.  Descontados todos los gastos en mano de obra, gastos generales e inversiones necesarias, les quedaría un beneficio de 50 millones netos anuales.

    Se pusieron manos a la obra y montaron una factoría, con dinero procedente de Fondos Europeos y ayudas autonómicas, contrataron  a técnicos cualificados y a otros trabajadores no cualificados.

    Todo fue bien, según las previsiones, y las ventas se fueron incrementando hasta que la fábrica  alcanzó su nivel óptimo, que una vez alcanzado no dudaron en incrementar construyendo otra nave adicional y contratando a más trabajadores.

    Todo les fue viento en popa a los hermanos Listelis,  y  a su alrededor florecieron varios coches de gama alta, una mansión en Puerto Banús y un yate que llamaba la atención incluso cuando  repostaba en un puerto de la Costa Azul.

    En un determinado momento  las ventas comenzaron a bajar debido a que  la demanda había llegado a su límite. Acudieron al gobierno Autónomo y desde allí les ayudaron para salvaguardar los puestos de trabajo  e hicieron la vista gorda en temas de contaminación ambiental. Todo con el fin de mantener los puestos de trabajo.

     Pero a pesar de todo, las ventas no crecían.  Entonces se plantearon  rebajar la calidad de su producto para que no tuviera una vida tan larga y de ese modo forzar el incremento de la demanda, algo que inicialmente lograron aplicando  el sistema conocido como “obsolescencia programada”. Los hermanos tenían claro que no estaban ahí para satisfacer necesidades de los clientes (el fin teórico  de cualquier empresa)  sino para ganar dinero. Ganar dinero era  su único objetivo y si la demanda estaba agotaba había que incentivarla de algún modo, de cualquier modo.

    A pesar de todas sus artimañas  las ventas se estancaron y , para reducir costes iniciaron lo que se conoce como una “reestructuración” de la empresa, que no es otra cosa que  empezar a despedir trabajadores comenzando  por los más  antiguos y experimentados, que eran también los mejor pagados. Cuando acabaron con ellos siguieron despidiendo al resto de los trabajadores  menos cualificados y los sustituyeron a todos por eventuales. Los costes de esos despidos se trasladaron a la caja común de todos, vía jubilaciones anticipadas y ayudas al desempleo.

    Tampoco funcionó la estrategia, ya que  las ventas tampoco crecieron como esperaban debido a que  todas las empresas que fabricaban el mismo producto  siguieron  estrategias similares y  se había llegado a un punto en el que  había exceso de producción y  cada vez menos clientes con capacidad para comprar.

    No puedo dejar de anotar, llegados a este punto, que en la época en la que les fue todo muy bien los dos hermanos  proclamaron una y otra vez que estaban pagando demasiados impuestos, que eran excesivas las cargas de la Seguridad Social y que pagaban mucho en salarios. En el tema de los impuestos contaban con la ayuda de varios partidos políticos que repetían una y otra vez  aquello de que “había que  bajarlos”.

    Con un equipo sin cualificación, sin innovación y sin ninguna experiencia, los empresarios tomaron la decisión de trasladar  parte de su producción a Malta,  por ser éste un país en el que se pagan menos impuestos y parte  a Bulgaria porque allí los salarios son mucho más bajos.

    Con la reducción de costes siguieron trabajando y ganando dinero durante unos años más. En ese momento empezaron a caer los beneficios y  los dos hermanos decidieron cerrar la empresa. Lo primero que hicieron  fue contactar con un abogado experto en esos quehaceres que les aconsejó que antes de presentar Concurso de Acreedores lo primero que tenían que hacer es salvaguardar su dinero y su patrimonio. El patrimonio quedaría a salvo en una Sociedad Patrimonial a nombre de sus familiares y el dinero estaría a buen recaudo en alguno de los paraísos fiscales de los muchos que hay por todo el mundo.

    A partir de ahí, con todo en orden  y cumpliendo con la legalidad en todas las decisiones que tomaron, los hermanos Listelis se dedicaron a jugar al golf, a viajar, a conocer los mejores restaurantes del mundo y a disfrutar de lo que  habían ganado, hablando en  todas partes de las trabas legales que existen para llevar  cabo una empresa y que el Estado es solo una máquina  de recaudar impuestos.

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