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Por José Vilaseca
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Democracia de andar por casa

    Hace apenas un par de días, tuve la suerte de participar en una discusión llena de tensión, sentimientos y razones. Y digo “la suerte”, porque la lógica y el sentido común salieron vencedores, y ese pequeño encontronazo entre un pequeño grupo de buenos amigos se saldó con sonrisas de satisfacción y alguna cómplice palmada en el hombro.

    Aunque mi labor era apenas la de observador, tuve tiempo de reflexionar acerca de lo que hablábamos, más el fondo que la forma: Amigos comunes, al fin y al cabo, que llegaban al cónclave crispados y salían profundamente aliviados. Un proyecto común que, de alguna manera, podía quedar dañado por aquel conflicto, y que, al final, al apurar nuestros refrescos y asegurar eso de “venga, mañana nos vemos”, resultaba considerablemente fortalecido.

    Éramos seis personas, y quiso el azar que incluso la corrección política se cumpliera, y la cuota femenina estuviera cubierta: Tres hombres y tres mujeres. Dos generaciones, padres e hijos, creyentes y no tanto. Incluso me atrevería a decir que de izquierdas y de derechas. Cuando atravesamos el umbral, dejamos los abrigos, los prejuicios y las más profundas convicciones políticas y personales, porque había algo que defender y salvar: Algo en común, algo que todos valorábamos como propio e importante.

    Algo tan sencillo que, durante los treinta y ocho años de democracia en nuestro país, no he podido contemplar entre los políticos que nos gobiernan. En mi caso particular, sí puedo decir aquello de que “nací con la democracia”, pues apenas tenía dos meses y media cuando nos dejó el general Franco. Y, a pesar de todo, no he visto ese compromiso en ninguno de nuestros gobernantes, ni en quienes les hacen oposición.

    Parece que la política que nos toca vivir es esa demostración de gamberrismo desde el escaño, de camisetas y banderolas, de pancartas, de televisiones de plasma donde aparece el rostro del Presidente, de elecciones primarias al más puro estilo U.S.A. En resumidas cuentas, la política se ha convertido en un neologismo, en ese “palabro” imposible, que odio con toda mi alma y que es “postureo”.

    El Gobierno debe defender lo indefendible, porque para eso es el Gobierno, y se limita a tratarnos como a idiotas, porque siempre es más sencillo el “porque yo lo valgo, que para eso tengo mayoría absoluta”, que explicar cómo y por qué de todas las medidas que van tomando. La oposición sigue bien situada en esa trinchera eterna, con ese argumento demoledor del “aquí de qué se habla, que yo me opongo”, y a poner la mano a final de mes, que cuatro años no es nada... Cuatro, precisamente, son las décadas sin ley de huelga ni un pacto nacional sobre educación, y que avalan esta triste realidad.

    Soy poco amante de las manifestaciones “espontáneas” ni de la “sabiduría del pueblo”, sobre todo porque en estas latitudes tendemos a convertirnos en turba, y los Gamonales se pueden transformar rápidamente en Bastillas, y no me veo ni con la cabeza en un cesto ni dejando caer la hoja afilada. Sin embargo, ese pequeño pedazo de “buenismo” que queda en mí, se alegró profundamente que seis personas cabales arreglaran ese cachito de mundo que comparten, y que por un “quítame allá esas pajas” podía haberse convertido en un Dos de Mayo…

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    comentarios 2 comentarios
    Jose Blasco
    Jose Blasco
    10/02/2014 08:02
    La razon solo es una

    Cuanta razón tienes Jose, si nuestra clase politica dejase de mirarse el ombrigo y pensara de verdad en dar solucionesa los problemas que nos atañen, otro gallo nos cantaria.

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