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Por José Luis Ramos
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IV. - Los choques culturales de la inmigración

  • Las relaciones sociales

La integración de los inmigrantes españoles en la sociedad alemana, en los 60/70, tenía más dificultades en la sociedad, que en el trabajo. No solo por tener la barrera de un idioma desconocido y extraño, sino porque cuando por la calle, o en un comercio, tratabas de comunicarte, no era extraño que te ignoraran, y si te escuchaban y te entendían, que manifestaran claramente, no querer atenderte.  Tampoco era extraño que te humillaran sin venir a cuento. Cuando algún español pagaba en el supermercado con algún billete, más grande que la moneda corriente, no era raro que el empleado se levantara, para que todos lo vieran, y sujetando el billete con las dos manos, empezar a ver el billete a contra luz, desde todos los ángulos, para verificar que no era falso. Se hacía de manera exagerada, que solo se explica si querían humillar. Tuve más de una discusión, por eso. Siempre lo hacían a los inmigrantes que tenían aspecto de ser más débiles. 

Los españoles mayores, salían muy poco de la ciudad, y cuando tenían que sacar el billete de tren para Frankfurt, tenían problemas. Pedir un billete de ida y vuelta, es una frase sencilla y corta, que se aprendía enseguida. El problema, es que tu decías la frase, y entregabas el dinero, y en vez de darte el billete y cobrar, los vendedores hacían comentarios, y pedían respuesta. Como no le entendías, te quedabas bloqueado. Entonces, de malos modos,  te hacían abandonar la taquilla, y sin billete. Eso me pasó a mí, hasta que aprendí a decir con contundencia en alemán ¡Tú eres idiota! Es decir, cuando yo pedía algo en una frase corta y ellos empezaban a soltar comentarios con la intención de no atenderme, entonces soltaba: ¡Tú eres idiota! Se quedaban mudos, y me atendían. En más de una ocasión, españoles mayores me pidieron que les acompañara a sacar el billete, por miedo a tener problemas. Nos poníamos en cola, yo el primero con las palabras justas pedía el billete de ida y vuelta, si me soltaban comentarios que no venían a cuento, le soltaba la frase mágica, y a partir de ese momento entendían a todos.

En la puerta de restaurantes y bares de las pequeñas ciudades no era raro encontrar un cartel que decía “Prohibido la entrada de Gastarbeiter”. La traducción literal  es “Trabajadores invitados”. Pero su significado es: “los que no tienen derechos”, es decir, desde su perspectiva los inmigrantes eran personas sin derechos, ni siquiera para entrar a un bar o restaurantes pagándose su consumición. La primera vez que un grupo de amigos decidimos ir a tomar algo a un bar, después de encontrarnos tres bares con la prohibición de entrada, entramos a uno que no anunciaba la prohibición. Nos situamos en la barra. Enseguida nos dijeron que no podíamos estar en la barra. Nos indicaron que nos sentáramos en un rincón del bar. Pedimos un cubalibre. La petición la hizo un compañero que llevaba tiempo en Alemania. Nosotros no entendíamos por qué tardaban tanto. Al final, nos sacaron un plato de pollo con patatas fritas, para cada uno, que tuvimos que pagar. Con el paso del tiempo, aprendí que, en todas partes del mundo, si dices, Coca cola y Gin, te entienden porque así son sus nombres originales. Siempre, pensé que lo hicieron para fastidiarnos y que no volviéramos.

Hubo dos cosas que los españoles se resistían a asumir. Una era dejar el dinero, por el periódico que podías coger en la puerta de la fábrica, sin que hubiera ningún vendedor. La otra era sacar el billete del tranvía que funcionaban sin revisores, y era muy raro que pasara el inspector. La mayoría de españoles, en aquellas fechas y circunstancias, pensaban que era de idiotas pagar el periódico y billete de tranvía, cuando podía ser gratis. En esas fechas, a mi entender, los emigrantes españoles, en su mayoría, en materia de sexo, tenían un comportamiento propio de reprimido sexual, que molestaba a los alemanes, que ya entonces, en materia de sexo y nudismo era una sociedad muy avanzada. El choque cultural se manifestaba, en varios aspectos. Los españoles hablaban con los alemanes como obsesionados por el sexo.  Iban, en grupo a ver todas las películas, que había desnudos, o pornográficas. Como no entendían lo que se decía se dedicaban a comentar entre ellos las escenas, sin ser conscientes que molestaban. Por otra parte, en la misma ciudad donde vivíamos, había una laguna inmensa que de hecho era la playa de Frankfurt y ciudades del alrededor.  Muchas bañistas iban en topless o desnudas. En el 69, eso era totalmente nuevo para los españoles. Así que, entre los bañistas desnudos, o con traje de baño, no era raro ver españoles, u otros inmigrantes, vestidos dando una vuelta mirando los cuerpos desnudos con los ojos bien abiertos medio salidos como los de las vacas.

Delante de la estación de tren, había un bar donde se tomada café mientras esperabas. Un día un español tuvo una discusión y acabo apaleado por los alemanes. Una noche a la hora de cierre, cuando apenas hay personal en el bar, entró corriendo un grupo de españoles y destrozaron el bar y pegaron a los que pudieron.  La policía solo detuvo a un español, que era el más tonto de todos. Lo soltaron enseguida. Al final supe que estaba respaldado por la policía alemana, porque su padre fue voluntario de la División Azul y murió en el frente soviético.  Las gestiones para liberarlo sin procesar, las hizo, un cura español, que informaba a la policía española de las actividades políticas de los españoles, sobre todo de los exiliados. Este hombre, se convirtió en su confidente, y al regresar a España siguió de confidente de la Brigada Político Social de la época.

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