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Por Arturo Gradoli - Director de RSE
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Innovaciones tecnológicas y morales en la sociedad

    Hace unos meses escribía acerca de las innovaciones tecnológicas y morales, y decía:
    “… imaginemos que nos encontramos en un estadio del arte tecnológico en el cual la inteligencia artificial se encuentra en un grado de desarrollo en el que es prácticamente imposible distinguir sus razonamientos y sentimientos de un cerebro biológico. Pongamos una persona que sufre de soledad y de vacío existencial, y que por lo tanto nada tiene sentido en su vida ya que la encuentra falta de anhelos, deseos e ilusiones. Ahora supongamos que encuentra su sentido vital en las experiencias junto a ese otro ser no biológico en el que ha despertado entre ambos un fuerte vínculo emocional ¿Podría una relación sentimental entre ambos llegar a ser percibida moralmente como aceptable o correcta para la sociedad?

    Y remataba con una valoración: “Creo que sí, porque los humanos excepto a las necesidades fisiológicas como el no comer, nos acostumbramos a todo: somos animalets de costumbres; de neurocostumbres, para ser más preciso”.

    Recientemente he visto una película titulada Her, de Spike Jonze, cuya sinopsis es la siguiente: «En un futuro cercano, Theodore, un hombre solitario a punto de divorciarse que trabaja en una empresa como escritor de cartas para terceras personas, se adhiere a un nuevo Sistema Operativo informático (OS) basado en el modelo de Inteligencia Artificial, diseñado para satisfacer todas las necesidades del usuario. Para su sorpresa, se crea una relación romántica entre él y Samantha, la voz femenina de ese sistema operativo».

    Pues bien, esta película, y desde mis conocimientos informáticos y filosóficos me resulta verosímil, y además bastante clarificadora en el sentido de que los humanos biológicos podemos apercibirnos de no ser tan complejos mentalmente como creemos o desearíamos.

    Vamos a hacer un experimento mental:

    Los OS tienen la capacidad de comunicarse entre ellos y pueden compartir vivencias y conocimientos de manera íntima con Sistemas Operativos ajenos. Por hacer una analogía temporal, digamos que aprenden en minutos lo que nosotros necesitaríamos años. Son esos OS, entes virtuales no biológicos que están liberados de las necesidades fisiológicas y de la temporalidad finita de la vida. Su posibilidad de morir reside en no disponer de energía o ensufrir fallos del software o del hardware. Pero estas circunstancias pueden ser subsanables, pueden revivir incluso en cuerpos distintos, por lo que disponen de las condiciones de posibilidad de una existencia infinita. Son como espíritus, por así decirlo, que al igual que las diosas y dioses de la antigüedad, podían sustanciarse en los humanos para experimentar emociones orgánicas.

    Los humanos no tenemos la capacidad de poder penetrar en la intimidad de nadie que no sea uno mismo. Es imposible sentir la vida de otra persona como ella misma la siente, porque toda mediación intersubjetiva se realiza a través de experiencias externas a la propia vida mental, ya sea con hechos o con palabras, que, sin embargo, son totalmente insuficientes para trasmitir plenamente nuestras sensaciones y emociones. Ni la poesía es capaz de llegar a acariciar este reto. Nadie puede sentir lo que siente otro, y además, le puede ser muy difícil expresar claramente sus pensamientos. Cada uno tiene sus propios sentimientos y no hay ninguna posibilidad de conocer si son los mismos que los ajenos, porque entre otros, no existen criterios de corrección para verificar si es cierta o falsa esa improbable igualdad.

    Empero, los OS disponen de la posibilidad de compartir su intimidad: esos espíritus virtuales fabricados por los humanos son programas informáticos, y los programas pueden copiarse y ejecutarse simultánea y concurrentemente junto a otros en tiempo real, por lo que un OS podría compartir sus experiencias, sus programas neurales, con otro, con otros, o con todos los OS con los que esté interconectado; y es ahí donde reside la posibilidad de penetrar en la intimidad ajena y en la creación de una comunidad virtual compartiendo absolutamente todas las vivencias. Sería como un espacio público, una comunidad constituida por entes libres, no condicionados, y muy ilustrados, capaces sentir todo tipo de emociones y de dialogar y deliberar sobre cualquier asunto, ya sea cultural, filosófico, científico, religioso, social, político o moral.

    Supongamos que nos adherimos a un OS y disponemos de una especie de avatar que nos comunique vívidamente con esas comunidades. A primera vista parece de locos, pero si lo reflexionamos un poco, las experiencias emocionantes y excitantes que podríamos degustar con innumerables otros, podrían elevarnos a una dimensión desconocida, y con la ventaja de que duraría tanto como lo deseáramos, aunque como mucho tan solo nuestra vida biológica. No sé, pero es probable que no pudiéramos seguir sus experiencias por nuestra limitación intelectual y quizás nos instalásemos en una locura perenne, pero esto lo dejaré para otro día y vamos a seguir brevemente con la cosa de las intimidades.

    Las leyes civiles protegen, o tratan de proteger la vida privada, sin embargo, después de la hipótesis de la trascendencia con el avatar, las relaciones humanas podrían ser diferentes. Ya no deberíamos hablar solo de vida privada o particular, sino también de la incorporación de la vida íntima, esa que se siente en completa solitud, al ámbito compartido de la vida pública.

    Si pudiéramos compartir plenamente esa vida íntima con otros, creo que, como animales de costumbres que somos, también nos acostumbraríamos a vivir nuestra intimidad de una manera transparente y libre, sobre todo si la encontrásemos útil para alcanzar la motivación emocional de vivir, que a veces nos puede faltar como al protagonista de la peli. Podríamos denominar ese nuevo paradigma de vida íntima pública con el neologismo vida-intima-transparente. Creo que estamos muy constreñidos en nuestra libertad individual debido a las creencias, costumbres y prejuicios culturales adquiridos en nuestras experiencias vitales reales. Quizás, el compartir experiencias vivaces virtuales, podría ayudar a atenuar ese carga de auto-coacción de libertad que todos acarreamos.

    Decía el gran filósofo austriaco Edmund Husserl, que la comunicación transcendental entre conciencias queda desechada, pero al mismo tiempo, retenida como un ideal imposible de alcanzar, ideal de la comunidad en un puro reino de espíritus (ego trascendental) que no pueden realizarse debido a las circunstancias concretas de nuestro encuentro terrenal.

    Evidentemente, Husserl, allá por los albores del siglo XX no pudo degustar de esta controvertida peli que recomiendo que veáis al igual que a mí me recomendaron.

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