La locura de mis mariposas XI
Lamento no haberle dicho bastantes veces, cuando aún entendía las palabras, lo grande que era, cuánto lo pude admirar, cuánto lo pude querer. Pero ya era tarde. Aunque le repitiera las palabras una y mil veces, sólo pasaban con el viento por su lado y él sonreía mirando en mi dirección con la vista perdida en el horizonte, con unos ojos hundidos, carentes del brillo de antaño.
De vez en cuando agarraba mi mano balbuceando «mi perla », como queriendo decir «se quien eres». Era entonces cuando un río de lágrimas se me escapaba sin poder hacer nada para controlarlas. «¿ Me conoces? », le pregunta ansiosa a sabiendas de la respuesta, y aún así tratando de aprovechar el débil momento de lucidez ….,pero de nuevo me respondía la sonrisa desdentada y el silencio.
El ferrocarril había comenzado a tomar velocidad, paramos tan solo 15 minutos después, en el siguiente pueblo. El andén era un hervidero de personas, jóvenes parejas, mujeres que cubrían su cabeza con un pañuelo y que rodeadas de niños alegres,y otros que no lo eran tanto,unos de piel oscura y otros de piel dorada como el trigo maduro, caminaban sin parar haciendo un esfuerzo tremendo por mantener a la chiquillería bajo control.
Me pregunté si la tela tupida y oscura no les daría calor un calor infernal,y supuse que cubrirse durante gran parte del día, seguramente les iba a perjudicar la salud del cabello. Sin nada en que perder el tiempo,me entretuve buscando en internet gracias al bendito móvil, información y fotografías de aquellos pañuelos. Se trataba de una shayla, y aunque a mi por su tamaño y consistencia se me antojaba una sábana, al parecer era una especie de velo que permitía ir con la cara descubierta.
No lejos de donde vociferaba y correteaba la chiquillería, pude ver dos guardias de seguridad de la estación, además de un par de la Guardia Civil.
«Curioso» me dije a mí misma con el pensamiento, aquellos cuatro se unieron sin grandes aspavientos, a los viajeros que aguardaban pacientes a reanudar la marcha.
Quien ocupaba el asiento contiguo al mío se levantó de repente y me golpeó la rodilla debido a la brusquedad del movimiento sin hacer intención de ofrecer una disculpa.No le di importancia.Supuse que iría en busca del baño o tal vez quería estirar las piernas, aunque sí eché de menos un poco de cortesía, tal vez educación, pero tampoco quise darle más trascendencia que la justa, al fin ya al cabo su comportamiento poco o nada iba a afectar en mi día a día. Los de seguridad, con el apoyo de la Benemérita, cruzaron el vagón en un sentido, para recorrer de inmediato el camino en dirección contraria. Aquello se estaba poniendo emocionante, era evidente que buscaban a alguien.
Cuando la espera comenzaba a caldear los ánimos de los más ansiosos, tal y como lo hizo cuando se detuvo, el convoy sin previo aviso se puso en marcha con la diferencia de que esta vez al tomar velocidad, soltó un explosivo sonido.
Mire con desinterés a través del cristal,sin remedio quedaba atrás la gente del andén. Vi al chico que minutos antes me golpeó alejarse a toda velocidad de aquel escenario, iba casi corriendo, tanto, que podía levantar sospechas.Escudriñaba a su alrededor de una manera rara, a la vez que ganaba distancia no solo del tren que lo llevó hasta allí,si no que parecía querer alejarse de la estación y de una amenaza que yo no acertaba descubrir. Amordazando con mano férrea mi imaginación,que por fructífera me presento al instante un montón de supuestos, cada uno más loco que el anterior.
Y echando mano de la lógica,me obligué a pensar que aquella persona nunca fue en busca del baño, a la vez que no paraba de repetirme, que no ni había ningún motivo oculto en su comportamiento, simplemente había llegado a su destino y por consiguiente no tuvo más remedio que apearse, igual que lo haría yo en su momento y el resto de los viajeros.
Si, si, siiiiiii, después de vencer no pocos obstáculos, al fin felizmente estaba en casa. Llegué exhausta pero satisfecha y encantada, al abrir la puerta de la casa dejé el equipaje en un rincón con intención de acomodar las cosas en otro momento incluso baraje dejarlo para otro día.
El tiempo como de costumbre continuaba imparable. Y yo también como de costumbre,volví a cruzarme con la gente conocida, a comprar en las mismas tiendas, frecuentar las mismas cafeterías, en resumen retomé la monotonía de mi vida cotidiana.
Una tarde cualquiera, me extrañé al escuchar el sonido del teléfono, tanto que en un principio no le presté atención. Al ser una persona con escasa vida social y con un reducido grupo de amigos, rara vez recibo llamadas telefónicas. En aquella ocasión por desgracia, alguien pensó que debería informarme sobre la enfermedad de un gran amigo. Me quedé sentada en el brazo del sofá azul de la sala, sujetando el auricular, escuchando con desánimo los detalles que ofrecía la conocida voz al otro lado de la línea,sin querer en ningún momento tener que escuchar la mala noticia.El enfermo, un varón relativamente joven y su familia, eran mi gente, personas cercanas, nobles y queridas. Crecimos juntos en la misma calle, cazando grillos en las noches de verano mientras los mayores disfrutaban del fresco charlando entre ellos, sentados en las puertas de las casas, hasta que la vida, con su paso imparable nos llevó a tomar caminos distintos.
Pero debo suponer que ricos y pobres, listos y necios, altos y bajos, todos y cada uno de nosotros tenemos una fecha de caducidad, un número de hojas en blanco en el libro de la vida que rellenamos como se nos antoja. Una vez ocupado el espacio que se nos concede, tan solo nos queda cerrar la puerta e irnos, dejando recuerdos en quienes nos quieren.
Algunos individuos dejan detrás de sí, en el ánimo de los demás,el ansia de retenerlos, la sensación de que el tiempo a su lado fue escaso. Otros sin embargo trituran todo lo que tocan, dejando a su alrededor un vasto círculo de destrucción y ruina,rastro tan solo comparable al que pudiera dejar un elefante en una cacharrería.
Aunque esta vez el hallazgo resultó ser poco grato, los galenos detectaron en mi amigo durante una revisión rutinaria, como de casualidad, así a lo tonto, sin motivo, como quien encuentra un tesoro. Un tumor que no dio tregua,ni concedió tiempo de lucha.
Se apoderó de su cuerpo traicioneramente,sin dar señales, sin molestar hasta el momento en que se sabía vencedor en la batalla. Tan solo tuvo que extenderse un poco más, arrastrando hacia la oscuridad una vida en todo hasta entonces llena de proyectos, experiencias e ilusiones guardadas en el cajón de la intención, en espera de ser disfrutadas cuando llegara la edad de jubilarse; edad que nunca llegó. Se nos echaron encima como una niebla los tiempos de lágrimas, de compañía, de pena, de desconsuelo, pero nunca llegó la ansiada jubilación.
Antes de que todo acabase me armé de valor y fui a visitarlo. Lo encontré sentado mirando el televisor, tomando la mano de su pareja. Ambos estaban siempre juntos, unidos en un solo equipo. Le conté con todo lujo de detalle en mi último viaje y se rió, se rió tanto que parecía imposible que estuviera tan enfermo. Se burló de mis tonterías y me gastó bromas, las lágrimas sin embargo resbalaban por la cara de aquella que lo cuidaba y consentía. Consciente de la gravedad de la situación, hábilmente excusándose en un ataque de risa pudo disimular su congoja bastante bien, tanto, que la pena pasó desapercibida para el enfermo.
En cuanto pude me lancé sobre él y lo abracé muy fuerte. Le besé las mejillas, todavía con vida, repetidas veces.
–¡Mira!-- gritó animado–, ¡ Dile algo,mujer! ¡ Elvira me está tirando los trastos!-- Aquel era el recuerdo que yo quería guardar para siempre de su persona y no otro. Estaba decidida a no volver a verle nunca más, me negaba en rotundo a recordarlo dentro de un cajón de madera.
No tardó en irse.
Dos meses después de su partida al más allá, su nuera trajo al mundo un hermoso niño de ojos azules y un hoyuelo en la barbilla, como tenía su abuelo. De aquel modo, el milagro de la vida comenzó un nuevo ciclo.
Con el tiempo aprendes agradecer un rayo de sol en la piel, eres consciente de que tu mejor amigo eres tú mismo, de qué es afortunado quien respira, de que la música es alegría y la risa felicidad. Con ese equipaje y no con otro, nos vamos de este mundo sin mirar atrás.