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Por José Luis Ramos
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Me críe en un vergel de árboles frutales

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    Hilario el Herbero, por la calles de Borriana

    Hace más de 20 años, Teresa y yo, viajamos a Túnez. Al ver el paisaje rural, en el trayecto del aeropuerto a Monestir, dije a Teresa, aquí la economía agrícola todavía es de subsistencia. Así que las familias tienen que explotar hasta el último palmo de tierra y buscar complementos a la producción agrícola familiar. Ella me preguntó ¿cómo lo sabía?  Dije, fíjate en el margen que separa los campos sembrados, y verás que, en vez de constituir una senda libre, hay árboles frutales, sobre todo, de higueras paleras que producen hijos chumbos. Además, en el entorno de las viviendas rurales, se veían pequeños grupos de animales, de gallinas cabras y corderos. Añadí, estoy seguro que la producción de los frutales plantados en los márgenes y los animales que vemos son para el consumo familiar. Acabé, afirmando que eso es propio de economías agrícola familiares que apenas alcanzan para mantener la familia.

    Ver frutales en el mismo margen que separan los campos agrícolas, me trajo a la memoria el vergel de frutales en el que me crie. El golpe militar del 36 dejó la economía de España destrozada. Además, en Borriana, las nevadas del 46 y 56, arrasaron todos los campos, así que la ciudad vivió una economía de subsistencia. Durante algunos años, ni los que tenían dinero podían comer.  Así que los que querían comer se dedicaron a sembrar productos agrícolas, y criar animales. Aun así, eran muchas las personas que pasaban hambre. Era la época de las cartillas de racionamiento. Había que entregar las cosechas al órgano del gobierno que controlaba y distribuía los productos de alimentación.

    Superado el racionamiento, muchas familias, siguieron criando animales y cosechado verduras y frutas para no pasar hambre. Pues el salario no daba para alimentar las familias. Las personas de mi generación, recordaran que muchas familias en sus casas, criaban gallinas para poder comer huevos, y pollos y conejos para celebrar las fiestas con una paella que incluyera carne. Hasta los 60, eran muchas las familias que si no criaban animales no comían carne. Ello era así, porque el primer salario mínimo interprofesional se promulga en España en 1963 y se fijó en “60 pesetas al día o 1.800 pesetas al mes". Eso equivale hoy 0,36 € al día o 10,8 € al mes. Tres matices: los agricultores que trabajan a jornal, no hacen más de 20 jornales al mes, por lo que no pasaban de las 1.200 mensuales; las 60 pesetas, era para los mayores de edad, que se obtenía los 21 años, a mí, como menor de edad, me pagaban 45 al día; los años anteriores se pagaba menos.

    De esas fechas mantengo en mi memoria: la llegada de los hombres a la ciudad, al terminar la jornada de trabajo en el campo, con “el grabó de pampol o sac de recapte” para comer los conejos; el olor a pampol que salía de las casas en la época de la poda de los naranjos; la piel de conejo pegada en la pared del corral para una vez seca cambiarla por cajas de cerillas; el cantar de los gallos de madrugada; y, el carro de Hilario el herbero vendiendo hierva para los animales, por las calles, a las familias que no podían hacer “recapte”.

    De esas fechas, lo que más añoro, son los árboles frutales que había en los margenes de casi todas las fincas. Esos frutales que se plantaron en la época del hambre. Yo los recuerdo en Borriana hasta finales de los 60, que los salarios ya permitían comer bien a las familias. Hasta esa fecha, esos árboles formaban parte de la alimentación familia. El campo se dedicaba a la producción agrícola para vender, pero lo que producían los frutales de los márgenes, era para la familia. En el campo, de nuestra familia, teníamos: en el margen del sequiol de sur un granado y un melocotonero; en el del este, un níspero europeo, que produce “nyesples”; en el del norte, un albericoque; y, en el centro, un nogal y una parra grande de uva negra.

    Digamos que hasta los 70, el termino de Borriana, era un vergel de fruta de toda clase y de todas las estaciones. Yo, como la gran mayoría de personas de esa época, fruta que veías fruta que comías. Así que mi paladar se acostumbró al sabor de fruta madurada en el árbol, criadas sin abonos ni pesticidas. Eso lo pagué caro. Cuando a los 18 años dejé, de trabajar, o ir al campo, cuando probaba la fruta del mercado no me gustaba. Estuve años que no podía con la fruta del mercado. La primera vez que probé el zumo de naranja, no fui capaz de tragármelo. Mi paladar acostumbrado al sabor de la naranja recién cogida, que no ha perdido sabores ni propiedades, no reconocía aquello como naranja. Después de muchos años sin ir por el campo, conduciendo el coche a toda velocidad por una carretera, en alguna ocasión frené de golpe. Cuando mis acompañantes comprendían que paraba porque había visto algún frutal exquisito cercano a la carretera, alucinaban por la facilidad que tengo para ver y distinguir los frutales desde largas distancias. En mi opinión, ver higos, caquis o uvas cuando la fruta ya está pansida en árbol, y no comer unos cuantos, es un pecado que no tiene perdón. También sé, que no vale llevarse para casa. En los 70, desaparecieron casi todos los frutales de los márgenes, y a mí me dejaron sin una delicia que me hacía disfrutar.

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