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Por María José Navarro
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Aún a riesgo de parecer pesada

    La Organización de las Naciones Unidas, esa entidad compuesta por casi 200 países de todo el mundo, y que lleva años hablando de sostenibilidad, vuelve a emitir un informe de las terribles consecuencias que está causando nuestra huella en un planeta al borde del colapso… colapso que me recuerda a aquella obra magistral que tanto me impactó cuando la leí hace un puñado de años: Crónica de una muerte anunciada, en la que, a pesar de que todo el pueblo sabía a ciencia cierta lo que iba a suceder, nadie hizo nada por evitar el asesinato de Santiago Nasar, pensando que como era algo tan grave, nunca llegaría a ocurrir.

    Lo de la ONU viene a ser algo parecido y se nos presentan evidencias de esa tozuda realidad que muchos niegan y otros prefieren obviar, porque el cambio que exige esta realidad, el cambio que se debería hacer a nivel global para paliar los efectos devastadores de la globalización y el neoliberalismo atroz en el que vivimos, pasaría por un cambio en el sistema, una reversión hacia un modelo más sostenible, en el que no cabrían las políticas consumistas en las que todo vale y que nos tienen absolutamente enganchadas, como si de una droga se tratara.

    Y es que, quien más y quien menos, a todas nos afecta el modelo actual, y vivimos en una realidad hipnótica, en la que cualquiera puede acceder a través de internet, a ese mundo paralelo en el que se puede comprar lo que sea, a precios irrisorios muchas veces, sin pensar su procedencia y mucho menos el coste que tiene hacer llegar ese producto a nuestros hogares…

    Nadie se plantea la huella que tienen esas acciones cotidianas, en este mundo esquilmado y caduco. No se piensa en lo que puede suponer comprar un nuevo móvil, sus componentes contaminantes, la mano de obra esclava que pueda haber detrás de ello, y mucho menos el destino del viejo aparato que vamos a desechar y que se va a unir a las miles y miles de toneladas de basura tecnológica que nos desborda…

    O de lo que supone para el medio ambiente comprar una camiseta de moda, que para su producción se han invertido 2.700 litros de agua, o lo que es lo mismo, el agua potable que consumiría una persona durante dos años y medio. Sin hablar del resto de basuras que generamos a diario y que acaban en los contenedores, en los vertederos, en el mar… y que se han convertido en uno de los mayores problemas del sistema, ya que asfixian los mares y contaminan y deterioran el medio ambiente junto a los gases de efecto invernadero generados por la quema de combustibles fósiles, por la ganadería intensiva, los incendios forestales...

    Pero no pasa nada. A quienes se atreven a sugerir algún cambio, primero se le vapulea en todos los medios de comunicación, y después se le condena al ostracismo, para que esas ideas “revolucionarias y extravagantes” como pueda ser la de moderar el consumo de proteínas animales, no vengan a interrumpir nuestro sueño absurdo de que el planeta se regenerará sin mayor problema, porque la naturaleza es sabia.

    La naturaleza, efectivamente, se acabará regenerando, porque ya sabemos que se han superado otros períodos caóticos en el planeta, pero a costa de la extinción de muchas especies para volver a comenzar desde cero.

    Sin embargo, también hay personas que entienden que así no vamos bien, pero les parece que poco pueden hacer para mejorar esta situación, o que son los poderosos quienes tienen en su mano cambiarla. Cierto que son los estados quienes han de dar los pasos que nos saquen de este atolladero planetario, pero sin el empuje y la exigencia de la ciudadanía, sin la reivindicación por un mundo mejor, los que están cegados por la codicia y que poco les importa la calidad de vida del resto, no harán nada que perjudique a sus arcas.

    Aún a riesgo de parecer pesada, seguiré insistiendo sobre la importancia de reutilizar y alargar la vida de los productos, reciclar para evitar seguir produciendo y derrochando, pero sobre todo reducir el consumo, rechazar aquello que no nos aporta nada y que contribuye al empobrecimiento del planeta, repensar qué es lo que necesitamos (que, evidentemente, no es todo lo que el sistema nos obliga a consumir) y reivindicar el futuro que queremos.

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